Ángela Berbetti: «Adela Zamudio siempre es coherente en su total repudio hacia la violencia»

Conocí a Lucía Pérez de Argentina por un poema de la poeta rosarina Emilia Pérez, un poema/denuncia que a modo de mantra o conjuro, cuenta la historia de la muerte de Lucía. A sus dieciséis años la mataron de dolor y la dejaron sin justicia.

En Bolivia, este año sucedieron 85 feminicidios en nueve meses según un reporte de la Fiscalía General del Estado, esos son los denunciados, quién sabe cuántos más sucedieron. El feminicidio no es un típico homicidio, porque ocurre como consecuencia de formas de violencia sucesivas, una tras otra, una tras otra hasta que terminas asesinada por ser mujer, por identificarte como mujer. El feminicidio es un crimen de odio y en Bolivia muchas veces la prensa lo presenta como sinónimo de crimen pasional, tenemos la violencia y la pasión enredadas y consumimos estos conceptos como uno solo.

Estamos en 2018, nuestra lucha nos ha permitido conquistar derechos como votar y elegir, estudiar y tener el trabajo que queramos, se supone que estamos “empoderadas” pero,  ¿de qué sirven todos esos logros si nuestros hogares siguen siendo el lugar menos seguro para nosotras?, si no podemos salir a explorar el mundo solas o acompañadas de otras mujeres porque aumenta el riesgo de no volver a nuestras casas, si nos violan y nos matan, si no podemos tener justicia o certeza al denunciar. Sobre esas violencias cotidianas y no tanto, ya escribía Adela Zamudio en el siglo XIX, escritora, precursora feminista, educadora y transgresora boliviana.  Adela cuestionó no solo los roles de género, sino también el adoctrinamiento religioso en las escuelas y visibilizó la violencia silenciosa o invisible como lo plantea Ángela Zambrana Berbetti, graduada en filología hispánica de la Universidad de Salamanca, España en su trabajo de fin de grado que titula Líneas silenciosas: Imbricación textual de la violencia en los cuentos de Adela Zamudio.

Adela es una de las figuras más importantes en Bolivia de finales del siglo XIX. El 11 de octubre se instituyó como Día de la mujer boliviana en su honor, un día que más allá de las felicitaciones y agradecimientos por ser bellas y dadoras de vida, más allá de ser una oportunidad para regalarnos un día libre de trabajo o daiquirís en bares, nos recuerda la lucha feminista y todo lo que se ha logrado y todo lo que nos falta alcanzar para ser verdaderamente libres y dignas. A pesar de tener un día en su honor, que fue instituido por la primera y única presidenta de Bolivia, Lidia Gueiler, no tenemos la literatura de Adela tan presente como deberíamos. Poemas como Nacer hombre, escrito en el siglo XIX, son tan actuales que duelen.

Fragmento Nacer hombre

Ella debe perdonar
Siéndole su esposo infiel;
Pero él se puede vengar.
(Permitidme que me asombre).
En un caso semejante
Hasta puede matar él,
¡Porque es hombre!

Adela
Arte cortesía de Graciela González

Tanto en su poética como narrativa, Adela Zamudio visibiliza la violencia, a veces escondida, a veces expuesta con descaro e hipocresía. Ángela analizó justamente estas formas de violencia que nos moldean como personas, que se pasan de generación en generación, que algunas personas las llaman costumbres y que aunque aleguemos demencia, están ahí, como un mueble más en nuestro dormitorio, en nuestra cocina, en la oficina, la escuela, o como una bolsa de basura en nuestra calle, barrio, en fin, en nuestra vida.
Somos parte de esta violencia a veces intertextual, otras explícita y reaccionamos, nos indignamos en silencio, salimos a gritar a las calles, o seguimos perpetuando y moldeando nuestras vidas entorno a ella.

Antes de dialogar con Ángela, pensaba enfocarla al oficio de escritora siendo feminista pero mientras escribo y tengo tan fresca la protesta de María Galindo (activista feminista de Mujeres Creando) arrojando pintura roja al palacio de gobierno contra los cientos de casos de feminicidio, violación, abusos y acosos sexuales sin resolver, sus palabras me retumban y siento que es necesario hablar de estas líneas silenciosas.

Ángela, ¿cómo fue tu proceso de acercamiento a la obra de Adela Zamudio antes, durante y después de tu investigación?

Zamudio como personaje histórico siempre estuvo presente en mi educación y/o formación. No obstante, me di cuenta de que al irme a estudiar al extranjero se me borraba la oportunidad de leerla y estudiarla a profundidad. Conocía su poema «Nacer hombre», algo había hecho por la educación y también sabía que la habían excomulgado. Pero no le presenté nunca la debida atención a su producción. En el colegio no la leímos. Como les pasa a muchos, y los investigadores de Zamudio siempre apuntan, mi acercamiento era mínimo y casi más biográfico que literario. Después de la investigación la cosa se volcó de manera casi «extrema». Le «quité la cortina» por metaforizarlo de alguna manera. Todo porque hablamos sobre mujeres escritoras del siglo XIX en una clase de Literatura Hispanoamericana del siglo XIX en la universidad. Me extrañó que no habláramos de ella, que no la conocieran en España. Y ahí me puse a leerla y a elaborar un trabajo que se convertiría en mi trabajo de fin de grado. Su narrativa me pareció potente, llegaba de manera extraordinaria a reflejar una serie de males sociales que además podrían considerarse actuales. Elevaba una voz en la literatura boliviana a la que se le da mucho nombre pero pocas líneas de análisis. Era contemporánea a muchas otras mujeres escritoras del siglo XIX en Hispanoamérica y gracias a eso me empecé a cuestionar lo que es el «canon» de escritores. Para mí Zamudio siempre fue canon por su repercusión histórica, pero de sus letras y la terrible actualidad de las mismas poco se hablaba.

¿Cuáles crees que son los dolores morales vigentes en la actualidad? ¿Crees que siguen presentes en la literatura escrita por mujeres?

En mi análisis enuncio la violencia sistémica como el marco en el que se insertan esos ejemplos de dolores morales materializados en los cuentos de Zamudio: violencia contra la mujer y maltrato infantil. A partir de las fuentes que consulté sobre casos de maltrato y/o violencia reales pude darme cuenta de que ninguno de ellos se había erradicado. En Bolivia diría que todavía persiste esa jerarquía familiar donde el padre, como el padre de Taruca en «Noche de Fiesta», ejerce un rol autoritario y a veces violento ligado a la carga por considerarse el único sostén de la familia. Su recurrencia a la violencia física no es justificable, pero creo que está claro que se liga perfectamente a unos roles sociales. Hace una semana, también, leí sobre un parricidio en España. Así que sí te diría que están muy presentes. Creo que hay un amplio desarrollo del tema en la literatura escrita por mujeres al ser una vivencia directa, pero recuerdo también haberme enfrentado a textos de escritores hombres en referencia a estos temas. Lo que sí creo es que la atención y/o el foco sobre estos temas en nuestro presente está viviendo un «auge» entre las autoras mujeres como lo hizo en la época de Zamudio.

¿Qué opinas del cuento como herramienta política?

Para mí la literatura en general no está ligada u obligada a tener un compromiso social. Creo que lo interesante de ella es esa diversidad de temas y/o manifestaciones que se producen en ella, algunas más comprometidas, otras más metafísicas. Ahora bien, creo que para ser considerado una herramienta política el cuento no tiene necesariamente que tener unos fines específicos (un ejemplo de esto serían los cuentos en «Sangre de Mestizos» de Augusto Céspedes). Llevar al lector a una reflexión ligada a su contexto social es tomar una posición política de lo que se quiere reflejar. Los cuentos de Zamudio se «desvisten» como herramienta porque acaban por evidenciar un acto violento construido en un marco específico. Eso es política, toma una posición/opinión y la convierte en literatura. Y no es algo malo, solo que el lector debe también considerar, siempre que lee literatura, que está leyendo un punto de vista, no una verdad.

¿Crees que Adela Zamudio era consciente de su propio discurso?

Difícil de saber. Esta pregunta es el pavor de todos los investigadores (los autores vivos discuten, los muertos no confirman). Jaja, no, a ver, por lo que he podido leer en sus artículos de periódicos como el de «Por una enferma» creo que Zamudio siempre es coherente en su total repudio hacia la violencia. Y además, creo que siempre supo ver más allá de la mera manifestación violenta de los hechos. También se evidencia que era una mujer criada en alta sociedad con lo cual hay cierto elitismo en su discurso. No sé si era consciente de a qué nivel de profundidad estaba llevando la construcción de su discurso, pero sí creo que sabía hacia dónde lo estaba dirigiendo.

En tu tesis hablas del estupor como emoción provocada por el dolor moral, ese reconocimiento de la violencia invisible (si estoy mal me corriges), ¿Puedes explicar en breve este concepto?

Vas bien encaminada. El estupor es la emoción que reconocemos a través del texto. Se trata recorrer el camino de lo violento desde nuestros pies, es decir, reaccionar a ello. Cuando nos vemos a nosotros mismos en medio de ese retrato literario de la violencia, cuando lo violento subyace entre las líneas del texto, el lector llega a esa emoción. El concepto no es mío, lo obtuve de un artículo de Héctor Leiva para el análisis de otros textos literarios y él lo definía con lo que decía en su momento en el diccionario de la academia: «un estado de alteración emocional e intelectual que se configura simbólicamente en la representación estética». Es decir, es una consecuencia del texto, casi podría decir que un diálogo en el que lector/texto reaccionan al cuadro violento que se ha presentado. Ahora, si buscás ese concepto en la nueva versión del diccionario solo tenés «asombro, pasmo». Para mí no le hace justicia, porque creo que no se puede explicar la reacción que provoca retratar la violencia en la literatura.

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Ángela Z.Berbetti en la Universidad de Salamanca, España. Fotografía cortesía de Ángela Z. Berbetti
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