Uno de los presupuestos de la escritura feminista apuesta por reescribir la tradición y darle una vuelta de tuerca, muchas veces sirviéndose de la ciencia ficción. Así lo han hecho escritoras como Angela Carter, Margaret Atwood o Ursula K. Le Guin, y Ana Llurba (Córdoba, Argentina, 1980) parece continuar esta estela con su primera novela La Puerta del Cielo (Aristas Martínez, 2018), texto que descuartiza, no sin desparpajo, la historia de la segunda venida del Mesías, aunque en este caso el origen de los dioses es extraterrestre. No hay nada más refrescante que entremezclar la cultura popular con la tradición judeocristiana, o bastardearla con esa leyenda de la tribu africana dogón que coincide, punto por punto, con el frikismo anunnaki.
Aquí se nos cuenta la historia de Estrella, una adolescente que está embarazada, que vive en un refugio que llaman la Nave y que está aislado del mundo exterior. Sin embargo, Estrella no está sola sino acompañada de otras jóvenes con quienes mantiene conversaciones que oscilan entre la estupidez y el misticismo, siempre a la espera de que los Padres creadores vengan a buscarlas para llevarlas a Betelgeuse, la estrella más brillante de la constelación de Orión, justo ahí donde está La Puerta del Cielo. Mientras esperan, las jóvenes reciben la visita del Comandante, un pederasta que se las va turnando para abusar de ellas, a la manera de una secta, y que las mantiene encerradas en esta Nave, pues según dice el aire allá afuera está contaminado y es peligrosísimo. Todo es peligroso afuera de la Nave, de modo que adentro se la pasan rezando, limpiando, comentando los Testimonios de la Sabiduría Cósmica o la escasa arqueología que ha sobrevivido a la Catástrofe definitiva (la revista Muy Interesante o pósters de los extraterrestres, por ejemplo), acariciándose el sexo propio o ajeno y castigándose unas a las otras, para lo que utilizan un pozo. De hecho, Estrella parece contarnos siete días de castigo en el pozo con sus flashbacks. Está allí con Catalina, otra de las niñas castigadas, y se dedican a observar cucarachas, las únicas supervivientes, el pueblo elegido.
“Estrella especula con lo que pasará luego de su calvario, si los Padres creadores la abducirán con sus exhalaciones cósmicas, si la trasladarán a través de un viaje sideral hasta La Puerta del Cielo, donde acontecerá su vida eterna. Suele preguntarse: ¿cómo será su vida en el más allá? ¿Qué experiencias le deparará su vida eterna? Pero las demás hermanitas le tenían prohibido que formulase estas cuestiones en voz alta, y mucho menos delante del Comandante.”
Con un estilo de cierta extrañeza y diálogos frescos, la novela nos adentra en ese ambiente que huele a encierro y que se parece mucho a un claustro: misticismo, animalidad de lo corporal, sangre, mugre, culpa, insectos y dolores varios, o la cicatriz de allá abajo siempre latiendo.