Aún no se lo he dicho a mi jardín
Emily Dickinson
La etimología de jardín se remonta a sus orígenes indoeuropeos. La raíz ghoto, como a todas las lenguas de este grupo, significa «cerramiento, cerca». La palabra española jardín entra en la lengua, según Corominas, hacia finales del siglo XV y proviene directamente de la voz francesa jardin, diminutivo del antiguo jart, «huerto», derivado a su vez del fráncico gard, «seto, cerrado». En antiguo alemán se decía gart, «círculo, corro» y en inglés yard, «patio». La variante normando-picarda de esta última palabra, gardin, es de la que procede la actual voz inglesa garden y la alemana garten.
Si por jardín entendemos un espacio acotado que ha sido trabajado por la mano del hombre, sus orígenes se remontan a Mesopotamia. El primer jardín conocido, o el más antiguo del que tenemos noticias, data aproximadamente del año 1400 A.C. y figura en un grabado hallado en la tumba de un alto funcionario del faraón Amenofis III en la ciudad de Tebas.
Para nombrar el jardín, los griegos utilizaron la voz parádeisos, de origen iranio, lo que no tiene nada de extraño porque los paraísos de los reyes y nobles persas gozaron de enorme prestigio entre los griegos antiguos. Fue precisamente Jenofonte quien introdujo el término persa para referirse a «esos lugares llenos de todas las cosas bellas y buenas que ofrecía la tierra».
El arte de los jardines es inseparable de la idea de la representación. A lo largo de los siglos, representa la idea de paraíso, es decir, una esfera trascendente e inaccesible, el lugar fuera de representación por excelencia. Por lo tanto, la presencia real del jardín se refiere visual y conceptualmente a un invisible mítico y lejano.
El jardín funciona, sobre todo en el Renacimiento, como representación de ideas o alegorías, expresa los conceptos y las voluntades de su autor o de sus clientes, traduce el discurso de la época y así sucesivamente. Sin embargo, en la esfera de la estética de la recepción es cuando adquiere un interés y una complejidad particulares, ya que todo jardín en el fondo es no representable; un jardín nunca puede ser aprehendido de un solo golpe de vista, a la manera de un cuadro. Ninguna imagen o representación interior producida in situ podrá contener la totalidad-jardín; ninguna podrá ser exhaustiva o verdaderamente representativa. Incluso el jardín más estético, concebido para una recepción frontal según los principios de una focalización obligatoria, ofrece siempre algo más que la imagen impuesta. Ante el jardín, el visitante se encuentra en una situación a la vez cercana y lejana a la que proporciona, en la experiencia paisajística, la contemplación momentánea de la naturaleza. El mismo lugar se da en paisajes diferentes o como paisajes diferentes. El no poder representarse la totalidad-jardín de manera estable, supone por lo tanto una radicalización del fenómeno paisajístico. Es decir, todo jardín es un mundo infinito que exige una ilimitada serie de representaciones. Reducir el jardín a su plano es negar su complejidad visual y estética.
Las diferentes representaciones visuales del jardín nos ponen ante un estado de cosas contradictorio y sorprendente. Las secuencias cinematográficas son a menudo negativas y críticas; identifican los jardines como lugares peligrosos y perversos. La fotografía y la pintura, por el contrario son más laudatorias, incluso en las impresiones melancólicas, irónicas o solitarias. Representar jardines equivale a traducir una forma artística a otra. La finalidad de las representaciones es asimismo diferente según la modalidad de la que se trate. Una fotografía de jardín es a la vez representación del jardín y representación de una mirada particular. Es importante comparar las imágenes estáticas propias de la fotografía artística y de la pintura con las representaciones estándar, esto es, el número infinito de imágenes que circulan en las revistas, en la publicidad, en los libros, unas imágenes que fingen ilustrar de manera neutra el original ausente. Esta neutralidad, sin embargo, es una ilusión.
- El jardín chino representa desde su origen un microcosmos ligados al macrocosmos: los elementos constitutivos del jardín que son la montaña y el agua simbolizan el min y el yan. Políticamente, estos parques manifiestan el poder. Los emperadores representaban por analogía el territorio que poseían, pero reunían también la totalidad del cosmos en un solo lugar. La creación de jardines suntuosos es pues, un medio de afirmar su legitimidad; por ello cada dinastía ha de crear sus propios jardines imperiales.
- El jardín filosófico tiene sus orígenes en el Renacimiento italiano, época en la que todo jardín de importancia expresaba unos conceptos.
- El carácter principesco y más propiamente monárquico del jardín se pone claramente de manifiesto en los siglos XVI y XVII, ya que el jardín representa al rey del lugar, a su riqueza y a su poder.
- Los propietarios de jardines más pequeños son igualmente monarcas. El césped, el famoso lawn angloamericano más o menos ciudad, expresa también, como metonimia parlante de su pequeño rey suburbano, entre la finca privada y la pública, un juego sutil de poder y de dominación.
- El parque público obedece asimismo a la lógica de la representación plural. El jardín público es un espectáculo en el que la sociedad se pone en escena, el teatro donde se confunden sin cesar público y comediantes. Inventado y producido por la sociedad urbana como espacio de ocio y de conservación estética, procede de una ruptura entre la naturaleza y la cultura y en realidad nunca puede sustraerse a la ciudad ni ignorar su presencia.
Bibliografía:
-
JAKOB, Michael. El jardín y las artes. SIRUELA. 2018.
- BERUETE, Santiago. Jardinosofía: una historia filosófica de los jardines. Editorial TURNER. 2016.