Tres poemas de amor en el exilio

Si vos supieras, compañero

Mirá mis manos,
al calor de las tuyas,
volverse manantial.

Mirá mi piel,
que con tu sola presencia
es campo de retoño
de las consignas olvidadas.

Si vos supieras, compañero,
que el pestañear de tus perlas
es la bandera que ondea
en este cielo de nadie,
que se está volviendo mío.

Si vos supieras, compañero,
que el silencio pesa menos
con el eco de tu voz como el de las olas
del mar de San Juan.

Si yo supiera, compañero,
cómo no entregarme,
cómo no desbordarme en versos
cuando debo de clamar justicia,
segura estaría de que la vida
no habría reclamado nuestro encuentro.

Sentí el crujir de la tierra bajo nuestros pies
cuando entre brazos nos hacemos uno:
¡Pareciera que brotan árboles en Bosawás!

Si vos supieras…
Si yo supiera…

Claras serían las palabras,
en llamas estaría el tiempo;
amarnos sería la revolución.

Para estos frescos e inocuos,
la revolución es su justicia.

 

Enero

Acostados a la sombra y al abrazo
de un reciente y viejo amigo de ambos,
vi tu cara, convertida en un mosaico de luces.
Aparece en mí la canción desconocida
y los versos que te habría de escribir
pronto en la piel…

Hojas vivas y otras secas tiritan bajo nosotros.
Aroma de eucaliptos.
Miradas cálidas y blancas,
florecitas amarillas que brotan en el vientre.

Vos me ves a los ojos
y antes de pronunciar las palabras
entiendo que, para entendernos completamente,
será preciso reunir a las mitades de nosotros
que se aferraron con garra y diente
a la tierra de la que no queríamos partir.
Por ahora, sólo las fotografías y la ilusión.
Y el miedo del esfuerzo insuficiente
y el de perecer sin rostro.

Vale más que este pálido amigo
conoce nuestras dolencias
y nos canta para espantar las penurias.
Yo, con mi canto adentro,
ahuyento a la muerte.
Mis labios guardan el secreto;
los tuyos cultivan la esperanza:
“Si cerrás los ojos estás en Nicaragua”.
Si los cerramos, tendremos las estrellas
colgando de nuestras manos;
si los abrimos, querremos ver la libertad.
Por mientras,
pido que tus brazos no me falten nunca,
ni para la lucha,
ni como mi hogar.

 

Correspondencia de guerra

No desaparezcás, amor mío,
como la máscara que se le cayó a Ortega.
No te ausentés, amor mío,
como nos abandonó el miedo en abril.
No te marchés con los pasos
lentos e inciertos de mis poemas.
No te vayás,
como se fue el arcoíris nocturno
de la carretera a Masaya.
No expirés,
como hubo muerto el alma
de quienes se mancharon las manos
con sangre inocente.
No le faltés a mis ojos,
como la fiesta que dejarán de ver
aquel par de desquiciados.
No partás como partieran las tinieblas
en el primer segundo de libertad.
Que si vos te quedaras,
y conmigo te quedaras,
amor mío,
completa estaría la victoria.

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