El cuerpo desnudo me mira
y en la calma de la noche solitaria
me susurra esas palabras no dichas
pero que ya creo conocer.
El cuerpo desnudo me invita
muy seguro y sin titubeos
a que me despoje de todo aquello
que, molesto, cubre mi esencia.
El cuerpo desnudo se ríe
porque sabe que a pesar de todo
voy a imitar su sabiduría,
esa que proyecta una desnudez de mirada.
El cuerpo desnudo existe
así, como si nada,
entre tantos tapujos pudorosos
que evitan todo signo de genuinidad.
El cuerpo desnudo me abraza
cuando yo me uno a su desfachatez
y, juntos de la mano vamos
en busca de una desnudez universal.