«Los gestos que hago para nadie»: Évelyn, de Inti García Santamaría

En Évelyn (Dharma Books, 2018), Inti García Santamaría (Ciudad Neza, México, 1983) se ocupa del espacio y de su cuerpo en él: de la lejanía o la cercanía con la que percibe a la gente, los lugares y los objetos, o a la misma poesía. Ensaya en torno a las posibilidades dentro de la imposibilidad [de acercarse a cualquier cosa]. En él, la poesía puede ser un nombre [que ha perdido su referente] colgando afuera de un cubo hueco, un hueco [un anuncio]; ese espacio o ese lapso que hay entre una cosa y otra, lo que está en medio, como proponía Roberto Juarroz. Otra cosa que ya no es lo que fue.

Me causa placer tomar fotografías de rótulos viejos. Y si el rótulo pertenece a un negocio que ha cambiado de giro, mejor. Una fachada que anuncia una tienda de abarrotes pero en cuyo interior ya sólo venden pollo. Panaderías que operan bajo el logo de una empresa precedente. Tal vez un texto que ya no se configura como poema.

El mundo de la apariencia se impone a y convive con otro que permanece escondido: las fiestas, la literatura, los lugares pueden contener máscaras. En su escritura, Inti trata de mirar no tanto lo que está debajo de ellas sino lo que se hace invisible en ese afán de volver algo que miramos o nos mira propiamente poético [de poner la mirada sobre lo que los demás están mirando o en nuestra manipulación para direccionar cómo es que queremos que nos miren]: donde se derrumba por sí mismo aquel universo retórico está lo que tanto buscamos. En ese sentido, en la búsqueda, y mas aún en su falta, el trayecto se vuelve un lugar de encuentro, no siempre satisfactorio.

En los poemas, además, el otro es un conflicto, pues como afirma Anne Carson en Men in the Off Hours: «Quizá la tarea más difícil a la nos que enfrentamos a diario es a la de tocarnos unos a otros, ya sea si el contacto es físico, moral, emocional o imaginario. El contacto es crisis». Dentro de la serie The Centurion Lounge, a propósito de esto, Inti escribe:

Tengo problemas para saludar. Tengo problemas para comer con extraños. Una piel delicada soporta más el sol de lo que yo soporto estar en medio de mucha gente. Soy el tipo de persona que sale de las únicas dos fiestas a las que va al año sin despedirse. No tienes idea de cuánto trabajo me ha costado conocerte.

La escritura no está libre de ese contacto, pero ¿qué tanto éste se vuelve falso cuando escribimos para el lector, cuando gestualizamos para el otro? Una escritura que renuncie a la visibilidad y al espectáculo, propone Évelyn: «Si un poema pretende denunciar un caso sin aportar algo a lo que ya ha sido espectacularizado no está denunciando nada». «La libertad con la que elijo mi posición para dormir es la libertad con la que me gustaría escribir un poema». Ser lo más conscientes posible de nuestras propias máscaras, de nuestros desplazamientos, de los esfuerzos por adaptarnos a un sitio en el que sentimos que no acabamos de encajar, del miedo y la vergüenza a reconocernos; de nuestra incapacidad para nombrar lo que realmente nos importa o nos conforma y de ir hacia ello.

El gran engaño de este libro es que simula estar escrito con una aparente calma cuando los poemas connotan la tensión de su escritura y del escritor que está para sí mismo y con lo que lo rodea en constante confrontación y crisis.

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