El sistema del tacto, Alejandra Costamagna
Barcelona, Anagrama, 2018, 192 pp.
El más reciente libro de la escritora chilena Alejandra Costamagna (1970) fue reconocido como finalista del 36º Premio Herralde de Novela. A primera vista, pudiera parecer que El sistema del tacto, desarrolla una temática recurrente en la literatura contemporánea: el abordar la propia historia familiar. Sin embargo, la cosa cambia cuando la autora decide utilizar lo anterior para dislocar la realidad. En estas condiciones nace su protagonista Ania Coletti, que como una especie de álter ego, es la encargada de realizar la travesía familiar desde Santiago hasta Campana.
En la historia, Ania Coletti es hija de un hombre que desde siempre ha huido del lugar que le tocó habitar. En consecuencia, ella es una mujer adulta, desarraigada de la memoria, de los lazos filiales y de su propio sentido del deber ser. En este estado, y a petición del padre, Ania acepta cruzar la cordillera entre Chile y Argentina para despedir a su tío Agustín que está por morir. Esa es la primicia con la que nos lanzamos a la historia. A su vez, de modo alterno corren las otras vidas de los miembros de la familia. Observamos a Nélida, la tía abuela atrapada en el cuarto de su memoria, destinada a extrañar para siempre la Italia de la que fue separada. Al mismo Agustín de joven, alimentándose de las sombras de su madre y la aparente ausencia de su padre; asiéndose de la máquina de escribir, de las novelitas de terror y de las vacaciones cuando la chilenita llegaba y podía soñar despierto. Constatamos la presencia difusa del padre de Ania, que desde siempre fue un argentino zurdo que huyó y solo se detuvo hasta que llegó a Santiago. Es así, como Costamagna nos presenta a la familia: todos viviendo en un espacio y tiempo alterno, al margen de cada uno; como individuos detenidos en una temporalidad donde todos están solos, relacionados si acaso por la misma sangre.
El proceso de escritura es una toma de decisiones constantes. El trabajo de Costamagna se caracteriza por la sutileza de estas elecciones. Ella construye un libro complejo, lleno de entrecruzamientos narrativos y materiales: «Yo tiendo a pensar que es un libro fronterizo, pero que podemos llamar novela», destaca en la entrevista que el medio de comunicación Culto realizó en febrero de 2019. Estos cruces no solo se observan en el juego de la no ficción y la ficción, sino que también, en la selección de diversos materiales intercalados a través de la obra. De esta manera, Costamagna funge como curadora de su historia familiar y elige sutilmente solo los necesarios; no satura al lector sino que le sugiere: crea espacios y silencios que permiten la formulación personal. Dentro de estos materiales tenemos los considerados narrativos: conocemos a Ania y Agustín a través de un narrador omnisciente. Con este regresamos al pasado para ver a la chilenita pensada por Agustín y volvemos al presente para conocer más de él desde el recuerdo de Ania. Es a través de esta comunicación fragmentada, que nos percatamos que el paralelismo entre ambos no radica solo en las iniciales que comparten, sino en la manera en que el desarraigo se hace presente en su adultez. Así mismo, dentro del espacio narrativo encontramos aquellos materiales que crean una subcapa literaria. Por un lado tenemos las breves sinopsis de las novelitas de terror que Agustín presta a Ania. Por otro están los textos de tipo informativos como el «Manual del inmigrante italiano» (1913) y las citas que se presentan de la «Gran Enciclopedia del Mundo» (1981). Todos estos constituyen un diálogo a lo largo de la novela, nos brindan pistas para reconocer el ambiente de la época y de alguna manera nos dicen aquello que los personajes no se atreven a contar. Finalmente están los materiales con gran carga visual: cartas entre miembros de la familia; un manual de dactilografía y ejercicios dactilográficos tecleados por Agustín. Estos últimos son mis favoritos, aparecen solo clasificados con el número del ejercicio y llegan a abarcar más de una hoja con repeticiones de diversas palabras. Lo interesante es la selección que la autora hizo de estos ejercicios, qué palabras decidió incluir, cuáles dejó fuera. Lo bello es observar el listado y encontrar las erratas mecanografiadas. Esta sugerencia nos reafirma la potencia literaria del texto: la irrupción que percatamos en la lectura, es la misma que muestran los personajes en la historia.
El sistema del tacto, es una novela donde el lenguaje es un elemento importante. Incluso, el mismo título tiene diversas implicaciones. Por un lado está la palabra sistema: conjuntos organizados, ya sean sociales o emocionales, en los que sus personajes no logran participar, se ven aislados. Por otro lado, lo único que les queda es el tacto, ya sea en forma de precaución para no llamar la atención o la importancia de aferrarse a las teclas de la máquina de escribir para no volverse locos. Este último caso, es un poco lo que le pasa a la tía abuela Nélida que nos dice lero, lero desde la portada del libro. Ella es una figura enigmática, es el umbral que hay que cruzar para poder estar en esa familia llena de fantasmas; todos migrantes en cierta medida, donde ningún manual de buen comportamiento es suficiente para saber cómo existir en la vida y con los otros. La orfandad de estos personajes se asemeja al regreso de Ania a Campana, a una casa que después de los años, es igualmente acechada por espíritus y plantas salvajes que la han cubierto en su soledad. Lo alentador es que ella todavía tiene esperanza. A pesar de todas las telarañas que tiene en la cabeza, cuando esté lista y tenga la fuerza para hacerlo, Ania podrá guardar los recuerdos y salir de ese lugar. Tiene la posibilidad de irse y construir un jardín propio en otra parte, organizarlo con sus normas y con su sistema del tacto. Como una red de sanidad, lo regará cuando lo necesite, y así, sin más fantasmas de los que tenga que hacerse cargo, por fin tendrá el espacio para hacerse cargo de sí misma.