La muerte repentina de Raquel Huerta-Nava, me estremeció. Quería el celular lejos, obligarme a esa distancia sana con el caos de la información al que estamos sometidos, imposible ya seguir su ritmo. Nos conocimos hace muchos años y la llegué a tratar en las reuniones de becarios y encuentros de escritores. A través de facebook sostuvimos conversaciones relacionadas con los libros y la poesía. Siempre la poesía como la forma de salvarnos, porque la poesía es reconciliación con la vida, su torbellino. Ojalá la vida nos mostrara su rostro más amable. O nos mostrara esa luz a la que se refiere Raquel en sus poemas, ahí donde nace la palabra: «entre la brisa / y el oro fulgente de la arena». Pero la vida, este tiempo, retuerce o quiebra los caminos, corta de tajo lo que quisiéramos que fuera inmutable, eterno. No creo en las muertes anunciadas y mucho menos en una que anticipe el arrebato, porque la muerte de Raquel ocurrió así, por arrebato. Todos caminamos hacia la muerte, pero ¿por qué ahora? ¿quién dice «hasta aquí»? ¿quién pone punto final a la existencia? Tal vez César Vallejo puede respondernos. Nadie como él para entender la muerte, su presencia, su propio final: «Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo».
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Mover los dedos de arriba abajo o viceversa sobre la pantalla; abrir la ventana hacia el mundo. No importa lo que se mire, el mundo está ahí, su agitación; es una era convulsa. Así conversamos, así nos leemos entre poetas. Así, antes del trato directo, conocí a Raquel y así me entero de su partida. El mensaje de Felipe Lomelí, es desgarrador: «Te voy a extrañar un chingo, Raquel. Hartas gracias por todo lo que me enseñaste» [Facebook, 22 de diciembre, 4:20 de la tarde]. Apago la pantalla. Raquel, Raquel, Raquel. Enciendo. Los mensajes son una avalancha, un golpe directo, no en el corazón sino en la memoria; la memoria sostiene la existencia. El corazón es un órgano como cualquier otro. La memoria, en cambio, permanece latente, aunque Efraín Huerta en el poema «El tercer canto de abandono», refute mi idea y la hunda en la niebla: «Sí, latente, pero niebla». Esta memoria me lleva a abrir las conversaciones que sostuvimos. En mi visita a la ciudad de México, me obsequiaría El diccionario de símbolos de Cirlot, que aún no tengo; el número tan entrañable de la infancia de Tierra Adentro. Compartimos el libro Arte poética de Jorge Luis Borges y mis libros Solo sentir y Quedará el vacío, nunca llegaron a su domicilio porque el correo postal es nefasto, como muchas otras cosas en México. Ella hizo una broma al respecto que aquí reproduzco: «Las postales de navidad de mi hermana, las manda en noviembre y llegan en marzo». Los libros nunca llegaron.
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Vi a Raquel y Thelma Nava en el segundo Encuentro Internacional de Poesía Manuel Acuña, organizado por la Secretaría de Cultura de Coahuila. Del 3 al 7 de septiembre de 2014, se rindió homenaje a Efraín Huerta, «El gran cocodrilo». Conversamos, pero no fue suficiente. La mejor parte de una conversación es cuando se hace frente a frente, en una sala, en la biblioteca donde nuestras voces se conjugan con otras. O tal vez, en la cocina, o en el comedor, en donde también ocurren pasajes maravillosos como el que cuenta Hernán Lavín Cerda, en el número 76 de la revista Tierra Adentro, cuando conoció a Huerta y fue recibido por Thelma y Raquel, o Raquelito, como Huerta le decía de cariño a su hija, en su domicilio Lope de Vega 5. La mejor parte de este encuentro ocurrió en el comedor: «Thelma nos dijo que el mole poblano estaba en su punto y que ya podíamos pasar al comedor. Confieso que me acerqué a la silla con algo de timidez. Vi la salsa de chocolate derretido, como si fuera un paisaje cósmico de Salvador Dalí: el pequeño río de chocolate oscuro, con algunas pepitas amarillas, iba cayendo sobre las piernas, los muslos, las pechugas de un par de pollos muy robustos. ‘Pruébalo, es un invento muy antiguo, un descubrimiento hecho por manos de monjas’. Así lo hice, lentamente, y nunca olvido que en menos de un minuto, me había enchilado hasta los huesos del alma. Una sensación de ahogo, muy difícil de explicar: dulzura, lágrimas en los ojos, y comezón más allá de la lengua, más allá de los labios, más allá de las amígdalas. ‘¡Vino, vino, -gritó Efraín-, sírvanle vino!'». Como dije, quedaron pendientes horas de conversación. Sin embargo, hay un lazo que une a los poetas y ese lazo perdura más allá de las distancias y las fronteras. Invité a Raquel a publicar con nosotros, es decir, con Bitácora de vuelos ediciones. ¡Qué honor! Imagínense, publicar en formato electrónico un libro de Raquel, dije a mis colaboradores y había esa emoción que fortalece ese lazo de miel, y esta miel, recordando un verso de la poeta colimense Verónica Zamora, «no pertenece al mundo». Su respuesta llegó días después, le agradaba la idea, tenía un libro y debía revisar los poemas, ajustar su extensión. Festejé la respuesta, claro. Y la esperanza, como ese lazo de miel, se sostuvo, se sostiene.
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Los versos del poema de Verónica Zamora son eco: «No pertenece al mundo / la miel / con la que fueron creados / los poetas». Y me parecen justos para definir la poesía de Raquel, y para definir más a su persona. La amabilidad siempre por encima de todo. Si leemos su poesía, nos damos cuenta inmediatamente de una de sus máximas preocupaciones: la palabra exacta. En ella, los temores, los sueños, los anhelos. Sin ahondar demasiado en el concepto del alquimista, la poesía de Huerta-Nava, transforma la materia cotidiana en oro. En este sentido, al igual que el alquimista, trabaja con la idea, le da forma, la pule, la dota de imágenes precisas. Y en un trabajo más profundo, si se quiere más espiritual, une las piezas para que estas se revelen en el otro y lo revelen en el sentido trascendente. Así descubro la propuesta de Raquel, en la que además, vemos el paso del tiempo, lo que poseemos y será arrebatado, lo que es tan luminoso y se volverá gris como el corazón que enfebrecido deja de latir.
RAQUEL HUERTA-NAVA Nació en la Ciudad de México el 29 de junio de 1963. Falleció el 22 de diciembre de 2018. Escritora, editora e investigadora en humanidades. Egresada de la Licenciatura en Historia en la UNAM. Cursó el diplomado de Historia Oral en el Instituto José María Mora y el de Historia de México en la Academia Mexicana de la Historia. Ha tomado talleres de Poesía impartidos por Federico Patán, Enriqueta Ochoa y Francisco Hernández. Fue subdirectora de Publicaciones y Documentación del CNIPL del INBA en 1999. Ha realizado trabajos de investigación en el AGN, la Dirección de Estudios Históricos del INAH, la Dirección del Centro de Estudios Históricos del COLMEX, editorial Clío, el Colegio de Michoacán, el Archivo Histórico del Cabildo de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de México, y la UP. Impartió el taller de creación histórica “El oficio de historiar” a través del CNIPL del INBA y la Biblioteca Sebastián Lerdo de Tejada. Colaboradora de las principales publicaciones culturales de la República Mexicana. Premio Nacional Vidas para Leerlas 1997 otorgado por el Conaculta para la creación de biografías por El guerrero del alba. Biografía del caudillo de la independencia Vicente Guerrero. Becaria del INBA en 1994. Becaria del FONCA para revistas literarias 1995-1996 y 1996-1997 por El Cocodrilo Poeta. Desde 1998 edita y coordina El Cocodrilo Poeta Virtual. [Leer más en Enciclopedia de la Literatura en México].
Foto de la autora: El Universal