Adolphe y el poder del lenguaje

«La jerga del Tercer Reich sentimentaliza, obliga al sujeto a pasar de manera ineludible por la emoción; eso siempre resulta sospechoso»

LTI: La lengua del Tercer Reich, Kemplerer.

Toda época, desde la invención de la imprenta y la democratización del libro, tiene una literatura de consumo rápido. Es aquella pensada para una lectura extensiva (cuantos más libros mejor) en contra de la intensiva (cuantas más lecturas de un mismo libro mejor).

Cronológicamente, podría decirse que el romanticismo fue la primera época en crear un modelo de novela rápida, que, si bien iba atravesada por el ideario de la estética filosófica, reducía esta a una simple combinación de elementos que, a causa de la repetición, surgieron como prototipos: la tradición de novelas sentimentales y novelas góticas de las que la literatura se hizo eco durante el siglo XIX. Se narraba el amor entre dos personajes, que solían ser de clase social alta, que quedaban irremediablemente unidos por un vínculo que solía establecerse (cómo no) a primera vista. Los personajes eran almas individuales libradas al vértigo de la sociedad, que intentaba fagocitar el desenfreno de su amor, y terminaba, siempre, por retenerlos entre su convencionalismo.

Esta novela se pensó y programó durante años para un público mayoritariamente femenino, por lo que (cómo no, de nuevo) no requería demasiada innovación (simple sentimiento dichoso para almas simples). Sin embargo, como toda buena tradición, no tardó en hacer surgir su contrapropuesta: Adolphe de Benjamin Constant, se inscribe en ella.

Constant, de igual modo que haría años más tarde Ibsen con la «pièce bien faite» del teatro burgués, utiliza el modelo de aquello contra lo que va para desmontarlo. Es por ello por lo que sería bien difícil calificar Adolphe de novela de amor, puesto que, de los diez capítulos que la componen, el propio Adolphe, que es quien nos narra la historia, muestra una leve tendencia pasional hacia Ellénore tan solo en dos. Es, más bien, una novela sobre el desamor, pero sobre el desamor ajeno: asistimos en tercera persona a la dura descomposición del personaje femenino, que ha depositado en el joven toda su vida.

El protagonista está muy lejos de ser el galán romántico: por un lado, a través de un exacerbado análisis, actúa y se contempla actuando, nunca pierde la conciencia; por otro, la narración está en formato de diario retrospectivo, así que se le añade otra dimensión de reflexión. El narrador contempla desde la frialdad elpasado, y eso le permite ofrecer un relato – y todo relato es siempre parcial e interesado: tiene una ideología que en ocasiones pretende ocultar con su lenguaje, que es precisamente el elemento en que el drama está aquí canalizado.

La novela podría ser, en realidad, un manual de cómo seducir a una dama en un contexto en que estas estaban alienadas por la novela sentimental: la inspiración a lo infinito se convierte en un mero instrumento, en palabra retórica mediante la cual Adolphe conquista a Ellénore, como los gobernadores «irenistas» (con todas las connotaciones de las comillas) conquistaban mediante el diálogo con el otro gobernador una tierra. El mundo que describe es un mundo de hablantes donde el hombre se sustantiviza con la palabra. Se trata de una sociedad completamente verbal: su forma de escamotear el mundo erótico está canalizado a través de una especie de verbalización gélida. Guardar silencio es no ser y Adolphe no cesa de hablar en dos niveles paralelos: como narrador de la historia y como personaje.

La arquitectura del discurso narrativo se encastra entre un antes de la historia y un después de ella. En medio: el relato en sí.

Al inicio tenemos una nota en que habla el presunto editor, utilizando la técnica del «manuscrito encontrado», otorgador de veracidad y autenticidad a la historia narrada. En esta nota, afirma haber hallado unos papeles con la historia y haber intercambiado unas cartas con otra persona en que debatían por qué se debían publicar. Estas cartas, sin embargo, no se hallan a continuación, sino al final del todo. A esta nota la sucede el Prólogo a la segunda edición, donde dicha ilusión de veracidad queda mostrada como tal: el autor habla al público lector de su novela como un artificio. Estamos delante de la ironía de la que Schlegel hablaba en sus publicaciones a la revista Lyceum: es la instalación en la consciencia de que es imposible acceder al Todo, al Sublime anhelado. Esta ironía es sustancial en el primer romanticismo, que propone una filosofía en que todo acto de pensar sea irónico, pues debe partir de la asunción de nuestros límites.

Las cartas que leemos al final de la obra nos muestran una dicotomía entre dos puntos de vista, dos lecturas posibles de la novela: es nuestra función elegir con cuál nos quedamos, aunque sea por ahora. La novela parece incitar volver a empezar, demanda una revisión de lo leído, una vez con la información de las dos voces externas al relato contado. Todo es, en realidad, relato; todo es paratexto forzado y ficcionalizado. Como nos recuerda el Prólogo a la segunda edición, todo es artificio y el lector que busca una novela sentimental cae de cuatro patas.

No encontramos nada de la teoría que Wordsworth defendía en su prefacio a las Lyrical ballads («toda buena poesia consiste en el espontaneo desbordamiento de intensas emociones»). De hecho, podríamos encontrar más semejanzas en la ideología que Adolphe desprende con Madame Bovary que con el Werther de Goethe: Ellénore es, como Emma, una víctima de una sociedad que educó a las mujeres a través de una novela que reducía la vida a un solo discurso: el del Amor (en tradición totalitaria platónica). El lenguaje de la unicidad y la verdad es simplista y la novela de Constant parece vislumbrarlo mucho antes de que los maestros de la sospecha lo revelen.

Italo Calvino en su texto «¿Qué es un clásico?» decía, entre otras definiciones, que un clásico es aquel que nunca agota su significado, que nunca deja de decir lo que tiene que decir. No cabe duda, en este sentido, que la novela de Constant es uno: su relectura es exigida una y otra vez, su mensaje está vivo una y otra vez. Es un reclamo contra la lectura extensiva, es una invitación a la reflexión emancipadora, un sapere aude en tiempos en que la entrega al alma justificaba cualquier posición.

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