los veranos perdidos ’11: la primera nevada

en una de las ocasiones en las que tuve que viajar a los estados unidos, me tocó realizar viajes dentro del país. nos tomó alrededor de veinte horas llegar a virginia del este desde orlando. el viaje se debía a una visita familiar a la casa del tío de mi madrastra. llegamos aproximadamente a la medianoche. nuestra llegada en plena madrugada no me permitió contemplar la inmensidad del lugar. eran dos casas unidad construidas de madera con tres o cuatro plantas cada una, dentro del terreno un pequeño lago inmenso, un establo, alberca y quien sabe qué más. todo por setenta y dos dólares. sustentado por un recorte de periódico de la época en la que el país se encontraba en una alta crisis económica. un lugar inmenso, habitado por no más de doce personas incluida la visita. tan pronto como llegamos, se nos asignaron nuestras habitaciones. yo terminé en la casa más deshabitada de las dos por alguna razón que no supe. la vista que tenía desde ese tercer piso daba con la vacía carretera y una infinidad de árboles hasta donde la vista llegara. según el propietario, la casa más cercana se encontraba a diez o quince minutos en auto. me recuerdo acostado. incapaz de dormir. mirando hacia la ventana esperando a que la noche apareciera en forma de persona o algo. me sentía por muchas razones desubicado dentro de ese lugar. por un lado, mi padre y madrastra conversando con los dueños del lugar, por el otro, sus hijos jugando juegos de video que no entendía y que en lo personal no me interesaban, y como durante ese verano permanecí mayormente en orlando, no tenía la ropa adecuada para salir de la casa y combatir las bajas temperaturas. recorrí un poco el lugar, y terminé en un estudio, con un oso disecado y una chimenea frente a una puerta de vidrio que daba con el patio con el pasto expuesto a la noche y a su oscuridad. decidí sentarme cerca y contemplar todo lo que me rodeaba. una de las personas que vivían en la casa, a quien me presentaron como el abuelo, se aproximó a mí con una taza de chocolate caliente. él se sentó cerca. permanecimos en silencio. el único sonido que se escuchaba era la madera crujiente de la chimenea. el tiempo pasó. recibí un mensaje de texto en el que me dijeron que una persona cercana falleció y justo en ese instante, empezó a nevar. nevó toda la noche, hasta la mañana siguiente, en la que nos encontrábamos sobre seis o siete pulgadas de nieve. nos quedamos por una semana, y en los seis días que restaron, nunca volví a ver la nieve caer del cielo.

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