Notas sobre la desaparición

MANTA RAY: LOS ESPÍRITUS AUSENTES

Autor y director: Phuttiphong Aroonpheng

*Imagen de FICUNAM en: https://ficunam.unam.mx/los-espiritus-ausentes-manta-ray-de-phuttiphong-aroonpheng/

Manta Ray: los espíritus ausentes es una película de lentitudes, se trata de la travesía de una cámara de agua, los ojos son de agua, las lágrimas, la enfermedad pero, sobre todo, los cuerpos. Los cuerpos están en constante exposición vulnerada, rendidos al lodo, a la violencia, a un bosque encantado. Las culturas antiguas atribuían poderes mágicos a los bosques y los árboles tenían espíritu. Si un hombre los dañaba, debía pagar, incluso, con su vida. En la película, lo existente tiene un espíritu. El espíritu de los árboles, de las piedras, del agua, evoca algo más que la superficie. En las ciudades los ancestros han dejado de hablar, pero cerca del agua los pueblos de pesca viven la violencia del movimiento y no tienen palabras para explicar los ciclos de venganza entre los pueblos, las orillas, la trágica y perpetua muerte en vilo. Manta Ray: los espíritus ausentes es una película preciosa en su andamiaje de secuencias lentas: tomas fijas de horizontes, retratos de fijezas emocionales en movimientos sutiles, gestos colmados de afectos y zonas indiscernibles.

Percibí el espíritu de la mantarraya en toda la película, aunque ella apareció al final, pero era la protagonista fantasma. Sombra densa en el agua: su aspecto triangular es sagrado. Las mantarrayas navegan lentamente, murciélagos líquidos, pétalos negros, densos y profundos; ellas son semejantes a los minerales preciosos de algún bosque, siempre escondidos entre la tierra pero presentes, comunican también algo silencioso, la magia de ser aleteo. Lo ausente es, a veces, sumamente importante, es el envés de la vida, su núcleo.

La película es un círculo de silencios, de símbolos; universo de cosas indecibles que los espectadores debemos reconstruir, también nosotros estamos ausentes, pero no lo sabemos, nos cuesta trabajo reconocer que estamos cincelados por la desaparición.

Las piedras se encuentran enterradas y, generalmente, los humanos no podemos verlas; los personajes de la película nos muestran esa trivialidad. Tendríamos que agacharnos como ellos es su búsqueda y escuchar sus reverberaciones sepultadas. Las piedras se parecen al dolor de quien no habla, y por eso los mudos se encuentren próximos a los muertos, escuchan bien pero no pueden decirnos, no pueden anticiparnos el universo de sombra que está más allá del lenguaje. La película nos coloca frente a la escucha de los muertos: son luces que se encienden con sus encantamientos. No sabemos ver. Ni escuchar ni desenterrar los minerales preciosos para arrojarlos al agua y tan solo surcar su tiempo con ondas que desaparecen solas, como toda soledad.

La anécdota fílmica es baladí. Es una historia de ausentes como todas las historias en realidad. La trama es circular y en ello radica la astucia de la imagen; comienza con alguien que es mudo (solo los mudos pueden narrar), y es herido entre las ramas de un bosque hechizado. Termina del mismo modo, cuando el personaje que irrumpe en la vida de un pescador, nombrado Tongchai, muere, por no caber en ese mundo en el que se le concedió ser el extraño. Sin suplantar la identidad de su amigo pescador, ese personaje irrumpe con su mundo desconocido para abrir un hilo hermoso: el de la piedad, los seres humanos son capaces de amar, amar a ciegas a un extraño que irrumpe en nuestro mundo y de quien no podemos saber nada. El pescador ama a Tongchai como si fuera un hermano, un hijo: la amistad, qué extraño animal de risueña compasión.

¿De dónde viene Tongchai?, ¿por qué es tan amado? Al final el personaje muere, parece sacrificado, su muerte tiene algo heroico, también es espléndida como su hermoso rostro. La película nos muestra un prodigio de emociones apenas intuidas en los gestos del personaje mudo. Hablar no solo es posible con las palabras, también nuestro rostro se comunica en silencio. Las escenas en las que Tongchai siente placer con su amigo cuando cierra los ojos en el agua o cuando encienden las luces de colores en la cabaña; o en esa memorable escena de las aguas termales cuando Saijai masajea su espalda y el personaje transmite el placer a través de sus gestos, son secuencias silenciosas que nos inducen a cerrar los ojos. Los sentidos están despiertos a través de la imagen. El placer de ser cuerpo, vida, espíritu mudo.

Las luces que aparecen en la película, en largas secuencias de destellos, son espíritus ausentes; somos nosotros que nos extinguimos en el tiempo, tiempo que pasa y pasa, acontecer de círculos, espirales, líneas; luminosa desaparición, en el agua, en el bosque, en el polvo.

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