Pon una nivola en tu vida

Acabo de terminar de leer Niebla (1907), de Miguel de Unamuno. Un clásico, que diríamos todos. Era una lectura que hacía tiempo que me rondaba la cabeza, sobre todo desde que vi un capítulo de la popular serie La que se avecina, en la que los personajes, entes de ficción, suplican a su creador conocer el mundo real, lo que los lleva a reflexionar sobre su verdadera existencia y la negación de la misma. Y me di cuenta de lo genial que era esta idea que se inspiraba claramente en la conocida novela de Unamuno, la cual no se había incluido en el plan de estudios que yo había cursado en la universidad y a la que apenas me había asomado.  

Ahora, una vez leída la novela, me vienen a la cabeza muchas ideas, una de ellas es la necesidad de escribir sobre Niebla como una novela tremendamente moderna y actual en muchísimos aspectos. Es más, todos los profesores deberíamos incluirla como lectura en bachillerato, pues trata varios temas necesarios para formar ciudadanos íntegros y reflexivos. 

Todos conocemos, o a todos nos suena el trasfondo filosófico de Unamuno, quien en todas sus obras ensayísticas y literarias reflexiona sobre cuestiones existencialistas y sobre temas relacionados con la realidad española del momento. Pues bien, eso mismo es lo que hace en esta novela, o como a él le gustaba llamarla: nivola, pues no sigue los preceptos que, a principios del siglo XX, se le exigían a una novela (narrador o argumento, por ejemplo). A través del protagonista, Augusto Pérez, incluye temas como el suicidio, la patria, el sufrimiento, el arte, la muerte… Y aquí veo una de las genialidades de Unamuno: en lugar de parecer un tratado pesado de filosofía, nos habla de esos temas tan profundos por boca de los personajes y del propio Unamuno con una naturalidad y sencillez que hacen que la lectura fluya e incluso provoca la risa en muchos momentos. Podríamos decir que serían posibles dos lecturas con distinto grado de profundidad, algo que me recuerda a las famosas lecturas macho y hembra que desarrolló posteriormente Julio Cortázar en Rayuela. Podemos empaparnos de pura filosofía explicada desde el humor y con un lenguaje carente de frases vacías, tal y como critica Víctor en la nivola. O podemos quedarnos solo con el juego humorístico de palabras, al que por cierto envuelve un halo cervantino.

 Está claro que uno de los motivos de la actualidad de esta novela es que temas como la existencia, el miedo a la muerte o el suicidio, son temas universales porque todos en algún momento de nuestra vida los experimentamos, en nuestras carnes o en personas cercanas, y todos podríamos establecer largos debates sobre ellos. Pero una de las cosas que quiero destacar es la vertiente poética de Unamuno, que en su momento fue duramente criticada y que parece que ha caído en el olvido, pues hoy ningún profesor y ningún temario de literatura, me atrevería a decir, estudia en profundidad la creación poética de Unamuno. Augusto, en dudas ante su situación amorosa agónica, pide consejo a Víctor y este le insta a “devorarse”. Una metáfora del suicidio, de la autodestrucción, que recurre a los instintos más ancestrales y animales del hombre, recorre la mente de Augusto en los últimos capítulos de la nivola y provoca un original desenlace. Pero la prueba definitiva del genial poeta son los versos que Elvira, mientras toca el piano, inspira a Augusto: 

«Mi alma vagaba lejos de mi cuerpo  
en las brumas perdidas de la idea,  
perdida allá en las notas de la música  
que según dicen cantan las esferas;  
y yacía mi cuerpo solitario  
sin alma y triste errando por la tierra.  
Nacidos para arar juntos la vida  
no vivían; porque él era materia  
tan sólo y ella nada más que espíritu  
buscando completarse, ¡dulce Eugenia!  
Mas brotaron tus ojos como fuentes  
de viva luz encima de mi senda  
y prendieron a mi alma y la trajeron  
del vago cielo a la dudosa tierra,  
metiéronla en mi cuerpo, y desde entonces  
¡y sólo desde entonces vivo, Eugenia!  
Son tus ojos cual clavos encendidos  
que mi cuerpo a mi espíritu sujetan,  
que hacen que sueñe en mí febril la sangre  
y que en carne convierten mis ideas.  
¡Si esa luz de mi vida se apagara,  
desuncidos espíritu y materia,  
perderíame en brumas celestiales  
y del profundo en la voraz tiniebla!» 

Unamuno continua con su base filosófica con conceptos como la idea, la materia y el espíritu, la dualidad del ser humano… pero recupera el amor poético por excelencia: el amor renacentista que brota de los ojos de la amada y que hace que el amado se sienta VIVO, con mayúsculas, escapando para siempre de las tinieblas. Seguramente estaréis de acuerdo conmigo en que se trata de un estilo tan sencillo como profundo y apasionado. Un trocito de nuestra historia de la literatura que deberíamos recuperar a la hora de estudiarla, de enseñarla y de leerla.  

Por último, me gustaría destacar el alegato en defensa de los sentimientos de los animales que se hace en el epílogo de la nivola. Tras leerlo pensaríamos que si Unamuno viviera hoy, sería votante del partido animalista. Realmente sobrecoge ver (la teatralidad de la nivola también ayuda a ello) cómo el autor pone el foco en Orfeo, el perrito compañero y confidente de Augusto, que a los pies del cuerpo inerte de su amo, asume su muerte y reflexiona sobre el cinismo del ser humano y la fidelidad de los perros. Tales pensamientos desembocan en la muerte de Orfeo, y seguro que la lágrima asoma en muchos lectores con la frase final del criado de Augusto y con la imagen de la fidelidad por excelencia que ya los grandes señores medievales inmortalizaban en sus tumbas: el perrito a los pies de su amo yacente. 

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