Como en la vida, en la poesía lo más importante es ser honesto. Honesto con uno mismo, dominar todos los qués posibles; honesto con los lectores porque no se les puede engañar fácilmente. A los buenos lectores, porque malos haberlos haylos, se les tiene que ofrecer lecturas que les desgañiten y exijan de ellos un compromiso idéntico al del poeta, a la par que deben tener en alerta el necesario espíritu crítico para hacer mejorar al autor.
Javier Fajarnés (Zaragoza, 1997) se mueve en una línea crítica, comprometida: saca de la cripta aquellas imágenes que quedan al trasluz de la vida; quizá en una buscada exageración del verso elabora un rayo donde partir el verso sencillo. Su mirada polifacética —actor, guionista, estudiante, comunicador, poeta— condiciona su escritura a favor de una lectura rica, punzante: además de la poesía de lo cuqui y tonos pasteles, la poesía es espina, nervio. Ciclón.
Combustión espontánea
Las fábricas agotan
su combustible en la rutina;
los adolescentes, agotados,
inician su combustión.
—
Regreso a la manantial ruina
Suelo amanecer poblado de caídas,
con el vértigo en las manos
y mi frente como precipicio.
Suelo precipitarme afuera
para contemplar cómo el mundo se eleva
mientras yo disminuyo;
mientras regreso al cálido embrión,
al centro del cuerpo
que fue templo de brutales sacrificios.
Donde hoy asiste virginal el cielo,
donde quedan —solamente—
las uñas partidas del tiempo.
[el autor -Javier Fajarnés-ha publicado los poemarios Alud y La ciudad y el cuchillo, ambos publicados en 2016 y 2017 en la editorial Pregunta]