En 1967, el poeta nicaragüense Julio Cabrales Venerio, hijo del también prominente poeta vanguardista Luis Alberto Cabrales, escribió el que -sin duda- se transformaría en su poema más famoso: El espectro de la rosa. Ocho años después, aparecería publicado en su mítico libro Ómnibus, por la Editorial Universitaria de la ciudad de León.
El espectro de la rosa, según el escritor Sergio Ramírez Mercado, «cuenta la historia del célebre bailarín ruso Vatzlav Nijinsky y viene a ser premonitorio, porque Nijinsky acaba hundido en la locura, igual que Julio».
Nacido en Managua en 1944, Cabrales Venerio creció en medio de la poesía. Lo más granado del ambiente artístico local-incluyendo a figuras de renombre como José Coronel Urtecho, Manolo Cuadra y Joaquín Pasos- se congregaban en la casa familiar, alrededor de la figura de su padre. Se descubrió poeta tempranamente y fue señalado como «niño prodigio», dando a conocer sus primeros textos en el suplemento cultural del diario La Prensa, cuando cumplía 17 años.
Posteriormente, viajó con rumbo a España, donde se estableció entre 1963 y 1966. Allí forjó amistad con poetas y artistas de diferentes generaciones, tales como Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Francisca Aguirre, Félix Grande, Fernando Quiñonez y Gloria Fuertes. Colaboró en las revistas Papeles de Son Armadans, Madrid-Palma de Mallorca y Cuadernos Americanos, al tiempo que estudiaba Humanidades, carrera que no concluyó.
Regresó en 1966, con indicios de trastornos en sus facultades mentales. Este tema es recurrente en varios de sus poemas, tales como Sonata para enflorar su psiquis abolida, Papeles de San Armadans y Esbozo de un joven, que también forman parte de Ómnibus. No hay más datos concretos sobre su vida hasta 1974, fecha del fallecimiento de su padre, también perturbado mentalmente y afectado en lo emocional por su exclusión de los círculos literarios, debido a sus férreos ideales conservadores y a su tenaz defensa del catolicismo. Un año después, aparece por fin el mencionado libro y toda pista de Cabrales se nos pierde, hasta cerca de tres décadas después.
La biografía de Cabrales, además de encarnar lo que escribió y de hacerlo personaje de su propia poesía, es notoriamente similar a la de su progenitor. Ambos fueron poetas precoces; ambos viajaron a Europa y mantuvieron contacto con el escenario cultural de los países en los cuales se instalaron a estudiar (en el caso del padre, Ciencias Políticas en Francia) ; ambos publicaron un solo libro en vida (Ópera Parva se titula el de su padre); ambos libros son considerados piedras angulares de la lírica nicaragüense, tanto por su renovación de las formas, como por sus exquisitas sensibilidades y la originalidad de sus temáticas; ambos terminarían en el anonimato y a la vera del embate de una psiquis afectada.
«Ya es la época de Navidad. Estamos en Diciembre y ¿cómo está la casa?
¿Estará florecido el pasto junto al muro negro?¿No se ha secado el pozo y el alcaraván va por el patio?», reza otro de sus célebres poemas, Carta a mi madre. La realidad de sus últimos años de vida fue penosa. Fue redescubierto pidiendo limosna a los vehículos de la Carretera Norte de Managua y se le encontró viviendo en una miserable casa en ruinas, durmiendo sobre tiras de cartón y con apenas algo para vestirse. Uno de sus hermanos, también con la herencia patológica del padre, salió una mañana de la casa y nunca más se supo de él. Desde entonces, Cabrales volvió a los titulares de la prensa, múltiples campañas se erigieron para darle beneficio y fue registrado en dos documentales: La soledad que tejió la araña (trailer en Youtube) y Sonata inconclusa (disponible en Vimeo). ¡Hasta su libro Ómnibus volvió a ver la luz, reeditado en 2010!
El lanzamiento de la segunda edición de su obra y un homenaje al año siguiente fueron sus últimas apariciones en público (acaso las primeras). Posteriormente, las pisadas del poeta volvieron a esfumarse. Siete años después, la televisión nicaragüense volvió a mostrar la indigna situación en que vivía: su casa vacía, al cuidado de dos alcohólicos y siendo devorado por una plaga de chinches. Nuevamente, se organizó una ayuda y el lugar fue fumigado.
Aquejado de diversas enfermedades, además de su esquizofrenia, Julio Cabrales fue hospitalizado a fines de octubre de 2017. Le amputaron sus dos piernas y su cuerpo no pudo resistir. Falleció el 25 de noviembre, a los 73 años de edad. Su entierro fue un «funeral de poeta pobre», como enunciaron algunos pocos medios locales.
Con más pena que gloria, el más genuino de los poetas nicaragüenses de la segunda mitad del siglo XX pasó por este mundo y pocos lo supimos. Pocos los que, hasta el momento, hemos tenido el privilegio de subir a dar alguna vuelta sobre su Ómnibus. El mayor homenaje que podemos hacerle, como a todos los poetas verdaderos al morir, es leerlo. Leer e inmiscuirse en su pequeño y fascinante paraíso poético que, para bien y para mal, no consiguió la misma atención que el de otros (mal llamados) locos ilustres de la poesía, como Panero o Raúl Gómez Jattin. Más para mal que para bien.
***Me enteré de la existencia de Cabrales y su obra hace algunos años, a través de internet. La noticia de su muerte me llegó con meses de retraso. Sea esto lo menos parecido a un homenaje, más bien una invitación a descubrir su obra.