Rodrigo Díaz Cortez y la nostalgia criminal

Hay algo de Juan Carlos Onetti en esta novela de Rodrigo Díaz Cortez (Santiago de Chile, 1977), Música para pistoleros (Pre-Textos, 2019), galardonada con el XXXVI premio Vicente Blasco Ibáñez de la Ciudad de Valencia: el ambiente enrarecido, la nostalgia por lo criminal, el tono de la prosa, un escenario que percibimos lejano, insertado en otro tiempo o tal vez en otra dimensión, la dimensión de la ficción. Díaz Cortez es autor de los cuentos La taberna del vacío (2000) y Metales rojos (Comba, 2017) y de las novelas Tridente de plata (2008), El pequeño comandante (Mondadori, 2011), El peor de los guerreros (Lince, 2011) y Poeta bajo el mar (2017). Puede leerse un cuento suyo en la antología Barcelona Buenos Aires. Once mil kilómetros (Trampa, 2019/Baltasara, 2019).

Música para pistoleros nos cuenta la historia de Perucho, un delincuente que un año atrás atracó un banco y que regresa a Valparaíso para recuperar la pistola que fuera de su padre, una Beretta que dispara balas firmadas con la inicial “E”. Para eso se dirige al bar del vikingo Abel y el Paticumbia, amigos de su padre, un bar de mala muerte donde trabajan algunas prostitutas. Así conoce a la Negra Escarlata con quien mantiene un encendido romance. Entre las cosas que dejó su padre, hay un ejemplar de las Greguerías de Gómez de la Serna, pero Perucho aún no sabe que este libro esconde la clave del enigma. Poco a poco, la novela va deviniendo en un thriller detectivesco, con unos cuantos personajes implicados y enredados entre sí. Además es evidente que el vikingo Abel y el Paticumbia le están escondiendo la verdad.

“No sé si esto es lo que yo venía buscando. Supe que la Beretta estaba aquí. La necesito.
El Paticumbia y el vikingo Abel se miraron, como si se hubiera referido a un secreto.”

La pistola nunca aparece. Y mientras tanto, los lectores conocemos la historia de los padres de Perucho, Eloy y Lupita, que el narrador va intercalando con la historia de la acción principal. Eloy tiene un hermano, Domingo, un militar que se dedica a los negocios turbios y que, evidentemente, se ha pasado la vida moviendo los hilos del pobre Perucho. Lástima que a este le toque descubrirlo todo por su cuenta y tan despacio.

“Domingo entró último y cerró la puerta con llave. Le pareció que Lupita estaba más alta, ya con sus arrugas pero bellísima la hendidura del escote. A Perucho no le gustó la mirada de su tío y le apretó la mano a su madre, pero ella se mantuvo serena. Ni siquiera lo miró para evitar que se le acelerara la respiración. Domingo se sentó en su sillón de mando. Su boca dibujaba una sonrisa.”

Música para pistoleros narra ese ambiente criminal y tan marcadamente masculino, un mundo que pertenece al pasado, como si se tratara de un lugar-tiempo donde el narrador se inmiscuye para volver a contárnoslo desde allí y con su lenguaje. Un mundo que pivotaba alrededor de la oscurísima dictadura militar, con su ecosistema completo.

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