La Moneda

Dicen que la moneda tiene dos caras.
Dos caras mentirosas, porque una de ellas es cruz.
Si sale cruz, la cara queda tragando tierra, estampada contra el piso, sofocada por el
tiempo que corre más desesperado cuando el aire se fue.
Si sale cara… bueno si sale cara es otro el cantar que entona el camino. Pero moneda,
es moneda y no cara nada más.
Y es que hay veces que la cara sale caro. Más grande la ilusión, igual la desilusión.
La cara ilusa sonríe y fascinada brilla reflejando un perfume muy fugaz.
Pero…, porque siempre hay un pero… ¿Qué sería de nuestra moneda sin una cara
ilusa? ¿Sin los perfumes escapistas que la vinieron a embriagar?
Mientras no la emborrachen, ni le tachen su horizonte, los perfumes condimentan y
nutren su espacio y su bienestar.
Pero es la moneda la que vale, la cara sólo enseña un personaje que alguien dijo que se
debería admirar.
De hecho su valor lo enseña la cruz, que cuando no es vacía, es su amiga más fiel, su
compañera, su estandarte coronado de rosas y espinas.
Y son las espinas las que adornan las rosas y hacen del amor por la cruz un enigma. Y
son las rosas las valientes sobrevivientes de perfume sutil e inquebrantable.
El valor lo enseña la cruz, pero lo tiene la moneda.
Su valor más perfecto es el de saberse recorriendo un camino donde ya no se es presa.
Cara y cruz quedan a un costado y ella gira y gira haciendo malabares para no perder
equilibrio.
Y entre tanto giro, crece su amor por la cruz y por el aroma de la tierra, que es dolor y
es nacimiento, que es madre, cobijo y oscuridad; que también es aroma cotidiano,
ternura y detalles, que es amistad.
Otras veces se deslumbra con estrellas fugaces, que traen sus perfumes intensos y
penetrantes y se van; son también estímulos que aparecen y motivan a la moneda a
seguir girando hacia su libertad.

A %d blogueros les gusta esto: