Son dos las temporadas que se ocupan de relatar el cuento de la criada en la popular cadena HBO. La serie está basada en la novela homónima firmada por la escritora canadiense Margaret Atwood en 1985.
Especialmente cabe resaltar la palabra “distopía” pues la serie se trata de eso: bordar meticulosamente una distopía, del mismo modo en que Serena borda las chaquetas de su bebé y las bufandas. Pero ¿de qué modo se realizan esas puntadas? Con odio, con maltrato feroz hacia el personaje protagonista, con un ambiente sofocante, igual que Serena se sienta en la butaca y juguetea su odiado pasatiempo, impuesto a las mujeres en la nueva sociedad de Gilead.
Antes de ver esta serie, pude disfrutar también de The hunting of Hill House. He ahí cuando uno se plantea la etiqueta de “terror” como tal, pues The handmaid’s tale es mucho más terrorífica, incómoda, asfixiante que cualquier fantasma que huya arrastrando su sábana sucia por un pasillo ensangrentado. La popular serie de la HBO penetra en las entrañas del espectador, que se plantea si esto que acontece ante sus ojos podría ser posible, pues hay elementos que reconoce en su día a día: internet, Friends, las revistas con tests sobre si le gustas a ese chico, etc. Es el presente transformado en una pesadilla. La serie recuerda un poco a Black Mirror, pero más brutal, ya que el horror de su trama se mantiene en un crescendo que estalla en la segunda temporada, todavía más oscura.
¿Cuál es este terror del que se habla aquí? Es Gilead una sociedad teócrata que se ha alzado sobre el gobierno de los Estados Unidos y ha tomado el poder, buscando la solución para las mínimas tasas de natalidad que sufre el país y el retorno a los valores que se creen perdidos. Las distopías podemos decir que están de moda, no solo por Black Mirror, sino también por La Purga. Los espectadores nos acercamos a una realidad que consideramos posible, aunque la veamos tras la pantalla del ordenador como una filmación ficticia, y nos consuela el hecho de que ”todavía” no hemos llegado a ese punto. Todavía.
En el caso de Gilead, los valores cristianos extremos se imponen en el nuevo gobierno: las mujeres no tienen derecho a leer, ni a estudiar, ni a trabajar, tan solo a continuar la labor biológica para la que están en la tierra. Y, como esto no es posible debido a la cantidad de enfermedades que se están propagando en el discurso de la serie, la solución es la violación de una criada (handmaid), considerada fértil, ante los ojos de la propia esposa del violador. Por supuesto, en realidad, el culpable de no engendrar criaturas será el hombre, aunque eso no puede ni plantearse en una sociedad donde él se erige como macho alfa. Es esta una sociedad medieval hermética, donde las mujeres son cocineras, o criadas o esposas. Y las más suertudas, prostitutas.
Y aquí empieza la brutalidad. Una mujer de azul (uniforme de las esposas) se sienta en la cama y agarra los brazos de la criada totalmente vestida de rojo y gorro blanco. Quizá no fue por esto, pero este momento tan «ceremonioso» en la serie recuerda a la Caperucita devorada por el lobo: una muchacha vestida de rojo sangre siendo penetrada con indiferencia o brutalidad por un lobo trajeado, mientras la mujer sostiene a la indefensa criada. Y es que en ese momento tan tétrico, llega el marido y dueño de la casa, se baja una cremallera y, sin contactar visualmente con la criada, se limita a la fornicación. Y es que la violación consiste también en la afirmación de la soberanía del hombre, pues ante su aparato reproductor cuatro ojos femeninos se vuelcan, ansiando, aguardando los resultados. Desde dos perspectivas muy diferentes, claro.
En el caso de que el embarazo sea posible, asimismo, otra nueva ceremonia perturbadora se lleva a cabo: la esposa simula un embarazo inexistente mientras la criada se retuerce y da a luz al hijo que luego acabará en los brazos de la dueña de la casa.
Como vacas con ubres que expulsan un ternero y luego se dedican a dar leche a la humanidad, irónicamente, intolerante a la lactosa. Aquí las criadas son tratadas de ese modo, “úteros con patas”.
La historia se centra en June, bautizada como Offred en Gilead (de-Fred, el dueño de la casa). Alejada de su hija, de su marido, de su vida anterior, es secuestrada, como tantas otras, y arrastrada a la soberbia casa de los Waterford.
Lo que sorprende en June es que pueda encontrar una fortaleza en toda esa pesadilla que vive. Y no es precisamente en lamentar el recuerdo de su hija, sino en Nick Blaine, el flamante chófer de la casa. June se niega a representar ese papel de útero rojo y capucha blanca, se levanta de la cama y acude a visitar a Nick. El sexo entre ellos supone una bofetada a todo lo que les rodea y pretende ahogarles. Gilead persigue a quien quiere atravesar la línea, y ellos lo consiguen. La sólida relación con su marido Luke, antes de Gilead, queda en la sombra ante el presente que aparece con Nick. Como ella confiesa, no acude a esas citas clandestinas por patear al patriarcado, sino “porque uno se siente bien”. Y es que las dos escenas tórridas que ofrece la serie, filmadas por el mismo director, Mike Barker, suponen un trago de agua fresco en medio de la opresión tan abrumadora que sufren los personajes. Un contraste aplastante ante las escenas de sexo «aceptadas» por Gilead. En la intimidad de Nick y June, el espectador es el que sobra. Pues, al final, no son autómatas que danzan alrededor de los Waterford, sino que son capaces de abrir una puerta, olvidarse del uniforme y recuperar sus nombres.
Otro personaje logrado de la serie es Serena. La relación entre esta y June es de amistad-ira que da giros a lo largo de las dos temporadas. Mrs. Waterford azotando a Offred con furia, Serena escribiendo con June en el despacho, Mrs. Waterford expulsando a Offred de su casa, Serena entregando el preciado bebé a June. Serena es un personaje complejo que se siente a la deriva. Es una mujer inteligente, radicalmente creyente, que ha ayudado a firmar las leyes que oprimen a todas las mujeres de Gilead y que, por otro lado, sufre en sus propias carnes (en la espalda y en el dedo, concretamente) los resultados de la creación de esa normativa tan abusiva.
Es esta una serie extremadamente estética. Cada plano podría convertirse en una bella fotografía. Los uniformes radiantemente rojos, de un rojo sangre, sobre los colores grises y azulados de la ciudad, que parece que está siempre adormecida. Los recogidos de Serena, retorcidos como sus pensamientos, los planos radiantes del ejército de criadas y sus caperuzas en círculo, moviéndose como si fueran un solo cuerpo.
The handmaid’s tale relata el cuento de esa bailarina de la caja de música que quiere deshacerse del resorte que daña su espalda y huir. En la tercera temporada, y permitiendo aquí un arrebato sentimentalista, los más fanáticos esperaremos a que se salve con Nick.