Por la vida, sin ofender

No soy culpable de lo que digo sino de lo que callo, son como esos pasos de recién nacido probando el mundo, el mundo abisal debajo de sus pies.

No soy pacificadora de tus ánimos, ni contenedora de los míos. He dejado que ellos vuelen libre, paso a paso, en silencio. Como mejor sé crear, como mejor puedo escribirte todo aquello que no te sé decir.

Lo que sí sé, es que no te gusta la falsedad, a mí tampoco.

Lo que no entiendo son estos caminos entrecruzados que insistes en andar sin ningún tipo de consecuencia, vamos por delante usando huellas pisadas y como dice la canción, besando bocas prestadas. Así que, en silencio, intenta reconciliarte con las auroras, con las sonrisas de la juventud y del pasado.

Yo, por mi parte, vuelvo al vientre de mi madre, cada vez que existe un oblivion. Allí hay un lugar seguro donde la vida siempre me abriga.

Poco más te escribiré mañana, pero seré quien te diga que todo va a estar bien, porque sino estoy más en ese lugar esperándote, es porque ya sabrás caminar. Pero me buscarás, porque nadie quiere terminar en uno mismo.

Canción que se lleva lejos un romance de abuelos, un otoño lluvioso, un paraje infinito.

Hambre imposible de saciar.

No quiero que ilumines mi corazón hiriéndome, Oliverio estaba equivocado, aunque estoy de acuerdo que es mejor herido que dormido. No me gusta vivir porque me duele, me gusta vivir porque a veces soy feliz.

Mi estúpida muerte, mi grandioso nacimiento se da debajo de tus ojos, debajo de todo aquello que partido se crea, se construye.

Gran corazón, qué bonito eres, qué bonito lo tuyo que no cesa de cambiar en el otoño, en la primavera, con la luz y el verdor de tus prados.

Esta ciudad es verde, y verde es mi esperanza, yo tengo que decirte la verdad, aunque te duela el alma.

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