Caminando sin apuro
por las calles taciturnas
de mi aparecer intranquilo
supe encontrar a alguien
que me llamaba en el silencio.
Y en aquel silencio agitado
de las dos de la tarde en verano
ese alguien me miraba
con la tranquilidad galopante
de quien espera lo inesperable.
¿Qué tanto puede mirar
alguien que en su mirada encuentra,
entre soplos de palabras,
toda la verdad de su propio ser
por tanto tiempo ignorado?
Y así, en las calles silenciosas
de aquella siesta que moría
con el lánguido sol de la mañana,
me topé con el alguien
de mirada rebelde y turbulenta.
Y en ese alguien de palabras silenciosas
(me) encontré a mí misma
reflejada en los ojos conflictivos
de las realidades pasadas
que nunca dejaron de perseguirme.
Por las calles (no tan) taciturnas
corrí para escapar de mis demonios
solo para hallarlos de nuevo
asomándose con intranquilidad
en la mirada que me devuelve el espejo.