¿Hacia dónde va la poesía iberoamericana contemporánea? Una crítica al mercado y un clamor por nuevas voces

En el año 2014, el artista urbano SpY pintaba la frase I’M NOT A REAL ARTIST en una fachada de cuarenta metros del centro de París. Lo hizo colgado de un arnés que pendía desde la azotea, y utilizó una pintura fotoluminiscente que se carga de energía durante el día para brillar con una dulce luz verdosa por las noches. Durante las mañanas, su obra permanece casi invisible. Al caer el sol, se convierte en el mensaje más contundente de todo París. La fuerza de la crítica de SpY pasa por lo diáfano de su sarcasmo y por la claridad incontestable de su elocuencia: SpY es, por supuesto, un artista extraordinario, pero su obra se desarrolla en un formato deslegitimado desde su misma concepción por las instituciones culturales tradicionales. Durante décadas el street art ha sido considerado vandalismo, así que no aparece en los medios generalistas, no está patrocinado por las instituciones públicas, no es mostrado en los recorridos turísticos, no cuenta con una red de merchandising y no tiene mecenas, biógrafos ni mercado. Y esto último es imperdonable para el mercado. Después de siglos de usurpación, especulación, blanqueo y lucro en las galerías de arte y los museos más lujosos de Occidente, casi parece un obstáculo insalvable que una obra no se pueda vender ni comprar, que no se pueda cobrar por verla, que no se pueda restringir de algún modo a otras personas a cambio de conseguir algún dinero. El street art está perseguido en el siglo XXI porque es libre por definición y porque el mercado no termina de encontrar el modo de ponerle un precio a su hermosa libertad.

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Lo intenta, sin embargo, y a veces lo logra en parte. Hace algunos meses expuse en este mismo medio el ejemplo de la subasta en Sotheby’s de Girl with balloon, el famoso cuadro de Banksy que se autodestruyó al cierre de la puja, y la obra artística más reconocible de cuantas se han subastado en el mundo en todo el siglo XXI. Y subrayo esto: la más reconocible de todo el siglo XXI. De todas las obras que han pasado por Sotheby’s, Christie’s o Bonham, ninguna ha circulado tanto por internet, ninguna ha sido tan replicada en todos los formatos imaginables, ninguna ha generado tanta influencia –y tan incuestionable– como Girl with balloon, que no solamente se ha erigido como un icono artístico sino también –junto con Flower Thrower– como la obra que termina el cambio de paradigma y de milenio en las artes plásticas. Mientras la prensa cultural, las instituciones públicas y la televisión del metro insisten en dar publicidad al lucro de las galerías de arte y las casas de subastas, el ojo y el corazón de las personas acuden una y otra vez al street art de Banksy para identificarse en sus fotos de perfil, para ilustrar un poema, para reinvindicar una idea, una queja, una propuesta, un adiós, un hola, un beso. Y esto no lo digo solamente yo: lo dice sobre todo el mercado, que lo tiene tan claro que ha hecho circular por todo el mundo cientos de miles de camisetas de Girl with balloon, chapas de Girl with balloon, pósters de Girl with balloon, mochilas de Girl with balloon, carcasas de teléfono de Girl with balloon y un largo, larguísimo etcétera que despierta muchas preguntas, porque al lado de todo ese merchandising no hay rastro de Allan Stone (¿quién?), ni rastro de Giorgio Morandi (¿huh?), ni rastro de Richard Lin (¿eh?), a pesar de que los tres han vendido obras suyas en Sotheby’s a precios muy superiores. El mundo grita Banksy, Banksy, Banksy, y este grito deja en evidencia la estúpida burbuja que engrasa de forma obscena a todas las casas de subastas. La historia, entonces, está clara, y la ironía de SpY cobra así todo su sentido: SpY, como Banksy, es sin duda uno de los mejores artistas del siglo XXI, pero el reconocimiento de las instituciones no está con el arte sino con el mercado. Y el arte de SpY, como el de Banksy –al menos el arte del antiguo Banksy– y como el de Pez, Levalet, Be Free, Grafter, no está (y nunca estará) en venta.

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Comento todo esto porque en el campo literario hispanoamericano contemporáneo está ocurriendo algo más o menos similar. Hace unas semanas hablé sobre su narrativa y hubo quienes me reprocharon –con razón– que no mencionara la poesía. Lo haré hoy, porque su pulsión en los últimos tiempos está siendo cada vez más vibrante. Cualquiera que tenga un apenas de memoria recordará que la poesía en castellano era un género prácticamente muerto durante los años ochenta, noventa y dos mil, pero de un tiempo para acá en se encuentra en plena explosión, y los ejemplos sobran. Ayer, sin ir más lejos, más de quinientas personas llenaban el vestíbulo del CCCB en Barcelona para asistir al noveno aniversario del Poetry Slam, un evento mensual de poesía performática en vivo que ha sido capaz de fidelizar a una audiencia muy exigente y de generar réplicas en muchas otras salas, no solo por Barcelona, sino por toda Catalunya y España. Editoriales como Valparaíso, La Bella Varsovia o LaBreu se han consolidado al lado de Visor como referentes de una nueva generación de poetas, y antologías como las de Team Poetero, Estuario, Angle o Liberoamérica dan cuenta del tremendo alcance colectivo de una ola de poesía inmensa que ya venía llamando a nuestra puerta desde hace años en revistas como Círculo de Poesía, Marabunta, Liberoamérica –de nuevo–, Buenos Aires Poetry, Oculta Lit, La Tribu y muchas otras.

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Poetry Slam Barcelona · Ona Salvat

Sin embargo, este impresionante movimiento permanece eclipsado de forma casi perpetua por apenas un puñado de poetas que copan todos los estantes de las librerías, todas las reseñas en prensa, todas las invitaciones oficiales, todos los contratos bien pagados: son las voces elegidas por el mercado para obtener su cuota de beneficio a costa de la pasión y la convicción del resto. Bajo el imperio del mercado, a estas nuevas voces se las mide por sus followers: Elvira Sastre, 129000. Loreto Sesma, 81600. Teresa Mateo, 32200. Luna Miguel, 20700. Y así. De entre todas estas voces, creo que solo Luna Miguel lucha por compartir su posición con otras muchas poetas para que también éstas tengan acceso a espacios desde los que divulgar sus versos y alzar su voz, y la admiro muy sinceramente por esto. El resto, en cambio, creo que simplemente nutre sus redes sociales, cuida su apariencia, elige sus amigos y hace caja. En cierta forma son comparables a los iPhones: productos del primer mundo y de fácil venta, con muchísimo marketing detrás y listos, listísimos para exportar. Y, así como hoy por hoy nadie quiere un teléfono de una empresa en Paraguay o nadie quiere una computadora diseñada en Guatemala, las grandes editoriales españolas han dictado que la poesía contemporánea en lengua castellana tiene que producirse, venderse y exportarse exclusivamente desde los grandes hubs comerciales de España. Y así lo hacen.

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Luciana Reif

El año pasado, la poeta argentina Luciana Reif ganaba el premio Loewe de Creación Joven con su poemario Un hogar fuera de mí. Fue invitada a España. Fue presentada por Elvira Sastre. Disfrutó de unos días de reconocimiento en Europa y regresó a Argentina poco después para seguir trabajando, estudiando y abriéndose camino entre las dificultades de un país en permanente estado de devaluación. ¿Por qué desde entonces España parece haberse olvidado de una poeta tan prometedora? ¿Por qué España sigue prefiriendo ensordecerse con la presencia constante de las mismas cinco o diez voces que insisten en ser omnipresentes en cada institución, cada evento y cada medio de alcance nacional? ¿Por qué es tan hegemónico ese esfuerzo tan torpe y tan evidente para que no podamos escuchar a nadie más? Hay muchas otras voces diferentes, y hay muchas otras voces que son mejores que las que marca el canon dictado desde España. La mexicana Daniela Camacho es mejor, y presentó Experiencia Butoh en Madrid. La guatemalteca Ana Aupí es mejor, y presentó Geografía de mi cuerpo en Barcelona. La uruguaya Romina Serrano es mejor, y presentó Ejercicio de las memorias en ambas ciudades. ¿Y dónde estuvieron entonces las instituciones, dónde estaba la prensa, dónde está el eco merecidísimo de una poesía tan extraordinaria y tan llena de fuerza, de inteligencia y de luz? ¿Dónde está la presencia mediática que están mereciendo desde hace tanto los talentos de Ingrid Bringas, Oriette D’Angelo, Yuliana OrtizJulieta Marchant, Lubi Prates, Izaskun Gracia, Tania Ganitsky, Ale Oseguera, María Belén Milla y tantas, tantas otras poetas brillantes? ¿Dónde están sus entrevistas y sus reseñas en El País, en Jot Down, en ABC, en El Mundo, en La Vanguardia, en Letras Libres, en Ñ? ¿Dónde está el interés del Kosmópolis en sus voces? ¿Dónde están sus pasajes para la Feria del Libro de Madrid?

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Romina Serrano

Yo no tengo nada en contra de Sotheby’s, como no tengo nada en contra de Elvira Sastre. Al contrario, pienso que Sotheby’s es un lugar excelente para descubrir magníficas obras de arte, y pienso que Elvira Sastre es una muy, muy buena poeta. Simplemente pienso que también hay otras buenas poetas: bastantes que son tan buenas como ella, y algunas otras que son muchísimo mejores. Basta buscar por las páginas de Oblicuas, Antílope, Cuadro de Tiza, Abismos o Patuá para encontrarlas, y leerlas supone un proceso revelador. Pocas poetas tienen una consciencia social-feminista tan diáfana como Luciana Reif. Pocas poetas tienen una sed de justicia y una energía militante como Ana Aupí. Y la fuerza y la luz que tiene Romina Serrano, su presencia, su certeza y su libertad, no las tiene ni las tendrá nunca nadie. Luciana, Romina, Ana, como Daniela, Oriette, Yuliana, Ingrid, Lubi, Julieta, Tania, Izaskun, María Belén y como Laia (Carbonell), Mónica (Licea), Virginia (Finozzi), Paola (Assad), tienen que emerger, tienen que resonar y tienen que contagiar a toda Iberoamérica con su fuerza, su creatividad, su talento. Porque ellas, además, contagian y desbordan con un esfuerzo inagotable para sacar adelante su poesía y la de sus compañeras contra viento y marea, como si estuviesen siendo silenciadas, como si estuviesen siendo perseguidas, como si su poesía –igual que el street art– fuese un acto vandálico que hay que tratar de ocultar. Pero que nadie se confunda: a ellas no las callará nadie. Ellas son la auténtica voz de la poesía de nuestro tiempo, rugen frente al silencio que les trata de imponer el mercado y es inevitable que sus versos, igual que los trazos de Girl with balloon, terminen por reivindicarse como los definitorios de esta nueva edad de oro de la poesía iberoamericana.

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