Dossier «Poesía joven»: Entrevista a Ana Castro | Marta Castaño

Ana Castro (Pozoblanco, Córdoba, 1990) es periodista y trabaja en el ámbito de la Comunicación Corporativa. Ha promovido y participado en distintos proyectos culturales, entre ellos el Festival Cosmopoética. Sus poemas aparecen en diversas antologías. El cuadro del dolor (Renacimiento, 2017; III Premio Juana Castro) es su primer poemario.

¿Por qué empezaste a escribir? ¿Crees que existe un momento de primera inspiración literaria? Y si es así ¿qué fue lo que te llevó a ese despertar poético o narrativo?

Francamente, no lo sé. Puede que no pudiera ser de otra manera. Simplemente recuerdo que leía mucho. En algún momento leer conduce a escribir, así que la Ana adolescente comenzó a escribir sobre ella y aquello que le interesaba. Pasaba mis emociones a un personaje o un yo poético y desde ahí contemplaba el mundo y escribía. Llegó un momento en el que la puerta de mi habitación en casa de mis padres quedó empapelada con lo que imagino que fueron mis primeros poemas. Aquellos en los que ya reconozco como propios de mi voz tardarían unos cuantos años (y muchas lecturas más) en llegar.

En cuanto a la inspiración… No creo mucho en ella. Al fin y al cabo, la poesía es una forma de mirar. De alguna manera todos la llevamos con nosotros, aunque algunos lo desconozcan. Una vez que reconoces la poesía como propia, no te abandona nunca. Puede haber momentos en los que se escriba más o menos pero eso no depende de la llamada de la inspiración, sino del silencio interior y los tiempos que nuestro cuerpo nos demanda. Para mí, un poema puede surgir en cualquier parte: en el trabajo, en el metro, en el cine, en casa… Acontece una imagen, una palabra o una frase y, de repente, se despliega todo un mundo.

En tu obra se refleja la importancia que tienen para ti las raíces y las redes. Hablas de tender hilos y estableces lazos fuertes con las mujeres de tu familia y con otras mujeres en general. De hecho, has participado en varias iniciativas literarias feministas. Cuéntanos tus experiencias dentro de esas redes de mujeres que hoy en día están cobrando especial importancia en la sociedad. ¿De qué manera ha influido estas actividades en tu forma de hacer literatura y en tu manera de ver el mundo?

Mi primera identidad es justo esa: ser mujer. Y ser la hija de mi madre. Estoy aquí gracias a todas las que yo denomino Mujer-raíz: mi madre, mi abuela, sus madres, sus abuelas, sus hermanas… Como ya explicita Adrienne Rich: «nacemos de mujer». En concreto, yo provengo de mujeres que cosen. Probablemente esa sea la herencia más importante que me dejó mi abuela: enseñarme a coser. De ahí los hilos. Estamos unidas por cientos de hilos (probablemente de color rojo) que nos conectan las unas a las otras y así nos sostiene. Somos «mujeres araña», como decía Louise Bourgeois. Nacemos, crecemos y vivimos en los hilos, gracias a ellos. Los hilos son las raíces que trepan por el cuerpo y circunscriben nuestra identidad.

Por otro lado, afronto la realidad como mujer feminista. Sólo concibo un futuro así, desde la lucha feminista, y eso implica un fuerte compromiso: defender a las hermanas, creer y cuidarnos las unas a las otras y dotarnos de espacios seguros en los que reivindicar nuestra voz y así empoderarnos. La librería feminista Mujeres y compañía (C/ Unión, 4, Madrid) es uno de ellos. Es mi segundo hogar en Madrid. En sus estanterías, se reúnen todas mis madres literarias, mis compañeras poéticas de ahora y las mejores libreras, que me llenan de recomendaciones y consejos.

También he participado en diferentes proyectos y antologías que buscan visibilizar la obra de las autoras, como Discípulas de Gea, publicada por Inventa Editores, o la compilada de manera valiente y ambiciosa por Liberoamericanas. Pero creo que la manera más importante de involucrarse en este sentido es leyéndonos las unas a las otras. Tenemos que leernos, leer a las que nos precedieron y a nuestras contemporáneas una y otra vez y recomendar su lectura a familiares, amigos, compañeros… Y eso también implica apoyar las editoriales que apuestan por recopilar el legado de todas ellas, como Torremozas o Sabina.

Se dice que todo escrito tiene algo de autobiográfico. Reflejas mucho de tu vida, tus dolencias y miedos en tus poemas ¿Cómo se convierte una mala racha o un momento de dolor en un poema?

No se trata de que algo se transforme en otra cosa, como si se tratara de una fórmula química o un hechizo. Simplemente la realidad acontece y te cambia. Te daña y luego creces y escribes desde ese dolor, desde la verdad que encierra. Y esa verdad es luminosa. La belleza reside en ella. Nos aferramos a ella para continuar.

Comienza el poemario con una cita de Chantal Maillard, poeta, filósofa y profesora de estética, que tuvo que interrumpir su actividad docente por las secuelas que le dejó una grave enfermedad. A partir de entonces se dedicó plenamente a la escritura. Además de esta mujer ¿qué otras figuras han sido tu fuente de inspiración a la hora de escribir?

La obra de Chantall Maillard es crucial para mí, como la de Juana Castro, Piedad Bonnett, Sharon Olds, Adrienne Rich, Olvido García Valdés o Cristina Peri Rossi. A sus textos me aferro cuando el mundo tiembla y el dolor grita en mi cuerpo. Ellas son mis Madres, mis Maestras literarias.

La literatura tiene capacidades que a veces no alcanzamos a entender. Para mí es una especie de magia, que puede incluso llegar a enfermarnos o sanarnos en algunos momentos. Dices en uno de tus poemas que cuando se tiene miedo o dolor «gritar no sirve de nada» ¿Pero sirve de algo escribir?

Escribir tampoco. Cuando el dolor, sólo sirve encerrarme en la cama con mis pastillas y la manta eléctrica, que venga mi gata y se tumbe junto a mí, y dejar que las horas pasen. El dolor hace que desaparezcamos, nos borra de alguna forma extraña. Supongo que la escritura es un acto de resistencia o sublevación al dolor (e, incluso, a nuestro propio cuerpo). Leemos para sentirnos menos solas, para comprender y empoderarnos en el dolor. Yo he comprendido que escribo para nombrar el dolor por todas aquellas que no pueden. Ese es mi compromiso político: visibilizar el dolor.

Eres periodista y trabajas en el ámbito de la comunicación corporativa ¿Cómo compaginas tu vida laboral con la creación literaria?

Aprovecho los trayectos en metro al trabajo para leer o escribir. Siempre llevo una pequeña libreta conmigo en el bolso. En ella acontecen los poemas. Si mientras estoy en la oficina surge una imagen, una palabra, una idea… algo que hace estallar un poema, sé que tengo que dejar todo a un lado durante unos minutos para escribirlo. Eso hace que merezca la pena el día. Después, al llegar a casa, continúo leyendo y escribo sobre lo que leo. La escritura es el único ámbito en el que me siento yo enteramente, plenamente libre. Es lo que da sentido a las horas laborables, a la vida práctica.

En El cuadro del dolor podemos encontrar mujeres raíz, mujeres entraña, mujeres loba, mujeres dedal, mujeres araña, mujeres mimosa, mujeres hilanderas, mujeres sacerdotisas… en definitiva, mujeres fuertes que pueden ser mujeres que como tú, luchan por hacerse un hueco en el mundo literario y que cada vez logran abrir más puertas y avanzar poco a poco, haciéndose notar. ¿Cuál es tu percepción de la situación de las mujeres (jóvenes) en el ámbito literario de hoy en día?

Somos muchas más que generaciones atrás y contamos con más oportunidades. Las redes sociales han funcionado como altavoz para que alcemos la voz y difundamos nuestro trabajo pero aún queda mucho camino que recorrer, porque apenas conocemos nuestra genealogía. Llevan siglos privándonos de ella y hemos de llamar la atención sobre lo significativo de este legado continuamente.

Sí, 2018 ha sido un gran año para las creadoras y grandes autoras han obtenido reconocimientos significativos POR FIN (Ida Vitale, Francisca Aguirre, Antònia Vicens…). Pero no es suficiente.

Aun así, creo que el futuro es prometedor. La lectura de las jóvenes voces ya no es algo minoritario. Estas autoras han dado el paso a las grandes editoriales y han llegado a convertirse en producto y a transformarse en fenómeno en las redes sociales, con todos los problemas que ello conlleva…

En cualquier caso, me preocupa más que las jóvenes nombren a sus maestras y contribuyan a visibilizar la obra de tantas olvidadas, que recuperar nuestra genealogía se sitúe en la agenda mediática y que las redes sociales sean empleadas no sólo como plataforma para dar a conocer el trabajo propio sino para compartir la obra de tantas autoras desconocidas, descatalogadas o sepultadas por la historia.

Es a esta genealogía familiar, vital o literaria a la que yo apelo en El cuadro del dolor al referirme a las mujeres dedal y mimosas o a Las Hilanderas. Lo principal es leer mucho y escribir, escribir, escribir… y corregir, corregir y seguir corrigiendo. Lo que cuenta es escribir buenos poemas, honestos y auténticos, no hacerse notar. No me importa ese «hacerse un hueco» y sí responder ante las maestras de cuya obra he aprendido todo. Su criterio es el que cuenta para mí.

Los temas mitológicos son recurrentes en tus poemas: El mito de Aracne, las hilanderas, los hilos… algunas creencias asiáticas como la mención al segundo chakra (Svadhisthana) identificándolo como tu punto débil. Háblanos brevemente del imaginario sobre el que te basas al escribir y por qué eliges esos símbolos.

No creo que sea una elección consciente, sino mi realidad. Mi territorio son esas raíces que trepan hasta ascender por mi pelo y también los hilos invisibles que me unen a mi madre, mi abuela, mis hermanas… e incluso a la hija que aún no he tenido. Desde esta condición nombro el mundo y digo: cicatriz, hija, dedal o mimosas. Estas son las palabras a través de las cuales exploro la realidad. Provienen de la voz de mi madre y de mis lecturas. Estas imágenes viven en mí, se suceden en mis ojos al reconocer el mundo y dan forma a todo cuanto sé.

Todas contamos con un imaginario particular y en la mayor parte de los casos éste no cuenta con recursos para abordar el dolor. Me he dado cuenta de que el lenguaje no está preparado para nombrarlo. Por eso hemos de recurrir a la metáfora. Entonces afloran aquellas imágenes que conocemos y nos definen, pero aún así no es suficiente para circunscribir el paso del dolor por nuestro cuerpo. Hasta nuestras creencias más férreas pueden ser derrotadas por el dolor que es, principalmente, silencio y desierto.

En 2017 fuiste galardonada con el III Premio de Poesía Juana Castro y tus poemas fueron publicados por la editorial Renacimiento, una editorial independiente con una trayectoria de más de 30 años y un premio a la mejor labor editorial cultural, ¿qué supuso esto para ti?

Sin duda, fue todo. Que mi libro El cuadro del dolor recibiera el Premio de Juana, una de mis Maestras, a la que admiro muchísimo como poeta y como mujer… No puede haber reconocimiento más emocionante y pleno para mí.

Desde Renacimiento me abrieron las puertas a una casa en la que se trabaja incansablemente, por convicción, como su larga estela demuestra, para editar buenos libros y recuperar nuestra genealogía. Gracias a su labor podemos descubrir a grandes autoras cuya voz nos había sido negada. Me siento muy orgullosa de su labor.

Más allá de todas las posibilidades que se han desplegado con el premio y la publicación del libro, lo más enriquecedor ha sido el contacto con otras mujeres que también sufren dolor crónico, que han leído el libro, se han sentido identificadas y han contactado conmigo. Han compartido conmigo sus experiencias de dolor. Que mis poemas hayan combatido su soledad, poder ayudarlas de alguna forma es lo máximo a lo que puedo aspirar: que mi dolor haya servido para paliar el horror del suyo o acaso simplemente para saber que en medio del remoto desierto frío al que te destierra el dolor hay más voces que pelean duro por continuar adelante.

Después de publicar este libro ¿Qué proyectos literarios tienes en un futuro próximo?

Continúo leyendo y escribiendo, poco a poco, a mi ritmo, soy de escritura lenta y de tardes de sofá y mesa camilla. No estoy trabajando en un nuevo libro como tal. Escribo poemas aquí y allá, publico artículos y reseñas, pero no cuento con ningún proyecto definido. Aún no siento que haya llegado el momento de un nuevo libro. Disfruto explorando nuevos lenguajes para dar entidad al dolor y continúo esforzándome por empoderarme (como mujer, paciente con dolor crónico y poeta) a través de la lectura de autoras que, como yo, forman parte de esa raza de mujeres que han de aprender una y otra vez a recomponer sus cuerpos para nombrar el dolor desde ellos.

01 Ana Castro (Foto_ Violeta Nicolás)

Fotografías realizadas por Violeta Nicolás.

Biografía de Marta Castaño:

Marta CastañoMarta Castaño (Pamplona, 1988) es licenciada en Filología Hispánica por la UNAV y graduada en Información y Documentación por la ULE. Apasionada de la literatura en todas sus formas. Trabaja como bibliotecaria en una biblioteca pública y gestiona proyectos literarios y de fomento de la lectura en su ciudad natal. Escribe artículos en revistas culturales y poemas y narrativa en su blog personal.

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