«No voy a pedirle a nadie que me crea», de Juan Pablo Villalobos

No voy a pedirle a nadie que me crea
Juan Pablo Villalobos
Premio Herralde de Novela 2016
Editorial Anagrama

La novela logra conectar con el lector en cada momento a través de sus múltiples narradores que aparecen bajo la apariencia de diversos géneros: epistolar, diario de vida, narración de ficción. Los protagonistas de No voy a pedirle a nadie que me crea transitan desde lo ordinario hasta lo asombroso, construyendo una historia que abunda en ironía y en parodia sobre la figura del escritor latinoamericano actual, cuando habita los espacios de una ciudad cosmopolita como Barcelona y se enfrenta a situaciones para nada convencionales.

Quienes narran esta historia de humor negro, a caballo entre la novela metaliteraria y la policíaca, son el narrador —que sea llama Juan Pablo— trasunto de Juan Pablo Villalobos (México, 1973)  el primo de este con sus cartas misteriosas que nos cuentan de proyectos curiosos para un escritor, el cual nunca acaba de ser uno y transita en el anonimato para no acabar de convertirse en autor. También aparecen las narraciones del diario de vida de Valentina, novia de Juan Pablo, quien nos hace descubrir la figura accidentada del migrante en un entorno hostil y algo antojadizo. Finalmente tenemos a la madre del protagonista que emplea de forma intrigante el recurso de la narración en tercera persona para contarnos sus ideas de futuro en un contexto cambiante.

Juan Pablo es un estudiante mexicano que desea realizar un doctorado en la Universidad de Barcelona. A pocos días de su viaje, ocurre un inesperado hecho que lo embarca en una insólita aventura de última hora: debe ayudar a una poderosa organización criminal mexicana que desea establecer sólidos lazos en la ciudad condal.

Para ello, lo involucran en misiones cada vez más insólitas y absurdas. En ese momento conoce a Laia Carbonell, una atractiva becaria de doctorado que se declara lesbiana militante y que se encuentra realizando una tesis doctoral en la misma Universidad. También Valentina vive sus momentos de descubrimiento y su excesiva curiosidad le otorga a su narración los momentos más álgidos de la novela. Tenemos además a Oriol Carbonell, un destacado político catalán que parece tener unas alianzas que llegan en última instancia a conectarlo con Juan Pablo. Otros personajes como el Pakistaní, el licenciado, la policía Laia, Facundo y su hija Alejandra surgen como voces interesantes e interesadas en intrigar más las dudas por los caminos que la narración toma

La novela emplea recursos propios de la metaliteratura por ejemplo en la figura de Alejandra, una joven niña argentina que repite versos de Alejandra Pizarnik. Las referencias a otras obras literarias y teóricas aparecen cuando Juan Pablo nos explica de qué va a realizar el doctorado. Con Valentina tenemos un interesante juego intertextual con Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, novela que cita en reiteradas ocasiones y que su propio diario no es más que un testimonio de variados aprendizajes, estableciendo lazos con la parte de esa novela en la que García Madero nos cuenta como arranca en el mundo poético mexicano de los años setenta.

Otro rasgo para destacar es la aparición diferencia de las diversas jergas y variedades dialectales de los personajes. El castellano de los catalanes, mexicanos, argentinos y de los extranjeros no hispanohablantes como el Okupa italiano amigo de Valentina o el pakistaní que trabaja para El Licenciado, quien es el antagonista y nos aproxima a los mecanismos propios de la narcoliteratura del país azteca. Todas estas voces permiten que la estructura narrativa sea polifónica.

La novela reflexiona sobre el humor cuando se plantea la realidad y la ficción como algo que se confunde y que no se tiene el deseo de poner una frontera demasiado ancha o alta. Es por ejemplo lo que afirma la policía Laia sobre la lectura de un manuscrito que le enseña la novia del protagonista. Parece aquí dibujarse un retrato robot sobre las complejas relaciones entre separar los relatos posibles de un tiempo presente turbulento: «¿Los autores no utilizan su propia vida u experiencias para convertirlas en ficción? Hasta donde sé, las novelas son eso, ficción». (P. 235)

Las relaciones entre el narcotráfico, un partido catalanista, los mossos d´esquadra y los migrantes conforman el triángulo escaleno por donde podemos ver los diferentes ángulos de la narración. En cada institución citada tenemos el estereotipo si atendemos a la gramática de la caracterización nacional de Leerssen: El licenciado, Oriol Carbonell, la mossa Laia o el Chino representan bien los estereotipos de personas desde los patrones norte-sur, débil-fuerte y central-periferia. Todo el entramado narrativo pivota en estos personajes que reproducen las caracterizaciones en la Barcelona actual. Los estereotipos de los sujetos transitan por las temáticas con una libertad que permite al lector atento reflexionar con cautela al reconocer la violencia política y el poder de las construcciones esencialistas que determinan laberinto diferente según cada sujeto. En un entramado mayor  de relaciones de poder biopolíticas, siguiendo los postulados de Foucault. Ser personaje parece ser que es más que un movimiento histórico signado por una personalidad particular o una psicología singular.

Valentina es probablemente el personaje de mayor calado conceptual. Desde su posición de sur global, se explica su relación con las enseñanzas del fraile dominico Servando. Lo cita constantemente para entender las relaciones de poder que ella establece a su favor y en su contra. Cuando quiere explicar la conducta de los españoles, recuerda los escritos del fraile mexicano: «Eso es exactamente lo que decía Fray Servando a principios del siglo XIX (…) que como los españoles no viajan no tienen como hacer comparación y por eso España les parece lo mejor del mundo, el jardín de las Hespérides»(P. 55).

Todo en esta novela está al servicio de la sátira y de la risa. Hasta en los momentos más dramáticos, como cuando la perra Viridiana extraña a su amo y el pakistaní no sabe como actuar, por poner ejemplos, la novela siempre se pone la tarea de hacer reír al lector, pero no para dejar un sabor dulce en el ánimo. El protagonista habla de Baudelaire y lo cita, como si quisiera con ello alcanzar la seguridad que se desprende de sentencias como «la risa surge de la idea de superioridad del que ríe porque, en el fondo, sabe que él está a salvo» (P. 52) o con momentos al esperar un tren con sus compañeros de doctorado: «Jajaja, me río, falsísimo, riéndome del chiste malo, porque es una de las catalanas más o menos guapas, lo que mejora su chiste» (P. 66).

La aspiración cosmopolita y erudita podría situarla en una órbita posnacional si seguimos los postulados de Bernat Castany. No obstante los personajes mexicanos si dan cuenta de una caracterización reconocible. La alusión de Facundo, el personaje argentino que personifica los fracasos afectivos y las dificultades que la situación migrante ocasiona es otra mirada poliédrica; la de ser extranjero incluso en el epicentro cosmopolita catalán. Cada personaje descrito plantea una situación posnacional determinada que el lector reconocerá de inmediato.

No voy a pedirle a nadie que me crea es una novela que nos presenta una taxonomía de personajes hispánicos que nos recuerdan constantemente que la realidad y la ficción son situaciones intercambiables. Como cuando el analgésico paródico del relato alivia a regañadientes la vicisitudes de los enfermos de literatura al estilo de Vila-Matas. Un artefacto narrativo con varias miradas que observan los temas más variados y en sintonía con la contigencia política actual de España y de los fenómenos globales más presentes en el debate cotidiano.

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