La época en la que se ubica el Lazarillo de Tormes es un siglo de relajación de costumbres, según los documentos de la época. Era más que habitual que los clérigos tuvieran barraganas. Es justamente esa realidad la que la novela picaresca transmite.
En esta novela, se sustituye el papel de una mujer sumisa, honrada, virtuosa y de madre abnegada sometida a las reglas y disciplinas, por una mujer coqueta, hipócrita, adúltera y falsa. En la obra, ninguna de las mujeres que aparecen, se pueden calificar de una mujer ideal. Así, el pícaro se ensaña en la bajeza moral de sus padres. La madre de Lázaro siempre sale mal parada en la boca de su hijo, ya que éste airea la vida desordenada de su madre tras quedarse viuda, aunque trate de justificarla. El nacimiento de su hermanastro, fruto de los amoríos de su madre con un esclavo negro, era una deshonra incalificable para cualquier mujer de siglo XVI.
La ley ética de aquella sociedad era dura e inflexible con la madre y el hijo, así que siempre se procuraba silenciar el percance. Cuando esto ocurría, se intentaba remediarlo con el matrimonio, de lo contrario quedaban el aborto o el parto en secreto con la correspondiente muerte o abandono del recién nacido. Leyendo el Lazarillo de Tormes, nos encontramos con que la mujer de Lázaro había parido tres veces antes de casarse con él, pero el pícaro no dice nada del paradero de las criaturas… La intención del autor en dotar a Lázaro de un hermanastro negro es poner de relieve la deshonra de la madre, que después de haber sido castigado su amante negro, entra a servir en el mesón de la Solana. Sabiendo la fama de la que gozaban las mesoneras y criadas en la literatura, predispuestas en muchos casos a alegrar a los huéspedes, tampoco debe extrañarnos que la madre de Lázaro padeciera «mil importunidades», ya que al tener consigo al niño en el mesón, todos podrían darse cuenta de la clase de vida que había llevado la viuda hasta entonces. La madre de Lázaro, su propia esposa, las mesoneras, bodegoneras, turroneras y rameras descritas, perteneces a las mujeres que se dedican al «noble arte» del amor y son esa clase de mujeres de peor calaña las que acuden al ciego. Tampoco es favorable la opinión del propio Lázaro sobre ellas, porque estando en Escalona, el viejo le dice: «…algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena» y al final de la obra, Lázaro recuerda esta afirmación refiriéndose a las malas comidas que pudo recibir de su mujer, por tanto de la criada y al parecer, de la barragana del arcipreste.
Las pocas mujeres que aparecen en el tercer tratado de Lazarillo son «dos retocadas mugeres» y continúa: «… muchas tienen por estilo de yrse a las mañanitas del verano a refrescar y almorzar». Esto se puede entender de la siguiente manera: en los tiempos de Lázaro, las prostitutas no estaban confinadas exclusivamente en los prostíbulos, sino que inundaban las posadas, los mesones y las ventas de los caminos.
Al final de su vida pícara, nos encontramos ante un típico caso de casamiento que convenía por igual a los tres: a los novios y al arcipreste y quizá más a éste último, puesto que si la muchacha era manceba, la mejor forma de continuar teniéndola de criada y de amante era darla en matrimonio a Lázaro. Así, la joven evitaba el peligro de quedar soltera o de quedarse embarazada siendo soltera, mientras que Lázaro conseguía a la vez mujer y el favor del clérigo. Lázaro dice que las malas lenguas hablan de las infidelidades de su mujer con el arcipreste, pero cabría preguntarse si las mujeres del Siglo de Oro eran tan infieles como las pintan.
Para ello, debemos partir de la afirmación que al hombre, según el concepto del honor y del machismo de la época, le era permitida cualquier aventura amorosa; en cambio, cuando la mujer comedia este tipo de actos, más estando casada, llevaba la deshonra a la familia. Por ello, Lázaro está dispuesto a matarse con el propagador de tales bulos que atentaban contra la honra de su mujer. Pero esta afirmación de la inocencia de su mujer podemos tomarlo como falsa, ya que en la época existían maridos castellanos, cornudos complacientes, que consentían a sus mujeres ser concubinas de canónigos o de gente adinerada. De ser los rumores ciertos sobre la infidelidad de la mujer de Lázaro, éste sería uno más de entre el numeroso grupo de cornudos de su tiempo, que vivían holgadamente de los deslices consentidos de sus mujeres.
Bibliografía:
- Lazarillo de Tormes. Madrid. Cátedra, 2003.
- Las mujeres en Lazarillo de Tormes. José María Alegre. Revue Romane, Bind 16, 1981. https://tidsskrift.dk/revue_romane/article/view/29365/26341