En el segundo capítulo de la Ninfa Eco tenemos la oportunidad de conocer a tres personas que con su labor nos llevan a profundizar, linterna en mano, en las inmensidades (y adversidades) del mundo artístico y literario independiente. Ese entramado que tejen entre público, profesionales y creadores permite colocar en escena voces que, de otra manera, no resonarían más que entre las cuatro paredes que noche a noche nos observan. Ampliar, en definitiva, horizontes a los estancos, homogéneos y maltrechos espacios del academicismo y del comercio editorial de masas.
Esta ciudad inmensa que formamos con cada obra y que como en toda gran ciudad la pomposidad de los focos, los carteles publicitarios ocupando fachadas enteras, las bellas farolas modernistas o las entradas a teatros con colas que dan la vuelta a la manzana, no iluminan más que las cuatro calles principales, con su gente siempre de paso, las tiendas de recuerdos baratos y sus turistas con intereses superficiales. Y luego está la verdadera ciudad, aquella por la que bulle la sangre, por donde la brisa se siente y trae palabras en verso libre, esa callejuela donde la luz no penetra pero que se levanta cada mañana al ritmo de la alarma con la pasión que requiere sobrevivir a un nuevo día. Ese lugar donde se leerán y escucharán textos espléndidos y también multitud de fracasos en páginas tiradas a la basura, pero en donde, si no se remediara, quedarían para siempre multitud de relatos perdidos al fondo de algún cajón.
Acompañan a Gaby Sambucceti el poeta peruano Franco Osorio, quien idea un festival artístico tras una noche en la que sueña que va a fallecer; la escritora argentina, Micaela Szyniak, cofundadora de una librería secreta a la que sólo se puede acceder desde un privado… de nuestra cuenta de Facebook; y Darío Zalgade, el creador de la imponente plataforma de versos y discursos más precoces de la literatura hispanoamericana, Liberoamérica.
Desde Perú nos encontramos con la experiencia de la Antifil, y no, yo tampoco sabía qué era. Entonces busco y mientras espero los cuatro o cinco segundos que tarda en cargarse la web de esta (Anti) feria del libro de Lima imagino un festival que abarca un barrio entero en sus calles y plazas, en sus portales y tiendas, donde las fachadas, las actuaciones, los discursos, el ruido de los motores, las pisadas al pasar junto a mí, sentado en un escalón al borde de la acera, forman todo un acto artístico, donde el paseante, abrumado, entra a hacer la compra como cada tarde de lunes al supermercado. Y resuena entonces la sentencia de su fundador: «lo que une al ser humano… más que creo que la alegría, es el dolor». Sale con la compra en la mano, la deja en el suelo al ver el movimiento en la calle y piensa unos segundos: «no hay una marcha atrás, a uno le queda como ser un espectador o hacer uno lo que pueda, ¿no?» Él es Franco Osorio, poeta, quien lleva tres años de labor en la Antifil, poniendo en escena, eso sí, en un bello establecimiento del centro de Lima, obras de teatro y danza, música, arte, presentaciones de libros, ediciones cartoneras, fanzines, eventos performativos, sucediéndose y entretejiéndose en un discurso propio, que mana del impulso colectivo de aquella gente que, hasta hace no tanto, miraba desde su ventana.
Ya en Buenos Aires, conocemos la vivencia clandestina de una librería, agazapada a los focos de este mundo moderno. La visita es individualizada y personal, no se aceptan multitudes. Y ¿entonces?, no vender ¿a cambio de qué? A cambio de experimentar un espacio de encuentro, de recomendaciones de lecturas, de expresión de las dichas y desdichas, donde los versos expulsan el aire pesado en ese pequeño salón de una casa de habitaciones por alquiler. Lo efímero, alimentado de la energía que despliega, apoyada en la baranda del balcón, la poeta, editora y tallerista, Micaela Szyniak, mientras ve pasar a cada persona con un libro en la mano. Y yo imagino un cartel luminoso arrancado de la fachada y colocado sobre el sofá, con las sillas del comedor orlando a su alrededor. El cartel dice, ‘Luz artificial’, y ante una joven recitando versos al aire, seguramente le venga a la cabeza una nueva idea.
Y para completar, Darío Zalgade, toma el lápiz y comienza a escribir nombres en una gran hoja de papel, aquí y allá, a un lado y a otro de la ciudad, y a esbozar las líneas que los unen, iluminando barrios y ventanas. Poetas, reseñas, relatos, esperanzas, y la gente saliendo a la calle, con sus pancartas, antologías, reuniones y versos. Darío, redactor y escritor con una labor intensa en medios editoriales y su inspiradora obra, ‘Liberoamérica’. El trazo de toda una generación de jóvenes autoras y autores hispanoamericanos, a los que enlaza de forma asombrosamente sencilla y, a la vez, abrumadora, en un espacio que elude fronteras y estilos, jerarquías y largos tiempos de espera, de espera ante las puertas de editoriales y revistas que, a falta de invitación, se cierran. Un medio que se alimenta de las redes digitales, la horizontalidad y la libertad y que nos permite «ver sobre qué escribe la gente», e igual nos lleva a reflexionar si esto coincide o no con aquello sobre lo que escriben los medios de masas. ‘Liberoamérica’ es al mismo tiempo plataforma, revista digital y editorial gestionada actualmente por diversos grupos de editoras agrupadas por territorios y esfuerzos que han tomado la iniciativa.
Y así que todo se recompone, dando a conocer desde aquí a un podcast literario que ha venido a dar voz a gente, dedicada a su vez, a hacer brillar a otros escritores y artistas. Vean las posibilidades, la multiplicidad de la experiencia contemporánea (de ojos, de imágenes e ideas, de festivales, revistas, de espectadores que luego suben al escenario, de redes sociales bullendo, de gente que se mira por la calle pensando «¿dónde he visto yo a esa persona?»). Y yo que sigo con mi frustración particular desde hace tanto de agrupar a un pequeño colectivo de artistas en mi ciudad, tan cerca y, a la vez, tan lejos.
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Música del episodio: lila ¥¥