La poesía es una especie de Virgilio: entrevista a Cristina Gálvez Martos

Hay algo en la poesía de Cristina que me recuerda un poco a la escritora Sylvia Plath, una suerte de frío lunar, muy bien expresado con el lenguaje, que percibo en algunos poemas. Fue breve el tiempo donde hice de nuestra poeta una réplica mental de otra (maravillosa también), porque Cristina Gálvez Martos tiene en su voz una fuerza propia. La fuerza de una persona que se cuestiona el mundo y su herencia, incluso con las huellas de su propio país. Es una voz importante en la poesía reciente de Venezuela y a partir de esta admiración me propuse hacerle unas preguntas para conocer un poco más de la poeta.

Puedo ver a través de Psicopompa una mirada fascinada por el mar iluminado en la noche, ¿qué cosas te causan fascinación?

Las imágenes. No solo como hechos literarios, sino como fenómenos de nuestra experiencia diaria. Esa complejidad tan rica con que construimos el mundo y con que el mundo se construye ante nosotros. Eso es fascinante, y también puede ser abrumador.

Me gusta mucho observar. Y cuando observamos lo que sea, un paisaje, una pintura, un animal, a nosotros mismos, siempre, se da algún descubrimiento. Los descubrimientos, por pequeños que sean, me producen fascinación.

En Bicorne le hablas constantemente a tus ancestras, ¿ha sido la poesía un vehículo para responder (quizás sanar) algunas preguntas familiares?

Sí, la poesía es una forma de responder mis propias interrogantes, de todo tipo. Y en ella encontré, asimismo, una manera de transitar a través de sucesos dolorosos, en muchos casos vinculados con lo familiar. Creo que la poesía es sanadora, definitivamente, porque nos permite dar vida y luz a aquello que por lo general se encuentra más o menos oculto —o por lo menos informe—. La poesía es una especie de Virgilio, una guía por el inframundo.

Te conozco como poeta venezolana, pero también eres uruguaya, de hecho allá resides actualmente, ¿cómo influyen estas dos naciones en tu escritura?

Es una pregunta muy difícil. Uruguay es un país que amo desde que era niña. Es el país de mi padre, y yo ahora resido aquí y tengo la nacionalidad. Sin embargo, Uruguay era más mío cuando lo construía con imágenes, desde la distancia, escuchando cierta música, recordando momentos y lugares que se incrustaron en mi memoria.

Soy, antes que nada, venezolana. Y caraqueña. Aquí me han recibido muy bien, la gente es muy sensible y solidaria, y no me encuentro en posición de exigir nada más. Me emociono al ver las murgas o al escuchar a Zitarrosa o Los Olimareños, esas cosas tocan mi fibra porque son parte de mi historia; pero no dejo de ser y de sentirme inmigrante, y eso puede ser una experiencia muy dura: la experiencia de no pertenecer.

Entonces, actualmente, lo que influye en mi vida y en mi escritura puede ser precisamente eso: el conflicto de quien emigra y, en mi caso, de quien se siente como arrancada no solo de uno, sino de dos lugares, aquél en el que hacías tu cotidianidad y ese otro que vivía en ti, y que descubres que no existe como tal.

Si fueses un animal serías un gato. Animal que de hecho está muy presente en tu poesía, ¿por qué?

Los gatos siempre me han acompañado, toda la vida. No puedo imaginar un hogar sin ellos. Actualmente vivo con mi pareja y tenemos dos gatas. Son increíbles, puedo pasar horas observando lo que hacen. Son animales muy tiernos, muy fieles –a su manera–, además de bellos y graciosos. He aprendido a entenderlos, a entablar un lenguaje común. Son seres protectores y mágicos, muy poderosos.

Mi forma de percibir lo que me rodea, mi propia existencia, está profundamente influenciada por la presencia de estos animales.

¿Cómo es tu proceso de escritura?

Creo que no tengo un proceso como tal, al menos no uno llevado a cabo conscientemente. A veces pienso que debería tenerlo. Tal vez cuando escribo ensayos sí puedo tener una metodología: primero leer, subrayar, extraer ideas, luego reflexionar y generar más ideas, ir desarrollándolas e hilándolas…

Cuando se trata de poesía, es algo que más bien “ocurre”. Aunque, si me pongo a pensarlo, sí hay un proceso más o menos constante, que solo puedo describir de una forma muy subjetiva. Es un trabajo lento, que se puede estimular pero no apurar. Casi puedes sentir cómo algo se va gestando, poco a poco se nutre de una y otra cosa: música, pensamientos, conversaciones, lecturas. Va tomando forma, se va dejando ver. La sensación es como cuando tienes algo “en la punta de la lengua”, pero falta ese chispazo, esa conexión, para que termine de surgir. Luego, en algún momento pasa: algo lo detona y viene ese poema, o esas frases, o ese torrente que luego pulirás, limarás hasta el cansancio, para convertirlo en literatura. No tengo un método para esta última “fase”, más artesanal, de pulir y corregir, lo hago por instinto, casi obsesivamente, en todos los momentos de soledad y silencio que  pueda tener. Así hasta que siento cada poema como algo limpio, donde nada me sobra. Pero no llego fácilmente a ello.

Tengo entendido que también traduces (del inglés al español). Este ejercicio sobre todo en cuanto a la literatura es un proceso bastante delicado, más aun si hablamos de poesía, ¿qué puedes contarme sobre el trabajo de la traducción?

Siempre me ha fascinado el idioma inglés. Traduzco poesía para mí, porque me gusta, y he tenido la suerte de que me publicaran algunas de esas traducciones en revistas literarias. Todo empezó cuando compré hace años, en Caracas, una antología de poetas norteamericanas. Allí descubrí a dos poetas maravillosas, Mary Oliver y Lucille Clifton. Sus obras son muy difíciles de conseguir en español, sobre todo de esta última, de quien se encuentran solo algunos poemas sueltos en antologías o en Internet. Tiempo después, mi hermano viajó y al regresar me trajo un poemario de Oliver y la obra completa de Clifton, ambos libros en inglés. Me apasioné por ambas, pero conecté a un nivel muy profundo con Lucille Clifton, y comencé a traducir sus poemas. Y el resultado era una Lucille puesta bajo otra luz, con la añadidura de algo mío, como si, en una pequeña medida, pudiese fundirme a su voz. Me encantó ese proceso y seguí haciéndolo con otras poetas, siempre con mucho respeto y algo de temor hacia esta actividad. Sueño con traducir gran parte de su obra, ya no solo para mí, sino para que otros la conozcan, porque ella es incomparable.

Cuando escribiste Psicopompa habrás tenido presente el tema de la muerte, ¿qué tema está rondándote actualmente?

Creo que los lazos familiares es algo que constantemente está presente en lo que escribo. Últimamente, con mayor presencia, la relación afectiva con figuras femeninas: madre, abuela, hermana. Pero siempre, por sobre todo, la madre como centro de un universo emocional. Tengo un poemario inédito reciente, en el que vuelvo a estos temas. En ese libro también está muy presente la casa como espacio onírico, como espejo del propio cuerpo, como un ente vivo con el que se entabla un diálogo y que refleja los propios padecimientos. Al menos eso es lo que aprecio yo, desde la imposibilidad de tomar una mayor distancia de mi propia escritura. También he estado reflexionando mucho sobre el extrañamiento ante el que me enfrento constantemente al estar lejos de mi país, de mi ciudad.

 

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Cristina Gálvez Martos (Venezuela, 1987) Lic. en Letras de la UCV. Psicopompa (Monte Ávila Editores, 2015) y Bicorne (Casa de las Letras Andrés Bello, 2016). Actualmente reside en Uruguay.

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La imagen destacada es una obra de la artista Leonora Carrington

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