El entuasiamo Precariedad y trabajo creativo en la era digital
Remedios Zafra
Premio Anagrama de Ensayo 2017
Editorial Anagrama.
La actualidad de los trabajos creativos y de los proyectos artísticos está signada por la constatación de que la remuneración siempre debe tener mayor peso simbólico que ceros a la izquierda. Es cosa de acabar una carrera de ciencias sociales o de humanidades para entrar en un engranaje sin fin, donde se deben quemar bastantes etapas antes de tener un contrato que valga la pena. La destrucción de la estabilidad en el mercado laboral hace notar a importantes académicos y teóricos tan diferentes entre sí como lo pueden ser Wendy Brown, Ramón Grosfoguel, Rosi Braidotti u Owen Jones. Quienes nos señalan desde sus diversas epistemologías que el tiempo posterior a la crisis de 2008 no es una mera curva, sino es más bien un descenso a un tiempo futuro donde la norma será la precarización y el pluriempleo.
Los tiempos keynesianos se han ido o sobreviven en determinadas parcelas donde parece inminente el gran desembarco de Normandía del capitalismo, el cual se define a sí mismo cada vez más partidario del liberalismo clásico que dotó a Pinochet, Thatcher o Reagan de un afilado argumento teórico para justificar todo tipo de obstáculos económicos a la clase trabajadora y a la clase media. Es en ese contexto inestable y violento donde este ensayo emerge como una voz de alegato, que además busca realizar una radiografía de una situación que afecta al desarrollo profesional de miles de personas que deben gestionar más sus ánimos y sus afectos que una estabilidad económica que sea reflejo de la pasión y del talento que está detrás.
Desde la aseveración de la precariedad como norma imperante en los comienzos del siglo XXI inicia Remedios Zafra un extenso ejercicio crítico sobre la realidad que padecen tantos artistas, académicos y trabajadores digitales. Una realidad cercana y muchas veces analizada siempre de forma aséptica o bajo el imperativo de las cifras de estadística. Una sociedad globalizada que organizada toda una orquestación cultural bajo símbolos y alicientes de todo tipo para mantener siempre en vilo el anhelo de la movilidad social y el desempeño de trabajos con esperanza de ser mejor remunerados. Trabajos que cumplan con el siempre difícil requisito de ser además parte de una pasión que cohesione una forma integral de desarrollarse en el mundo.
Al comienzo de este ensayo, Zafra nos recuerda que para Adam Smith en el siglo XVIII las palabras estudiante y pordiosero eran casi sinónimas. Al moverse por el mundo becario, el creador y el académico van postergando su vida adulta si esta se entiende como estabilidad. Trabajo mal o nada remunerado que apela al entusiasmo, concepto que acuña la critico para definir a esa emoción que surge cuando se realiza un proyecto con vocación y que el mercado mal remunera, para mantener de forma intacta intereses de pocos privilegiados. De esta forma, se normalizan condiciones laborables deplorables amparadas en una ambigua legislación. Desde aquí se pone en circulación toda una maquinaria para subsidiar a todos estos pobres que crean desde sus entornos digitales individuales, en la figura de la habitación-casa de la que se habla a menudo en el texto. Creadores que deben conformarse primero con los likes de Facebook antes que de una nómina que sea el reflejo de varias horas de trabajo y aislamiento. Desde el inicio del análisis comprendemos que el apoyo a la práctica creativa no deja de ser celoso de su propio poder y muy consciente de materializar la competencia y estimular cierta meritocracia en vez de potenciar lazos de solidaridad. Así observamos: «Cómo el mundo cultural es mantenido por colaboradores a tiempo parcial, entusiastas becarios y figuras diversas para la gestión de redes (nombradas, a ser posible, en inglés y pagadas con audiencia y reglones de currículum)» (P. 25).
La pasión por el trabajo moviliza a miles de personas que desean dedicarse a los que les entusiasma, a lo que los define como sujetos. Recordando el origen conceptual del entusiasmo, la autora toma la figura mitológica de las Sibilas para crear un personaje narrativo. El arco argumental de la historia de Sibila es paralelo a las exigencias teóricas que se propone el ensayo. Así, el entusiasmo es definido por ese fuego interno que permite el movimiento apasionado de las y los sujetos y de sus cuerpos. Para así exagerar una actitud vital para la obtención de un empleo o de una actividad que a veces parece confundirse con el hobbie. Personas que van hilando sus proyectos de forma jubilosa, esperando que algún día cercano puedan vivir de su creatividad de una forma holgada. Una actitud que relaciona Zafra con algo muy personal del individuo: «Creo que el entusiasmo íntimo y creativo señala posiblemente una de nuestras primeras muestras de verdadera libertad» (P. 31). El mercado neoliberal ha comprendido bien como aprovecharse de este ímpetu de libertad y por eso los mecanismos de seducción que emplea atacan directamente al deseo de superación.
El poderoso entramado capitalista que se teje en las redes es uno de los asuntos donde más se reflexiona. Lo que importa es ser visto y ser querido, estar presente en la redes sociales y ser aceptado por lo que se refleja. Se entiende así que las personas se transforman en mercancía; su imagen es su producto. Las relaciones de poder que se construyen se basan bastante en esta capacidad de acumulación de intangibles, de cuestiones no físicas pero sí percibidas en la fantasía del entorno digital. La figura de la creadora y del creador ha sido idealizada, de forma infantil, permitiendo alimentar una forma de vivir en base a una reputación digital que el mercado gestiona, para perpetuar la competencia y el mérito. Zafra lo detecta bien cuando menciona la mitificación masculina del éxito. La fascinación por la meritocracia de todos esos varones blancos heterosexuales, occidentales, que logran alcanzar la cima del éxito empresarial desde sus garages. Esta narrativa, repetida como mantra, cala hondo en el sector. Olvidando, por supuesto, todo el contexto que está detrás de los aclamados Jobs o Zuckerberg y que en realidad lo único que vence y se impone de forma férrea es la desigualdad social, ecónomica, política, de género, etc.
En el ensayo se describe una realidad por donde transitan doctorandos, becarios, artísticas. Personas que están acostumbradas a oír que son la mejor generación, la mejor preparada y que disponen de todas las ventajas de las que carecían sus abuelos. Es en esa realidad donde el colectivo de las trabajadoras es el que más sufre las injusticias del sistema de la cultura-red.
Cuando la mujer deja la esfera privada para hacerse paso en la esfera pública, se encuentra realizando los trabajos peores remunerados y toda su proyección se intenta detener cuando se le recuerda su capacidad biológica reproductiva. No es rentable para el mercado, ya que se le asigna a la mujer los espacios de mayor inestabilidad. Mientras que al mismo tiempo sus compañeros varones tienen mayor facilidad para seguir la narrativa mitológica del hombre de éxito: «Mientras que las mujeres habitan esos otros trabajos de mediación y comunicación donde la tecnología es usada para atender y escuchar problemas (infinito ejercito mundial de precarias teleoperadoras, en algún momento entusiastas). Para las mujeres, además, son los trabajos peores pegadas y a tiempo parcial (la maternidad asusta, la maternidad sentencia); y la precariedad se feminiza como nudo de los trabajos que difícilmente emancipan» (P. 191). Entornos laborales que no permiten la estabilidad y están bajo la apariencia de contratos por obra, que viene a ser lo mismo que tener un contrato indefinido pero sin las ventajas que tienen los contratos indefinidos y con todas las desventajas de los contratos parciales.
Al estar destinada en esa esfera doméstica, el entusiasmo operaba en las mujeres como una especie de recompensa por la preocupación del mantenimiento del hogar. Su trabajo doméstico no remunerado era compensado por las muestras de afecto de un marido y una familia agradecida por la exclusiva dedicación. Algo parecido sucede con los trabajos que realizan los entusiastas, los cuales reciben afecto, visibilidad, líneas en un curriculum, descuento o cervezas gratis en un bar por leer unos poemas o unos likes que dan prestigio. La realización es emocional y se gestiona en redes por donde transita el capital de forma invisible para quienes sostienen la arquitectura digital.
En ese entorno familiar, de trabajo no remunerado económicamente, la mujer es la que sostiene la maquinaria de los demás agentes económicos. Zafra emplea el término prosumo, el cual acuño en su libro anterior (h) adas. El término define el enlace de prácticas domésticas con prácticas en la red: «el prosumo doméstico ha sido considerado consumo productivo donde han estado presentes la producción de bienes y servicios. Un consumo fuertemente feminizado que ha caracterizado el trabajo en el hogar y la elaboración de bines – no remunerados – proporcionando un excedente de dinero o de tiempo para que habitualmente los otros que viven en casa puedan leer, formarse, jugar, sanar, descansar, crear o desarrollar actividades sí pagadas (…) Tengo la sensación de que no pocas formas de precariedad en las redes se sustentan en el prosumo, bajo espejismos de solidaridad, novedad y vocación apoyados en trabajo colectivo y feminizado» (P. 199-200).
El entusiasmo es una audaz radiografía del sector creativo en España, donde son las mujeres las que padecen con mayor violencia esta precariedad corrosiva. En 250 páginas vamos siguiendo la historia de Sibila, sus relaciones con el hombre fotocopiado, con Spingel y con la ciudad de la estadía de la beca y el propio pueblo natal. A la vez que se examina la herida que supone la precariedad en el complejo escenario de la gestión cultural en la era digital.