Te presento a Javier Taboada, México

No me interesa la carcasa que le esculpieron a sus dioses, sino su potencia. 

Conocí a Javier Taboada en la escuela de escritores de SOGEM, un maestro excepcional al cual todos sus alumnos no solo respetábamos sino que anhelábamos que ya fuera martes para volver a tener su clase. El curso finalizó, mas no el deseo de seguir compartiendo. Comenzamos un taller en su casa donde él cargaba a su hijo en brazos. Un día nos leyó lo que estaba escribiendo en ese momento; ¡guau!, pensé, ojalá pueda leerlo pronto.

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Javier parte de un hecho contundente: parir, traer al mundo. Emilio, su hijo –que es, a su vez, todos los seres en nacimiento–, un ser que deberá transitar entre la belleza y la crueldad. ¿Qué decirle a esa criatura que se abrirá paso a imagen y semejanza nuestra? En Nacencia, Taboada intuye, es su subjetividad, en los poderes evocativos y metafóricos, en el ingenio de sus caprichos, reside su magnitud y trascendencia.  ALEJANDRO TARRAB

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(…)

jamás existió raza dorada
no hay dios,
pero nos tenemos
mira al fondo

               de cada cosa

mira adentro
y a los ojos,
mira tu mano

En Nacencia, Javier Taboada encadena un poema que alude a los filósofos presocráticos, se decanta hacia el cuerpo, la génesis familiar, lo cotidiano, lo sensorial, y reflexiona sobre la materia como una trampa que abarca todo. Un engaño que sólo puede romperse con la palabra original. Un poema para Emilio, su hijo, escrito en medio del eco, para recordar el horror de que todo desaparecerá, menos, el testimonio del amor.

ALICIA CAMPOSALAS: El epígrafe de Nacencia es de Platón, sin embargo, eres un buscador de las nuevas formas, ¿cómo vinculas en tu obra lo clásico y lo contemporáneo?

JAVIER TABOADA: En Nacencia disiento de la famosa alegoría de la caverna de Platón. En resumen, él sostenía que nuestros sentidos nos engañan y que la sola percepción nos aleja de la verdad. El proceso que se describe en Nacencia depende enteramente de la percepción: cómo mis sentidos forman un mundo (contexto) y le dan significado temporal y transitorio. Esto no es un engaño, porque no estoy hablando de la verdad. Palpamos las paredes de la caverna y pintamos. Lo que queda ahí es un testimonio, un mapa de lo que detonó esa superficie. Un proceso de traducción interminable.

Para mí, esto que llamas “clásico” –en su aspecto grecolatino– no contiene una serie de formas petrificadas, normas racionalistas o criterios de validación. Sino –más bien– se me presenta como un cúmulo de impulsos extremos (imaginativos, crueles, sensuales, humorísticos). Lo pienso más como “antiguo” (vital) y no como “clásico” (modelo de perfección/ lo imitable). No me interesa la carcasa que le esculpieron a sus dioses, sino su potencia. 

A.C: Citas a Francis Picabia: Si la obra de otro traduce mi sueño, su obra es mía. Siempre he creído que la obra/arte, lo es más cuando esta es universal; entonces, ¿en qué líneas se encuentra aquel que no ha sido padre?

J.T: Es curioso, leí la cita de Picabia en una antología de Rothenberg. Es decir, no la tomé del contexto original. Claro, se refiere a la técnica de apropiación. Y aunque yo no la empleo en sentido estricto, justifica la incorporación de otras voces al texto.

Ahora, en cuanto a lo que preguntas, no sé si podría decir dónde se encuentra –en el texto– “aquel que no ha sido padre”. Nacencia fue un impulso ineludible: tuve que escribirlo. No fue pensado como un ejercicio poético sobre la paternidad ni una disquisición posmoderna sobre el amor paternal o ese tipo de cosas. No pienso en lo universal. Lo que digo se lo estoy diciendo a mi hijo con las herramientas que tengo. Él fue la pared de donde salió la pintura; él detonó todo.

A.C: Nacencia tiene formas tipográficas y de versificación muy particulares, ¿es un estilo que adoptas como propio o cada obra pide su forma?

J.T: Creeley decía que la forma nunca es más que una extensión del contenido, y así lo pienso. No escribo pensando en un modelo. El texto pide ser equivalente a su energía original (con Olson).

A.C: El trabajo, la paternidad, las cuentas por pagar, la pareja, el mal humor, la hoja en blanco, ¿cómo te enfrentas a escribir a pesar de?

J.T: Todo eso que mencionas es lo que me hace escribir. No hay un sesgo en mi vida. No existe esa distinción –falsa– entre el tipo común que soy y la “idea-del-artista”. Lo que digo es lo que veo. No pienso que deba aislarme del mundo para encontrar “inspiración”. Eso sí, uno tiene menos tiempo.

Por otro lado, no tengo una actitud reverencial frente a la hoja en blanco. No asumo una posición sagrada frente a la materialidad: adentro no está la gran obra. Claro, a veces no tengo sobre qué escribir y me frustro, y no sale nada.  O a veces escribo cosas que no me gustan o pierdo el tiempo intentando componer poemas que no tienen arreglo.

A.C: Donde ningún sonido / perdura / sólo reverbera // tu madre llama  |  M. SANLÚCAR ¿Cómo nace esta forma quirúrgica de interextualidad?

J.T: Acá volvemos a la cita de Picabia. No es tanto apropiación, sino todo el material interno que, de pronto, quiere salir. En vez de parafrasear o buscar otras estrategias, decidí que esas voces aparecieran tal como son, incluso con autoría. Ensamblaje o bricolaje, como sea. Pero quería evidenciar las tuberías, las junturas, el ladrillo en la pared (lo que al palpar encontré completo o incompleto, pero que ahí estaba).

A.C: ¿Por qué fue necesario citar canciones completas y la imagen de la mano de Emilio? ¿No la palabra sola tiene el poder de expresarla?

J.T: Las canciones son mías, salvo la canción de los Pima. Si están en cursivas es porque forman parte del material que surge de adentro, tal como las voces de poetas. Las canciones –“compuestas” de manera muy primaria– son simbólicas (o arquetípicas): la liebre-demiurgo, el perro es prometeico, la cuna.

La mano es una modificación. Su huella original está en un cuaderno y se la tomé a los tres meses. El tamaño de la mano que aparece en el texto es varias veces mayor: es la mitad de mi mano adulta. Y eso, me parece, tiene otras implicaciones que no quise expresar por medio de la palabra.

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Mano de Emilio a los tres meses

Él fue la pared de donde salió la pintura; él detonó todo.

A.C: En alguna parte hacia el final llega como puñalada: cuando yo no esté / cuando yo muera / jamás volveremos a vernos // un corte invisible/divide nuestro abrazo. ¿De dónde sale esta certeza de la muerte irrevocable?

J.T: Estas líneas fueron las primeras que escribí y “dictaron” todo el poema. Fue en diciembre de 2014. Era la primera vez que me alejaba varios días de él. Esas líneas forman el testimonio del texto: la certeza de que, tras morir, no volveremos a vernos. Es lo que es y no puede evitarse. Pero queda algo entre nosotros que, tal vez, permanezca. El amor como palabra (abierta, lista para ser leída, libre de interpretación). 

A.C: Platícame un poco de lo que estás trabajando en esta época.

J.T: En unas semanas se publica un texto nuevo, llamado El niño de Varas, que aborda, por medio de un collage extremo, múltiples aspectos de la crueldad. Es un texto cuya forma no tiene nada que ver con Nacencia, por ejemplo, porque su energía es absolutamente distinta.

A.C: ¿Por qué se publica? Es decir, para Javier, ¿por qué vale la pena?

J.T: Honestamente, no lo sé. No sé si publicar, pero, Alicia, escribir o hacer arte o crear algo vale la pena. Y sé que lo que estoy diciendo es demasiado amplio y vago. Mejor te copio este poema de George Oppen que, en De Ser numerosos (la traducción es de Hugo García Manríquez), dice:

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(…)

Sin embargo, soy uno de esos que con nada
sino la forma de pensar propia
de una persona y uno de sus dialectos
y lo que me ha sucedido a mí
ha hecho poesía

Soñar con esa playa
con tal de tenerla un instante ante los ojos

Lo singular absoluto
los lazos no terrenales
de lo singular
que es la radiante luz del naufragio

Taboada 3

Javier Taboada (Distrito Federal, 1982; reside en Puebla) es poeta y traductor del inglés y del griego antiguo. Entre otros, ha traducido los fragmentos completos de Alceo de Mitilene (Poemas y fragmentos, Textofilia, 2010), Testigo & Milagros de Jerome Rothenberg (UANL-Matadero, 2017) y La Fiesta de Jardín y otros cuentos de Katherine Mansfield (Secretaría de Cultura, 2017). Es autor de Poemas de Botica (La Cuadrilla de la Langosta, 2014), Nacencia (Ediciones Punto de Partida, UNAM, 2017) y El Niño de Varas (Matadero, 2018). Su trabajo ha sido publicado en revistas nacionales e internacionales.

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