Hace poco recibí por correo postal El sueño de Paloma Sanlúcar (Andraval Ediciones, 2019), de la escritora sinaloense Ernestina Yépiz, y como ya Ana Clavel a través de su reseña me había brindado un tentempié de estas letras, no pude esperar para leerla, y ahora tampoco para compartirles algunas ideas.
La novela parece estar dedicada, principalmente, a todas aquellas mujeres que tenemos como faro la escritura, aunque a veces nos sepa a tormenta; para todas aquellas que no tememos sostener la pluma y lanzarle versos a la luna. Así que quisiera, en honor a nosotras y casi como un brindis, delinear este texto de Ernestina Yépiz.
El sueño de Paloma Sanlúcar es contado en siete apartados, que juegan con la realidad y el tiempo, con los sueños, con las posibilidades múltiples, y las múltiples sombras que todas poseemos.
En esta novela Ernestina nos obsequia una prosa introspectiva, íntima, donde aparecen las historias de sus ancestras mezcladas con la ficción, con el deseo, el amor, el destino, el viaje e incluso el miedo. Las páginas de este libro contienen una historia contada desde muchas bocas, desde muchas manos, plagada de sabores, desvaríos, placeres y libros; terrores humanos.
Desde las primeras hojas me cautivó, especialmente porque la narración me situó en un camino que casualmente recorrí muchas veces, hace varios años; esta lectura me recordó una atmósfera que habita punzante en mi memoria, la del transbordador que va de Topolobampo a La Paz. El sueño de Paloma Sanlúcar inicia ahí, en un nocturno recorrido marítimo, sobre el cálido Mar de Cortés.
En el primer capítulo La historia de amor, Ernestina relata una historia atrapada en muchas historias, nos presenta a dos extraños que parecen unidos por algún destino fatídico: ella es escritora de sueños, y él un fotógrafo de frag-men-tos. Esta apasionada coincidencia aparece rodeada de tropiezos y de pelícanos que fracasan al surcar el cielo, de delfines quiméricos, de trémulas aguas que cobijan siglos enteros. Iniciales páginas que terminan enredadas entre cuerpos desnudos que se mecen al vaivén del mar bermejo; carne que, frente al encuentro con un otro eternamente conocido, se vuelve libre, libro, relato que promete; que no se salva de la muerte.
En esta novela hablan varias mujeres, se confiesan, se enamoran, saborean, beben, escriben y leen, así como en un momento seguro estuvo la autora, y luego estamos las lectoras; todas unidas en un tiempo que parece ya no ser, pero que está presente en cada página donde hay demora.
El libro es una especia de reescritura, que busca siempre las posibilidades de ser todas en una. Leedora y creadora se unen, pueden fragmentarse en las tantas vías que propone la mezcla de la ficción con la propia vida, con la obsesión de la escritura.
En el segundo capítulo se reitera que nadie es únicamente quien cree ser, y que para probarlo basta colocarse frente al espejo, para descubrir que una es diferente y al mismo tiempo semejante a la que cree. Y pienso que alcanza con abrir un libro para que el sueño se vuelva abismo, para que las emociones universales abracen y abrasen las fibras de la existencia, de la memoria histórica, geográfica, genética.
Me encanta que la protagonista sea escritora, me gusta el juego doble; múltiple. Me pone a suspirar el hecho circunstancial de que algo de las vidas de Paloma Sanlúcar, o de cualquier otra empeñada escritora, transcurren en Sinaloa, en Topolobampo, en Los Mochis, en el Cerro de la Memoria, en el Fuerte; en mi tierra progenitora. Y más en tiempos donde se intentaba conformar una colonia intelectual, artística, bohemia. Sólo con la magia de la literatura, una parece volver a las épocas en las que nunca estuvo, pero siempre añora.
El tercer capítulo se titula La absurda rutina de escribir, en el la protagonista escribe el mismo libro que la autora. Y las leemos hablando de la interminable tarea de las letras, de cómo en este oficio se nos presentan los muertos enseñándonos a convivir, nos habitan las voces. Aquí, la protagonista nos dice:
«Soy una especie de máquina diseñada para unir palabras: palabras que se vuelven líneas, líneas que se vuelven páginas y páginas que se vuelven libros y libros que son el principio de otros libros, de otras páginas, de otras líneas y de otras palabras».
« … la escritura se ejerce en un acto de provocación: escribe el que se desafía a sí mismo, el que es incapaz de ser razonable, de mantenerse en equilibrio; el que se tambalea sobre sus propios pasos e intuye que habita la irrealidad y al escribir busca lo perdido, lo que cree que le pertenece». A veces, leer a otras y encontrarse, hace que logremos creer que hemos recuperado lo real de lo ilusorio.
En «Aquellos días», que es el siguiente capítulo, Ernestina en voz de esta nueva Paloma Sanlúcar nos dice que a veces simplemente se escribe desde el arrastrar de la nostalgia, de unas manos que no sirven para exorcizar a los fantasmas, mucho menos para curar heridas. En esas palabras tejidas con recuerdos, una puede acomodarse en los días en los que parece que no pasa nada, donde una camina errante por alguna casa y se sumerge en el deseo de fundirse en otra cara, en otro espejo. A veces las palabras no alcanzan. Releo unas páginas para escribir este bosquejo, mientras sorbo el vino que acompaña mi desvelo.
Ya casi para terminar, aparecen «El salón de los retratos» y «Encuentros inesperados», aquí lo escrito es un eco ya leído, una lectura que nunca se termina de escribir. En estos páramos de signos podemos reconocer la fuerza de la genealogía, las historias de nuestra vida, de nuestras propias lecturas, de nuestros amores y consternaciones. Aquí aparecen las vidas de nuestras abuelas, de las mujeres de letras, de las soñadoras, de las suicidas.
Estos episodios me llevan a pensar en lo que es ser mujer, mujer en el amor, en la soledad, en la escritura, siempre profana, futura; siendo sin ser; me llevan a pensar en las coincidencias, las memorias, las fotografías. Me lleva a descubrir, o recordar, que nada en este mundo, ningún encuentro, puede ser la primera vez; siempre estamos sucediendo. Siempre encontrando y desapareciendo. Viajando.
Leer siempre es caminar, andar el mismo lugar; conocer la historia de cualquier escritora es habitar el principio y el final, el tuyo, desde una mirada otra. Leer y escribir, como caminar, es estar viva.
El sueño de Paloma Sanlúcar te acomoda en un momento en el que eres acompañada por seres de otro tiempo; te conviertes en otro tiempo. Nos invita a leer y también a escribir, hasta caer en el absurdo, hasta recordar lo que es vivir.
Un final predecible
Así se llama el brevísimo capítulo final, y debo admitir que no soy muy buena con los títulos, pero me hubiese gustado otro nombre para la última mirada al espejo. Finalmente me dejó satisfecha. No les voy a contar el final, pero sí les diré que sigue presente la escritura perenne, y todas las mujeres que hemos sido siempre.
Y ya para cerrar, celebro y felicito a Ernestina, por regalarnos una novela invadida de fantasmas, de soledad cargada y de obsesión por la escritura, por la literatura. Me gusta cuando el «fin» sigue siendo un despertar a otra realidad, con proyectos que incluyen la escritura y su transitar, ese hurgar desde nosotras, entre nosotras, hacia la reconstrucción de la identidad, hacia la valentía frente a la locura que a veces parece el dedicarse a escribir todo lo que habita el propio ser y estar, sea o no lo que muchos llaman «realidad».