Martín Lombardo: «Me gusta tomarme la realidad como un terreno de la ficción»

Fotografía de Aymara Arreaza

Martín Lombardo (1978) es un escritor argentino, psicólogo de la Universidad de Buenos Aires y doctor en Estudios Iberoamericanos de la Universidad de Burdeos. Actualmente, es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Saboya, Francia. Publicó las novelas Locura circular (2010) y La mujer del olvido (2017, Premio Gregor Samsa). En esta oportunidad, hablaremos con él sobre su tercera novela, Silencio Pentacker o una breve historia europea (Eduvim, 2018), una obra que abre la reflexión sobre el exilio, la familia, el origen difuminado, el arte, la amistad, el amor y sus ausencias. La novela, con un enfoque centrado en el protagonista, está atravesada por la paradoja de una existencia maravillosa y a la vez miserable, propia de un sujeto que, al huir de sí mismo, busca sin querer un horizonte.

Silencio Pentacker presenta un personaje con el cual el lector puede encontrar difícil empatizar, ya que es narcisista, cínico, solitario, ególatra. ¿De dónde surgió la idea de este personaje?

Es difícil decirlo o precisarlo, en todo caso, creo que en un comienzo hubo un tono, una voz, la del personaje, que mezclaba diferentes registros, lo alto y lo bajo, la literatura y lo más popular. Desde ahí se arma la trama. Esa mezcla, además, me llevó a pensar, por un lado, en nuestra sociedad y, al mismo tiempo, en las primeras novelas latinoamericanas -pienso en Joaquín Lizardi, por ejemplo-. Me gustaba esa figura de los catrines, trabajada por Lizardi, y que reflejaba bien un cambio de época. Tomé algunas ideas de esa figura para tratar de trabajar otro cambio de época, el nuestro. Me parecía interesante introducir un personaje que piensa en los términos en que se suele pensar la sociedad -cinismo, dinero, pragmatismo, la posibilidad de comprarlo y venderlo todo- pero meterlo en otro mundo -la educación, la cultura y el periodismo- en donde, se supone, rigen otros criterios. La idea fue probar esas mezclas, y de esas pruebas sale la novela y el personaje.

Tu primera área de estudios fue la psicología, pero actualmente te desempeñás como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Saboya. ¿Qué motivó ese cambio de rumbo dentro de tu trayectoria personal? ¿Encontrás conexión entre ambos universos?

El punto de conexión es el trabajo sobre el lenguaje. Dentro de la psicología, trabajé como psicoanalista y me sigue interesando el psicoanálisis. El psicoanálisis, en parte, es una manera de trabajar sobre el lenguaje, pensar que en el lenguaje está lo dicho y lo no dicho. Más que cosas ocultas que se oponen a cosas que existen en la superficie, pensar el lenguaje como combinaciones posibles y formas de interpretarlas y leerlas. Creo que la literatura trabaja bastante con esa idea: lo oculto está a la vista, es cuestión de perspectiva.

El cambio fue por múltiples razones, algunas bastante azarosas. Pero lo cierto es que siempre estuve ligado a la literatura, de una manera o de otra. Así que no sé si lo veo como un cambio radical. Es un cambio en lo que respecta a la manera de ganarse la vida. Dar clases, ya sea de psicoanálisis o de literatura, son cosas que me gustan porque me gusta transmitir o tratar de transmitir, más que un saber, un deseo sobre un tema. Tampoco descarto volver a trabajar como psicoanalista. Trato de seguir y armar la vida, en la medida de lo posible, en función de lo que me interesa y me gusta hacer.

Durante toda la obra se perfila al personaje de Pentacker a partir de sus pensamientos, de su desarrollo interno y personal. ¿Ser psicólogo ayudó en ese sentido a construir el personaje? ¿Cómo fue el proceso?

Como te decía, el proceso fue de pruebas, de experimentaciones, de mezclar y de divertirme. Si bien tenía, desde el principio, el título y la estructura -las tres partes, los tres mundos por los que pasa el personaje-, el resto fue encontrar un tono. Una vez que encontraba el tono, se trataba de qué podía decirse de un tema a partir de ese tono. O qué podía decir el personaje. Quería, más que nada, digamos “inventar” una lengua porque así cortaba cualquier vínculo directo entre el personaje y un lugar determinado (por más que haya vínculos con lugares); así me gustaba crear la idea del exilio, o del emigrado. Además, porque la lengua, para mí, se volvió algo híbrido, a fuerza de vivir en Francia, de pasar algún tiempo en España, de estar siempre relacionado con latinoamericanos, me cuesta a veces detectar de dónde proviene una expresión, las incorporo y las uso y juego con ellas sin prestarle atención al origen.

No sé si me ayudaron los estudios de psicología. Creo que cuando se escribe, de manera más o menos inconsciente, están muchas de las ideas que uno tuvo a lo largo de su vida, y no solamente las literarias. Lo leído, sobre todo, está presente. Es cierto que leí mucho psicoanálisis, así que sospecho que de alguna manera influyó, pero tampoco podría precisarlo y decir en dónde está presente, o de qué manera. Tal vez lo más directo o cercano con respecto al terreno “psi” sea uno de los compañeros de piso del protagonista, que aparece en la segunda parte y que trabaja como psicólogo. Parte de las cosas que él ve se pueden ver cuando se circula por esos ámbitos.

¿En qué manera sentís que tu formación académica contribuyó en tu trayectoria literaria? ¿Hay autores que fueron particularmente influyentes en el desarrollo de tu escritura?

Suelo pensarlo al revés: el gusto por la literatura, el hecho de leer y tener intereses literarios bastante amplios me llevó a la tesis en literatura y al trabajo como profesor de literatura. No fue al revés. Así que las contribuciones las veo en la otra dirección.

Con respecto a las influencias, es difícil porque tiene que ver con las épocas de la vida. Hay una serie de escritores que me gustan mucho y que son los clásicos. No sería para nada original en nombrarlos.

Ahora bien, puedo decir que en cada novela me gusta experimentar cosas diferentes. Si no, me aburro. Y cuando escribía Silencio Pentacker tenía bastante presente a Flann O’Brien, por los juegos con la lengua, por la locura, por lo divertido que me resulta. Tenerlo presente no significa que sea una influencia, creo que quien escribe no sabe cuáles son las influencias que marcan el texto.

Me llamó la atención el marcado tono irónico del narrador, que es transversal a toda la novela, a su vez, la manera en que la ironía instala incertidumbre y revela la ambigüedad que existe en realidad y ficción. ¿Por qué elegiste utilizar este recurso? ¿Qué potencialidades le encontrás a la ironía dentro de la novela?

Creo que la ironía y el humor desmontan o hacen que se desconfíe del cinismo del personaje. Como si abrieran, al menos, una duda: la posibilidad de considerar que el cinismo juega como una defensa, una manera de tomar distancia del mundo porque el mundo resulta demasiado abrumador, violento, absurdo o doloroso. Y así desde el humor se revela lo menos divertido de la historia. También desde ahí pensé el giro del final, cuando en la novela ocurre algo con respecto al narrador. A partir de ahí, creo, o eso intentaba, se puede resignificar toda la historia.

La ironía la pensaba precisamente en la relación entre la realidad y la ficción. Más que pensar en representar la realidad en la ficción me gustaba pensar en hacer el juego inverso -inversión que, por otro lado, tiene una larga y riquísima tradición en la literatura del Río de la Plata, que es tal vez la que más me gusta-.

También, debo decir que no se trató de una decisión personal. O, más bien, no fue algo programático, sino que, tal vez, andaba un poco enojado con el mundo por el que me movía en esa época y me gustaba inventar un personaje que se burlara un poco de esos medios.

Es poco frecuente, al menos en Argentina, hallar autores que apuesten al humor dentro de su escritura. Considero muy valioso ese trabajo, pienso que, además de hacer reír, puede brindarnos una mirada novedosa sobre la realidad. ¿Por qué al humor le cuesta encontrar un lugar de prestigio en la literatura?

El humor, por decirlo rápido, es poner una cosa en lugar de otra. Es metafórica, en cierto sentido. Y, por lo tanto, literario. Hay humor en los grandes textos literarios. A veces puede costar, creo, porque se vincula a la literatura con lo solemne. Por ese motivo me gusta Flann O’Brien, porque le saca toda solemnidad a la literatura. Sacarle la solemnidad no implica que no se la tome en serio, sino que no se la sacraliza; creo que las sacralizaciones son siempre mortuorias, y la literatura -y el humor-, al revés, quedan del lado de la vida. Al menos así lo entiendo.

Y si el humor es poner una cosa en lugar de otra, pienso que también había una cierta crítica política. No lo sé. Suena un poco ampuloso decirlo así, pero pensaba en la crisis europea, y pensaba en los jóvenes a los que se contrataba por dos mangos -jóvenes, por otro lado, con diplomas y lenguas- para cuidar las obras en construcción de edificios construidos con las especulaciones de los bancos, una de las causas principales de la crisis. Pensaba en los discursos políticos -y ya no sólo europeos- en donde se reivindica la educación, pero a la hora de invertir y de pagar a maestros, docentes o poner dinero en infraestructura se alude siempre a la crisis. Pensaba como respuesta un profesor que responde a ese sistema, a esa manera cínica de la política de observar la educación, con la misma lógica: la lógica de los juegos de azar por dinero. La educación, una moneda al aire, un caballo de carrera, una apuesta. (Cuando escribí no sabía que unos años más tarde, de hecho, pasó hace unos meses, en Francia se cambió el sistema de ingreso en la universidad y de ahora en más pasa, en gran parte, por un algoritmo de una computadora: no estamos lejos de la moneda en el aire, lamentablemente).

Es muy interesante cómo Pentacker ve en el exilio una manera de huir del pasado, que inevitablemente lleva consigo. ¿Guardan relación tus travesías personales con el tópico latinoamericano del exilio?

Quizás la relación de algunos paisajes comunes y viajes comunes. Algunas ciudades. Barcelona, tal vez. Y ciertos lugares de Francia, esa Francia lejana a París, que a veces pareciera invisibilizarse en la literatura que sale de Francia y viaja al extranjero.

No tanto el tono, la mirada sobre el mundo, ni mucho menos las cosas -o ciertas cosas- que hace el personaje. Quizás lo que más pueda parecérsele al personaje -o en lo que yo puedo parecerme un poco al personaje- sea ese vínculo entre la realidad y la ficción: me gusta tomarme la realidad como un terreno de la ficción. Me gusta ver la ficción en la realidad. Pienso en la ficción como en una trama, un relato, un discurso con efectos en la realidad; no pienso en la ficción como en una mentira que se opone a la verdad de la realidad.

¿Hacia dónde se encaminan tus próximos proyectos?

Siempre estoy escribiendo. Leer y escribir son dos de las cosas que más me gustan. Después, cada tanto, cuando se da, aparecen publicadas algunas cosas. En estas semanas, sale un cuento mío en una antología de cuentos; a la antología la publica una editorial española que se llama Magma. Tal vez el año próximo o el otro salga otra novela. Veremos. Más que en proyectos, funciono por impulsos y deseos de escritura. Pienso y disfruto más de la escritura que de las publicaciones. Ahora estoy entusiasmado escribiendo una novela bastante diferente a las que publiqué; un texto bastante intimista, sobre un tipo que está solo en una casa, pasando algo parecido a un duelo, pensando qué hacer con su novia, con su hija, con su vida.

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