En el poemario Comunidad terapéutica (Feta, 2017), de Iveth Luna Flores (Monterrey, 1988), la filiación es vista como un trastorno casi incurable. La casa es un sanatorio —y viceversa— donde impera cualquier cosa menos la sanidad. En ella conviven quienes comparten histeria e historia, y piensan en el suicidio —y en la autodestrucción y el amor como procesos dependientes y dirigidos hacia éste— como la solución a la tortura que representa el vínculo. Los poemas que forman este libro, además, muestran el proceso de escritura paralelo a la acción que se enuncia en ellos, cuestionando qué tanto escribir sobre la violencia puede ser un hecho estético (o patético).
Detrás del espejo intentan hallar
el cuadro clínico;
aprenden características
memorizan gestos
dan lectura a la depresión
leen el edificio
alturas, ruinas,
ventanas desde donde quise arrojarme.
La autora también equipara al lector con un terapeuta que escudriña la mente de la paciente (de la voz poética) sin poder hacer nada por ella ni por lo que sucede allí dentro; lo reduce a un espectador supeditado a lo objetivo y que tortura, pues en esa pasividad es donde radica su carácter de verdugo. Equipara, asimismo, un interrogatorio con una violación:
Sé buena
sé buena anfitriona
están violando mi mente pero es una simulación.
«Sala de agudos», «Comunidad terapéutica», «Terapia individual» y «Alta médica» son los apartados en los que se divide el libro que fue ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2016. El estilo de Luna Flores privilegia que «hay imágenes/ que no merecen/ ser traducidas a metáforas», por lo que nada está cifrado; todo, incluso lo más oscuro, es transparente o está visto como a través de una cámara de Gesell. Los textos están plagados de agujas, aguijones y tenazas; de grietas, gritos y golpes; de cicatrices, tatuajes y moretones; de personas y personajes que se encuentran atados unos a otros no con hilos invisibles sino con mordazas.
Esta noche hablé con mi padre y fue
tan pesado como remover el bulto
que estropeaba la entrada.
[…]
Todo cuando bebes termina por orinar
luminoso.
Todo cuanto eres está descrito
en un análisis.
Comunidad terapéutica enuncia la necesidad de un rompimiento para sanar, de sacar la historia familiar del cuerpo para poder augurar una descendencia que no siga perpetuando la enfermedad, el trastorno. Esto, de nuevo, es posible desde el suicidio; desde una renuncia a su genética, su identidad y sus recuerdos, e incluso a la condición femenina, que es vista como una maldición en el poemario. Sólo esa destrucción hace posible la creación y la cura.
Aquí uno de los poemas que componen el libro:
Alta médica
Y corriste
detrás de los coches, frente a ellos corriste
con el semáforo en verde,
las coladeras de la avenida arrojaban vapor
que te hizo llorar,
apretaste la mandíbula como si llevaras una cuerda,
maniatado el cuerpo, luchando por desatarte y yo
¿qué hice?
no solté aquel lazo
lo abracé, te abracé y dije palabras calladas
para calmar el llanto de un niño
que aceptaba de su cuerpo tan sólo
fracturas de huesos,
hernias y tumores,
esa dentadura ya sé
no podría volver a morderme
aunque quisiera,
he perdido los dientes,
las muelas y el juicio,
todo lo que extrajeron de mí fueron balas
y mi terapeuta concluye con la idea:
no vuelvas a tocar un arma si no la sabes usar
ya estoy fuera del manicomio
ya se me permite escribir
lo que yo quiera,
he aprendido de memoria
un catálogo de armas,
jalé el gatillo cuantas veces quisiste
y mis células se sacrificaron sólo
para que yo volviera:
darme un nuevo nombre
cerrar el archivo
divorciarme de un trastorno
que se llama como tú,
un trastorno débil y obsoleto
un conjunto de características
que sólo servirían
para que este libro
se escribiera por completo.