Recibimos el 2019 con nueva entrevista minimalista en El sótano del ornitorrinco; en esta ocasión, contamos con Adriana Bañares (narradora, poeta, editora, librera y gestora cultural). Deseamos que disfrutéis de sus más que interesantes respuestas.

Adriana Bañares (Logroño, 1988). Estudió Filosofía en la Universidad de Valladolid y Bayreuth (Alemania). Editora de Aloha Editorial. Autora de La niña de las naranjas (Ediciones Emilianenses, 2010), los poemarios La involución cítrica (Editorial Origami, 2011), Engaño Progresivo (Fundación Jorge Guillén, 2012), Ánima Esquiva (Editorial Excodra, 2015), Ave que no vuela muere (Ediciones Oblicuas, 2015) y la plaquette A la memoria de los peces (Ediciones Deliciosas, 2015). Dirige y coedita la publicación fanzinera independiente La Fanzine. Ha participado en varias antologías: Viscerales (Ediciones del Viento, 2011), El descrédito: viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline (Lupecarlia, 2013), El laberinto mecánico (Esdrújula Ediciones, 2015), entre otras. Ha coordinado la antología de poesía erótica Erosionados (Editorial Origami, 2013).
¿La poesía sirve para algo?
¡Por supuesto! Tanto para quien la escribe como para quien la lee. A mí me sirve, desde luego. Me acerqué a leer a los coetáneos durante la universidad, a través de un colectivo literario maravilloso (mi corazoncito siempre recordará el COLMO), y desde entonces no he parado de indagar y de conocer nuevos autores y formas poéticas. Creo que hay un cierto parecido entre el entusiasta de la poesía y el de la música: el descubrimiento, la admiración, el coleccionismo; teniendo en cuenta, además, dos variantes que la hacen tremendamente especial en el mundo editorial: que la mejor poesía se esconde en la edición independiente, y que – quizá por esto mismo, también – la poesía se descataloga enseguida.
¿Qué no es poesía?
Voy a seguir al hilo de la anterior pregunta. Cuando un poema me estremece, me llega, me salva, es porque funciona como una obra de arte: transforma el dolor en belleza. Hace bello lo que no lo es. Yo creo que eso es fundamental para hacer daño. Y, cuando escribo, tengo clarísimo que mis palabras tienen que conformarse en torno a un ritmo. Tienen que fluir, y tienen que ser precisas. Por supuesto, crear imágenes. Esto me lo enseñó en mis años de universidad una compañera de piso que estudiaba interpretación. Yo estaba nerviosísima porque iba a leer mis poemas en un bar, y ella me aconsejó que visualizara las imágenes de mis poemas mientras recitaba, que las imaginara, para transmitirlas al público. Eso es algo que en el escenario funciona fenomenal, y que por supuesto, hay que transmitir en el papel también. Para mí un poema tiene que tener esa contundencia y esa belleza que sólo se consiguen con imágenes muy nítidas. No sé, me viene a la cabeza ese «la vida cabe en una gota», del poema Anoche, de Carilda Oliver. Carilda habla ni más ni menos que de una gota de semen que se ha quedado en la cama después de una noche con su amante.
No sé decirte qué no es poesía. Sé lo que no me gusta y lo que sí. Me gusta la poesía que transforma, que juega con el lenguaje, que crea imágenes, que me lleva a una imaginación ajena, que me remueve.
Hay una poesía que ahora vende mucho, en la que no encuentro nada de esto, y por lo tanto, no me convence.
El momento más vergonzoso de tu vida como artista fue…
Buah. Pues no sé qué decirte. Mira, ya lo adelantaba un poco antes. Cuando empecé a recitar en público era súper súper tímida. No te puedes hacer a la idea. Yo era tan tímida que a veces me dejaba los exámenes sin terminar porque me quedaba sin folios y me daba una vergüenza terrible levantarme en medio del silencio y cruzar el aula hacia la mesa del profesor para coger más folios. En serio. Ese era el nivel. Entonces, claro, ¿cómo afronta el pánico escénico una persona así? Pues, en mi caso, bebiendo. Me acuerdo de un recital al que fui invitada en León, en un ambiente además súper formal. No era un bar, vamos. Bueno, pues estaba tan ciega que apenas lograba leer mis propios poemas. Había alguno que directamente me lo inventé sobre la marcha. Buah, un desastre. Nunca más. Lo recuerdo con muchísima vergüenza. Cuando te subes a un escenario, te debes al público que ha ido a escucharte. Hay que dar lo mejor de uno mismo, y si no lo vas a hacer, es mejor que te quedes en tu casa.
¿Dónde están las musas?
Pues las musas no sé, la verdad. Yo creo que se quedaron en la antigua Grecia. Yo no siento que me visite nadie cuando me pongo a escribir. Siento un impulso cuando me da una punzada el recuerdo, o cuando me asaltan las dudas, o cuando asisto a un fenómeno de la naturaleza. Viví mucha parte de mi infancia en la casa familiar, en el pueblo, en el patio de la casa, y toda esa fauna pequeña, esos insectos, las arañas, las lagartijas, siempre me han fascinado (y aún lo hacen). Creo que en mi poesía confluyen estos elementos: la naturaleza, el conflicto entre la tierra y el asfalto, los recuerdos de mi infancia, y los conflictos personales: las dudas, las emociones.
Me estoy enrollando muchísimo, ¿eh? Ya, lo siento. Antes no lo dije, pero lo digo ahora: escribir a mí me sirve para interpretarme. Igual que se pueden interpretar los sueños. A mí, poner mis emociones sobre el papel y desgranarme en palabras me sirve. Me ayuda a conocerme y a enfrentar mis miedos.
¿Qué libro te hubiera gustado escribir?
El libro que me hubiera gustado haber escrito es el que empecé a escribir en el 2012 y que ahí está, muerto de risa.
La palabra más hermosa del diccionario es…
Mira, hace poco me descubrieron un riojanismo que me encantó: «recaya». Es el camino que se hace por el paso humano, como una trocha, un sendero. Ni siquiera está en el diccionario. Últimamente me estoy interesando por las palabras de La Rioja. Hay verdaderas joyitas.
¿Amor o desamor como tema universal poético?
El desamor funciona tan bien. Es que del dolor salen cosas tan hermosas. El amor es hermoso, el sentimiento, vivirlo, el amor es todo, no sé. Es algo que hay que vivirlo, y por supuesto que nadie se quede sin amor, por dios. Pero el desamor. Hostia puta. El amor es tan maravilloso que su pérdida es demoledora. Y es tan contradictoria. Cuando creamos a partir del desamor es que nos volvemos locos, es que no hay otra manera, porque confluyen una inmensidad de sentimientos encontrados.
¿Libro impreso o libro electrónico?
Yo soy fan de las buenas ediciones. Un libro bien editado me vuelve loca. No soy detractora del libro electrónico ni mucho menos. Funciona fenomenal y si eres una persona que viaja mucho, el libro electrónico te da la opción de poder llevarte multitud de lecturas en la maleta. Yo lo usé cuando viví fuera, durante mi Erasmus, y vamos, encantada de la vida. Pero poder leer agarrando, eso es otra historia. Tocar el papel, olerlo, subrayarlo. Yo no cuido nada los libros. Cuando un libro me gusta, lo destrozo. Y me gusta, me gusta resobarlo. Si ves un libro mío apenas tocadito, significa que no me ha gustado mucho.
Último libro leído.
En poesía, El viento ya está escrito, de Jorge Pascual (Menguantes, 2018).
¿La literatura da de comer?
No. A alguien igual sí, pero en el mundo en el que yo vivo, no.
¿El arte ha muerto?
No, por Dios.
Un libro que no recomendarías bajo ninguna circunstancia.
Qué difícil. Bueno, yo trabajo en una librería. Mi trabajo es ayudar a la gente a encontrar el libro que busca. Si van a poesía, tengo muy claro qué recomendarles. Hay libros que están en la sección de poesía, ocupando en su totalidad la mesa de novedades, que trato de evitar.
¿La pastilla roja o la azul?
La pastilla roja tiene toda la pinta de ser Lexatin. Creo que me voy a tomar la azul.
¿Protagonista o secundario?
Mira, te voy a decir una cosa. ¿Recuerdas que te dije que era brutalmente tímida? Cuando era adolescente, creo que tenía trece años, empecé a escribir un diario. Una tarde, estaba en el chamizo con mis amigos y me fijé alrededor. Todas las vidas que veía tenían algo que contar. Estaban hablando entre ellos, les estaban pasando cosas. Me di cuenta de que al llegar a casa, cuando me pusiera a escribir en el diario, no hablaría de mí, porque yo era tan sólo la chica rara que se sentaba en un rincón sin hablar con nadie. Esa certeza me aterró: no ser protagonista de mi propia vida. Yo no quiero ser una simple secundaria. Sé que lo soy. Vamos a ver, en el mundillo poético no soy nadie. Apenas me tienen en cuenta para nada. No tengo amigos siquiera. Pero ya no me quedo en un rincón sin decir nada. Estoy aquí, escribo, vivo, me manifiesto.
Si fueras un personaje de ficción serías…
Buah, yo qué sé…
Una serie recomendable y una película olvidable.
Mi serie favorita de todos los tiempos es Six feet under. La estoy volviendo a ver, y me sigue encantando. Cuando la vi la primera vez me sentía más cerca de Claire, por edad, ahora ya soy más Brenda. Me gusta volver a verla con otra perspectiva. Recomendaría también I love dick y Sharp objects.
¡Una película olvidable! Madre mía. Miles. Hay una película que me insultó: Tímidos anónimos (Jean-Pierre Améris, 2010). No sé si fue problema de la traducción, pero los protagonistas no son tímidos, sino que tienen un verdadero problema emocional. No sé qué vi, de verdad. Una percepción muy desacertada de lo que es ser tímido e introspectivo. No me gustó nada.
Un director de cine y un disco de cabecera.
¡Qué difícil! Bueno, me voy a ceñir a los últimos años. Me ha fascinado descubrir a Yorgos Lanthimos y escucho muchísimo a Lana del Rey.
Si existiera la posibilidad de resucitar a una celebridad por un día para tener una interesante conversación, ¿a quién elegirías?
Unos gins con Anne Sexton me tomaba.
Un momento histórico.
La decisión de volver a Logroño, aunque pensaba que más valía vivir en la precariedad absoluta en Madrid que en la opulencia en provincias. Tampoco es que viva en la opulencia, pero qué tranquila estoy, señor.
Un consejo para no tener en cuenta.
Más vale malo conocido que bueno por conocer. Quien te diga este dicho es un absoluto cretino. Vive. Arriesga.
Mil gracias, Adriana, y ánimo con todos tus proyectos.
SOBRE LA CULPABLE DE ESTA SECCIÓN MINIMALISTA: ANA PATRICIA MOYA
Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Ha trabajado como arqueóloga, bibliotecaria, documentalista, etc. Actualmente, se busca la vida como puede y dirige el Proyecto Editorial Groenlandia. Su obra más reciente es Píldoras de papel (poesía; Huerga y Fierro, 2016). Sus textos aparecen en distintas publicaciones de Europa e Hispanoamérica, digitales e impresas, así como en antologías literarias; también ha obtenido algún que otro premio por sus despropósitos lírico-narrativos, siempre como la eterna finalista. Ha sido traducida parcialmente a varios idiomas. En breve publica La casa rota (Versátiles Editorial, 2019).
POSDATA: Para las interesadas en participar en la tercera parte de Estrías de luz y sombra (poesía lésbica española y contemporánea; primera entrada y segunda entrada), aquí tenéis las bases. Se agradece también que compartáis.