En un mar de lágrimas no sueltas, no esparcidas, navego y floto sobre emociones volátiles pero para nada superfluas. Tristezas y alegrías se confunden y ya no saben cuál es cuál, en un mundo en el que el bien y el mal no son más que meros conceptos. En un mundo donde la dualidad se aburrió de sí misma y más bien se digiere, se indigesta y se vomita infinitamente.
Las energías más vale conservarlas, llenarlas de fuego y de paz. Las energías más vale que no se agoten explotando, esparcidas en el mar. Que no se vayan con ningún torbellino absurdo, que se queden aquí dándole cauce al río. Prefiero más bien el caudal del río para que las guíe en alguna dirección más o menos concreta. Aunque concreto, atinado y certero…
La casi única certeza, la incertidumbre. La casi única certeza… respirar y contemplar el universo y maravillarte en él. Maravillarte es su encanto y su belleza. Mientras contemplás la crueldad de los instintos que se entremezclan en cada creación. Maravillarte en su incertidumbre misma, en su no sentido, que es su sentido a la vez. La vida quebrantada por imágenes, embriagada por perfumes, inspirada por aromas, sabores y caricias, navega con venenos escondidos, inesperados, incomprensibles, hasta ridículos.
¿Alguna vez esos venenos encontrarán su antídoto? ¿O será que encontré el antídoto y me inventé el veneno? La paz, cuando abriga el corazón, lo es todo. Sólo los fuelles vivos lo alimentan. Inspirar e inspirarse en lo maravilloso y en lo putrefacto, el único remedio para que tú locura no te mate. Para que lo vertiginoso no te estrangule y te quite el aliento.
Si alguien te embarra la cara, toma el aliento de la mugre y transfórmalo en compost. Por ahí podés aprender algo de las lombrices. Extravagantemente linda, lógicamente absurda y tiernamente siniestra, la vida.