Voy a cometer un exabrupto interpretativo. Voy a decir que “Protocolos naturales”, el primer libro de cuentos de Yamila Bêgné (Metalúcida, 2014), es un libro metafísico. Digo exabrupto porque, aunque estoy convencido de que es un libro metafísico, también estoy convencido de que está roto en su idealidad o, si se quiere, en su celosa cientificidad (…porque, ¿qué fue de la definitiva ecuación macro mini para el amor?). Así, esta gran construcción ideal se ve rasgada en su base por múltiples fisuras. De ellas asoman cosas de este mundo, cosas tales como el placer animal o el mismísimo misterio del amor.
El minucioso trabajo que la autora realiza con el cuerpo (con sus partes, torsiones y gestos) a lo largo de casi todos los cuentos que componen el libro (son 11), bastaría para desmentir un pretendido carácter metafísico puro. La erótica a distancia de “Velocidad de escape”, a pesar de transcurrir fuera del planeta Tierra, también prestaría testimonio a favor de esta idealidad rota. Sin embargo, cuentos como “La ocho con cuchillo” (mi segundo preferido), “Minuto encerrado”, “La teoría del todo” o “Prefacio de una silueta difusa”, por mencionar algunos, inclinan la balanza más hacia el etéreo terreno del pensamiento. Pero, volviendo al caso del cuerpo, también es cierto que Bêgné elabora precisas frases gimnásticas que presuponen una penetrante observación de la realidad física. Entonces, según el cuento en cuestión, la balanza podrá inclinarse un poquito más hacia alguno de los dos polos (el pensamiento y la experiencia o las leyes universales y los casos particulares). Pero, en general, yo creo que alcanzan un frágil equilibrio. ¿No es la belleza una especie de fragilidad tensa, siempre a punto de romperse (como el hechizo del amor)? Este fragmento de “Prefacio de una silueta difusa” podría, quizás, ilustrarlo:
“Necesitaba sumar tenacidad a sus procedimientos porque era durante el desayuno que tendía a la aceleración. Y era la aceleración, pensaba, la que lo iba alejando de la posibilidad del placer. Los pensamientos le salían antes que la acción y, entonces, la idea de la tostada ya estaba lista en su cabeza varios minutos antes de que el pan que, con fuego, se convertiría luego en tostada, saliera de la alacena. Y era ese adelantamiento, creía, lo que le impedía disfrutar”.
¿No se advierte esta misma tensión en el título del libro? ¿Qué podría ser un protocolo natural? ¿Cómo podrían convivir las rígidas reglas formales que hacen a la contenida dinámica protocolar con la espontaneidad impredecible propia de los impulsos naturales?
Sistemática parodia de la noción de sistema. Fuente de un sentido del humor tan ligero como perturbador.
Juego reflexivo metalingüístico. ¿Un desprendimiento natural de los exacerbados ataques de pensamiento que padecen algunos de sus personajes o del, por momentos, ritmo analítico de la narración? Dos ejemplos extraídos de “La ocho con cuchillo” y de “Prefacio de una silueta difusa”:
“El verbo lo sobresaltó. La individua lo había interpelado con un verbo: ¿es que acaso no había hecho lo suficiente para mostrarse absolutamente detenido, incapaz de acción alguna? […] No necesitando verbos la cordialidad, dijo ‘por favor’ intentando engrosar la voz, haciendo que aquellas dos sonaran como las primeras palabras emitidas en el día”.
“Extendió los colores de su toalla sobre la reposera que le armaron al instante, sombrilla incluida. Sentado primero, no se animaba todavía a acostarse, a reposar como el adminículo playero le proponía desde su denominación de verbo hecho sustantivo”.
Este último caso me hizo recordar un pasaje de la novela “La montaña mágica”, de Thomas Mann. Y es que, ¿no tienen ambos personajes (Hans Castorp y el pensador compulsivo de Bêgné) exactamente el mismo problema: ser incapaces de gozar, de sentirse bien? Se trata en esta oportunidad alemana, de una chaise-longue (c’est-à-dire, de otra reposera):
“Se sentía ridículamente fatigado por los ejercicios que había realizado con las mantas. […] Pensó que no gozaba de salud, estaba completamente anémico, como le había dicho el doctor Behrens… Pero esas impresiones desagradables estaban compensadas con la gran comodidad de su posición, por las cualidades difíciles de analizar y casi misteriosas de la chaise-longue, que Hans Castorp había ya apreciado cuando su primer ensayo y que se afirmaban de nuevo muy felizmente”.
Una mañana, Castorp explotará de inacción y gritará a su primo: “Ya estoy harto de la existencia horizontal, con ese régimen la sangre se me queda dormida”. Más narcisístico, más implosivo será el desenlace en el cuento de Bêgné.
Posdata: tengo la siguiente hipótesis sobre el primer cuento del libro, “La ocho con cuchillo”. Él es el espacio, atrae para llenar su connatural vacío. Ella, la gimnasta, es el tiempo (o, lo que es casi lo mismo, el movimiento). ¿Cómo podrían compenetrarse? Tendrán que seguir recortando sus diferencias el uno a expensas del otro. Sabiduría de mozo. Ojo. Repito: no es nada más que una hipótesis. Habría que verificarla.
Futurología de un pasado reciente: La fascinación cósmica de Bêgné no sólo continuará, sino que acaso se profundizará, en su segundo libro de cuentos (Los límites del control; Alto Pogo, 2018). Lo mismo podría afirmarse de sus imágenes poéticas. Aquí, a modo de despedida, algunas de ellas copiadas de estos originalísimos Protocolos:
“Escalones desarmados y arenosos, sin aristas ni ángulos, un médano como una escalera diluida”.
“Su oreja escucha a mi oreja escuchar a su oreja”.
“Se expande en frente un color estable en los ojos de los dos”.