«Solamente sacó los zapatos. Se lo había dicho una amiga. Que saque los zapatos, que los zapatos no se pueden volver a usar, que nadie puede caminar su vida de nuevo. Esas cosas que nos inventamos para darle un sentido a la nada.»
Mercedes hace dedo en una ruta incendiada por el medio día y se sube a un auto cualquiera. Va a visitar a su mamá que tiene algo para contarle. Algo sobre su papá. Algo tan importante que no puede ser dicho por teléfono. El que maneja es un hombre solo pero ella apaga las alarmas porque quiere llegar. El mate y la charla desbordan el vehículo que arrastra kilómetros hasta Balcarce. Pueblo chico, infierno grande. Felipe mira el mar, el barco encallado, los langostinos buscando despertar de un sueño helado, como se decía de Walt Disney. Inés está ausente, demasiado enterrada en la realidad. Los cuatriciclos dejan huellas en la arena. «Como si al poncho de Inés se le desarmaran los puntos Santa Clara, como si toda esa lana y toda esa mística de la super chica terminaran en una maraña de nudos imposibles de desarmar.» La vieja del 13 busca una carta que debía llegarle desde Italia. Tiene los muebles cubiertos por mantas y telas, «como si el tiempo fuese un resfrío del que hay que cuidarse». El Chino Li puede haber cambiado, ser alguien distinto del que escribió ese papelito. Las aguavivas van a morir a la orilla buscando pies para quemar, con la misma intensidad con la que ella busca ver las mangas verdes de José en algún lugar posible. La Innombrable anda por ahí, escondida en la profundidad del Nahuel Huapi. Lo sabe y por eso sacrifica su trenza naranja. El viento sur que sopla anunciando la tormenta. «Las palabras que se consumen antes de decirse, el ojo que vuelve a temblar». La novia que aprieta contra la falda una fotito vieja y robada. «Las cosas no se entierran, las cosas no se mueren como las personas». La liebre que cuelga de sus propias orejas. Rosita, desaparecida desde el día de la tremenda inundación, dejó pendientes unos caramelos de eucalipto. «Sebastián, estoy hasta las manos. Se lo digo, se lo dije. La puta madre, la verborragia. Si, hasta las manos, se lo repito. Me mira, nos damos otro beso de toda la cara.» En el Pampa Warro todo es corporal.
Cuando pare de llover es una calesita de historias vivas. Once relatos que son metal caliente, el café con leche de la madrugada que no espera, la manta de lana para dejar de temblar. ¿Donde se guardan los recuerdos? ¿Qué se hace con las cosas de los muertos?. La lectura rápida de los tramos cortos, el vacío de llegar al índice. Presentado oficialmente hace unos días, fue finalista del concurso Ficciones del Ministerio de cultura de la Nación 2017.
Lara Schujman es ingeniera industrial y vive en Tel Aviv aunque es oriunda de Mar del plata y lleva un ancla, entre las olas y el viento, que atraviesa todos sus relatos como si no hubiera otra forma de existir. La marca del origen, esa forma que adoptan las nubes.
Lectura recomendada de mayo para todos los que sienten, como yo, que la realidad es la que termina haciendo hermosa a la ficción.
Cuando pare de llover
Lara Schujman
Editorial ‘añosluz’
2019
123 páginas