Repensar el hecho: de consumidores a creadores

Trabajo ganador del 2do premio en concurso literario
organizado por OAJNU (2018).

 

Si no cambiamos el mundo, no somos nada.

Enrique Verástegui[1].

 

Introducción

Previo a cuestionarnos si funciona, efectivamente, nuestro sistema educativo, debemos preguntarnos cuáles son -a nuestro tiempo y a las características de nuestra sociedad actual- los fines de la enseñanza en sí misma. Si es que acaso, tales fines son poco claros o no se corresponden con las bases sobre las que se enfunda nuestro sistema, entonces podremos decir que éste se enfrenta a un proceso de cambio. Cuestión lógica e inapelable si se tiene en cuenta que las necesidades, fruto del devenir de los tiempos, evolucionan mucho más aprisa de lo que nosotros tardamos en otorgarle una explicación: sólida respuesta[2]. Es frente al cachetazo que nos pega una nueva realidad -que se contradice con la explicación que damos al mundo- que nuestros postulados ideológicos (ergo, también nuestros sistemas a nivel sociocultural) se ven obligados a evolucionar para, así, sobrevivir.

Ahora bien ¿por qué hablamos de ideologías[3] al inicio de nuestro ensayo? La respuesta a esta interrogante ha de ser simple. Todo proceso educativo, se enfunda en determinada representación de la realidad; la que habremos de entender como nuestra verdad ante los hechos que suceden en el mundo. A su vez, todo aquello que los individuos consideren necesario para el correcto desarrollo de su vida, lo será en la medida que así lo considere necesario el pensamiento colectivo de su época. Los fines de la enseñanza que respondan a tales necesidades, se darán sobre esta misma lógica y variarán conforme se dé un cambio de pensamiento. Dejemos las cosas claras: la educación en sí misma, se enfundará en la reproducción de los valores propios de una ideología dominante[4].

Debemos ser conscientes de lo antes señalado, porque es en base a esos y hasta esos límites, que nuestros planteos pueden llegar a ser visionarios (o no) en lo que refiere al proceso educacional. Así, todos nuestros postulados, responderán -aún sin darnos cuenta de ello- a determinadas bases ideológicas. Las que también se perciben en los valores que consideremos necesarios durante la formación constante de los individuos y a lo largo de la vida.

Formación para la vida: para ser individual y colectivamente

Se ha presentado un tópico a reflexión: “formación para la vida”. Sería oportuno cuestionarnos cuáles son los conocimientos que hacen a una formación “para la vida”. Quizás sería, incluso mejor, hablar de herramientas y competencias[5]: contenidos que sirvan al individuo a presente y a futuro. Herramientas que le permitan colocarse en un lugar adecuado ante el devenir de los tiempos y, a su vez, le permiten también construir el modelo de sociedad que mejor se adapta a sus necesidades y pretensiones.

No podemos caer en tamaña pequeñez de concebir la educación, únicamente en base a las necesidades propias del mundo laboral del hoy y del mañana: lo que creemos que será el futuro en relación a nuestro presente. Tampoco podemos ser tan ilusos de pensar que los procesos educativos, pueden virar hacia nuevos horizontes con un mero cambio en lo que refiere a las cuestiones programáticas. Lógicamente, debemos tener en cuenta las exigencias que el mundo presenta a los nuevos ciudadanos, pero también es necesario pensar qué pueden otorgar éstos a la comunidad en la que se encuentran. A través del proceso educativo, los individuos deberían ser capaces de adquirir (al menos en teoría) determinado conjunto de saberes y herramientas[6] y, por otra parte, ser capaces de entregar lo mejor de sí al mundo que les rodea[7].

En ese sentido, ha de ser necesario, ante todo, un cambio en el espíritu mismo de la educación por sobre los programas que remiten a las asignaturas dentro de un sistema educativo formal[8]. Esto, siempre y cuando, nuestro deber remita a la búsqueda de nuevos horizontes para nuestra sociedad[9]. Sería oportuno, entonces, marcar la diferencia entre los conceptos de “enseñanza” y “educación”. Mientras la primera se encuentra en el marco mismo del hecho educativo y ha de ser la transferencia de conocimientos y herramientas concretas -muchas veces academicistas- de un sujeto a otro[10], la segunda se entiende como el aprendizaje continuo del individuo (es decir, a lo largo de toda su vida) a nivel de conocimientos teórico-prácticos, así como en materia espiritual/sentimental. Podría decirse, entonces, que la sociedad en que uno se encuentra (a través de sus diferentes agentes de socialización) condiciona la educación y a su vez, ésta última encierra a la enseñanza a nivel institucional[11].

Cuando se analiza nuestro presente como nación, surge la pregunta: ¿el Uruguay atraviesa por una crisis en materia educativa? Conforme a los planteos del argentino Gustavo Santiago, podríamos considerar, en realidad, que la educación, en sí misma, se encuentra en una crisis constante: en todo momento hay cierta lucha entre diferentes posturas pedagógicas, cada una de éstas con raíces y postulados muchas veces encontrados, así como dispares en otras ocasiones. Pero, entonces ¿no se encuentra la cultura, en sí misma, en crisis permanente? Se nos presenta así una paradoja: para hacer a un cambio significativo en nuestra sociedad, es necesario llevarlo a cabo desde un cambio cultural (propio de un choque entre múltiples formas culturales) al cuál respondería la educación. Sin embargo, es justamente desde la educación como proceso constante en la vida de las personas, que pueden incentivarse tales transformaciones. Podríamos pensar que este proceso se iniciaría desde el hecho pedagógico, pero como hemos visto, éste responde a múltiples formas de pensamiento propias del todos social. Así, llegamos a una conclusión: sea lo que sea que entendamos como “educación para la vida”, esta noción podría llegar a ser realidad más allá de la mera idea, en la medida que se trabaje de forma holística desde diferentes áreas que hacen a nuestra vida en comunidad.

Entendiendo lo planteado anteriormente ¿hacia dónde nos encaminamos? ¿cuál es el propósito de esta, nuestra reflexión? Como señalábamos, no puede darse el proceso educativo en un marco cultural desordenado fruto de una búsqueda de metas utilitarias y materiales. Tampoco debemos perseguir la obtención de metas inmediatas y/o espectaculares por más idealistas que éstas sean. La solución (si es que la hay) a las problemáticas que se dan en el sistema educativo, por ejemplo, tendrá tanto ventajas como desventajas[12] en relación a lo que consideremos prioritario y, en definitiva, a los objetivos perseguidos. Una búsqueda encausada en el éxito inmediato, tan sólo nos llevaría a un sistema educativo deficiente, pues carecería de rumbo fijo al enfrentarse a las tempestades de las realidades representadas por los agentes acogidos en su seno.

“Educación para la vida” … ¿Qué contenido cargaremos sobre este tópico, esta frase que parece tan simple en sí misma? La educación en sí misma, tiene la potestad de encauzar[13] y hacer a las bases de una sociedad y, por tanto, constituye un proceso de adiestramiento del individuo bajo determinada doctrina que posee el grupo social al que pertenece[14]. Así, nos encontramos obligados a reflexionar acerca de la sociedad que deseamos construir. Idea sin la cual se hace imposible construir un sistema educativo que haga a nuestros intereses íntegros y posibles en la existencia.

Comprendemos que es parte de la naturaleza humana el renovarse para sobrevivir como especie. La sociedad es en la medida que las formas y costumbres que la constituyen se reproducen de generación en generación. Por lo siguiente, toda sociedad sobrevive en la medida de que, manteniendo sus bases (sin las cuales no habría sociedad a lo largo del tiempo pues se carecería de identidad comunitaria) los individuos que la constituyen sean capaces de renovar sus formas de vida y las formas en que entienden el mundo que les rodea. Mientras consumimos una realidad presente, debemos ser capaces de crear la realidad del mañana reformulando nuestras ideas y contrarrestando las problemáticas que nos aquejan. Para ello, se hace necesario formar personas (ciudadanos si a un país como sociedad nos referimos) innovadoras y astutas: personas capaces de reconocer aquello que hay que preservar (porque, en definitiva, hace a aquello que son) y aquello que hay que traicionar, desechar, mantener en el pasado para poder hacer más fuerte e íntegra a la comunidad en que se encuentran.

Se plantea, entonces, un conjunto de interrogantes y tan sólo un conjunto de interrogantes. No pretendemos con nuestras palabras encender una luz sino hasta donde el lector reflexione acerca de qué entiende necesario construir sabiendo ya la importancia de la educación como agente en nuestra sociedad. Naturalmente, el ciudadano de a pie debería llegar a establecer una idea de la educación que desea para sus hijos, pero es ante todo el docente[15], la figura que deberá pensar y construir idea, siendo capaz de concebir lo que entiende mejor para crear una sociedad fuerte y beneficiosa para quienes la integran[16]. Recae en su figura, la llave que abrirá las puertas del mañana en las personas[17]; a las que hará capaces de aportar lo mejor de sí (sobre lo cual no llegará a influir sino para potenciar su materia) al grupo al que pertenece.

Sobre la educación holística o totalizadora

Pensar supone establece una relación de nuestros conocimientos entre sí, respecto a nuestras observaciones y deducciones del mundo que nos rodea[18] en virtud de nuestras pretensiones ante la vida. Se construye, así, una idea y un fundamento para nuestra existencia, condicionantes de las acciones que de ello emanan. Lo que conlleva, en los hechos, un funcionamiento en conjunto del espíritu y el intelecto del individuo: impresión (sentimiento) / comprensión y duda / respuesta antes los hechos que uno experimenta. Sobre estos preceptos, se enfunda nuestra idea de lo que ha de ser el hecho educativo en sí mismo. El desarrollo de todo cuanto hace al involucramiento del individuo en el mundo, llegando a cambiar la realidad colectiva, construyéndose a sí mismo también en el camino, es nuestra meta más idealista, sin ningún temor al uso del término. Si la utopía nos invita a caminar, aún sin saber con claridad adónde nos dirigimos, pues allí vamos.

Reina Reyes nos señala: “los métodos educativos no pueden dirigirse a la razón y a la afectividad aisladamente, sino que tienen que considerar a la personalidad como un todo”. Nos plantea la idea de una educación que permita al individuo ser libre intelectual y sentimentalmente[19]. Para ello, el aprendedor (estudiante, si refiere al aprendizaje de conocimientos más academicistas) deberá comprender el mundo en que vive descubriendo aquello que es su realidad. He ahí la primera una relación entre Ser y Espacio. Pero si el mundo entrega su llave, sus códigos a los ojos del individuo, ¿qué ha de entregar éste último? ¿Su presencia en armonía con su medio y sus semejantes? Como primera función, sí. Ya luego, sin embargo, deberá el individuo entregar algo de sí que haga a la metamorfosis progresiva de la realidad y la sociedad en que se encuentra[20].

Hablamos, entonces, de una educación para la cultura desinteresada (término demás vaz-ferreiriano), que haga a los miembros de una comunidad pasar de consumidores a creadores de su realidad para sí y para todo aquello que les rodea. Cada quien se transforma, bajo esta idea, en un artista, conforme a la idea figariana del término.

Así nos encontramos, nuevamente, ante una paradoja: A) ¿son los individuos quienes formulan sus valores para luego transmitirlos a la comunidad o es a la inversa? B) individuo y comunidad presentan una relación recíproca entre sí. La persona es creada por quienes le rodean, pero a su vez, se crea a sí misma y contribuye a la construcción constante del mundo en que se encuentra (que lo alberga).  Por tanto, se propone cierta educación “para la vida” (para hacer uso de los términos previamente estipulados) basada en el desarrollo de la sensibilidad como piedra fundamental, sobre la que se levantarán los elementos espíritu-intelectuales con los que debe contar toda persona, en armonía con todo aquello que nos permite la plena existencia en forma benigna, apetecible. Hablamos nosotros de cierta educación integral e integradora. Hablamos de un proceso constante y vital ordenado, tal como señalan los pedagogos y los educadores, a pesar de ser esta una idea un tanto relegada frente a las dificultades que la realidad presenta y se hace necesario atender con urgencia.

***

 

[1] Verastégui, Enrique. El principio de no-ser. Conjunto de reflexiones (a modo de poemario si se quiere) en el que el autor señala que el cambio de la sociedad es “meta última de toda utopía”. Bajo preceptos semejantes, nuestra obra se presenta ante el lector con cierto dejo idealista, matizado por observaciones agudas que dan muestra de nuestra realidad y que aquí se encuentran copiladas.

[2] Carmen Rodríguez argumenta que las instituciones educativas, en cierta forma, ya no responden a los intereses y necesidades de aquellos sujetos a los que debe acoger pues se encuentran concebidas en relación a sujetos que ya no son los de hoy día. Razón por la cual son cuestionadas, y desacreditadas, en forma constante por diferentes agentes que conforman nuestra sociedad. Exigiendo, así, su renovación a fin de cumplir sus cometidos conforme a la realidad de nuestro presente.

[3] Entenderemos a las ideologías en la idea formulada por Louis Althuser parafraseada por George Duby: “un sistema (con su lógica y rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según los casos) dotado de una existencia y un papel histórico en el seno de una sociedad dada” (Le Goff, Jacques. Nora, Pierre. Hacer la Historia).

[4] Sobre este punto, sería oportuno retomar los planteos de Ángel Díaz Barriga en su conferencia La Escuela como Institución (obra citada).

[5] Se entiende por “competencia” al contenido adquirido en aplicación. Suponiendo que los contenidos sean transmitidos por medio de la experimentación de sus utilidades, logrando que el estudiante deje de ser un sujeto pasivo, cuya función única es el aprendizaje, para ser un sujeto activo en relación a su entorno con el que se relaciona en forma constante y armónica.

[6] En sus Estudios Pedagógicos, Carlos Vaz Ferreira señala que hay ciertas aptitudes que la persona adquiere y desarrolla por sí sola; ciertas otras que adquiere por cuenta propia pero que han de ser desarrolladas por una forma de educación sistemática y, aún más, hay una última serie de aptitudes necesarias para la vida que son impartidas (impuestas) por los supuestos educativos en un proceso que se da un sujeto a otro. Cabe apuntar sobre esta idea que no es ni más ni menos que la realidad de nuestro presente, con todas las ventajas y desventajas que presenta a nuestra integridad como seres, aquella que designará importantes, en mayor o menor medida, ciertas aptitudes al momento de la formación de un ser situado en su tiempo, un lugar y una sociedad dada. Será el país y sus instituciones, en su contexto, el que forme al ciudadano que portará el destino de su pueblo junto a sus pares que también lo conforman.

[7] Según Kant “el fin de la educación es el de desarrollar todas las facultades humanas. Llevar hasta el punto más alto que pueda ser alcanzado todas las fuerzas que anidamos en nuestro interior, realizarlas lo más completamente posible, pero sin que lleguen a dañarse entre sí” (Durkheim, Emile. Educación y sociología).

[8] En referencia a la construcción de nuevos programas educativos, es necesario erradicar los preceptos propios de lo que denominaríamos “asignaturismo”: división rígida, entre sí, de los contenidos de cada asignatura u área de conocimiento. Concepción que divorcia, en sus marcos curriculares, contenidos que en la vida deben entrelazarse en el todo que es una persona. Las herramientas transmitidas en el trabajo institucional, deben encontrarse al alcance de la mano; pero a su vez, éstas deben ponerse en relación constante entre sí para llegar a ser útiles al individuo.

[9] “En vez de disiparse a cada vez que una generación desaparece y queda sustituida por otra, la sapiencia humana se va acumulando sin cesar, y es esa acumulación indefinida la que eleva al hombre por encima de la bestia y por encima de sí mismo” (Durkheim, Emile. Educación y sociología).

[10] Así como señala Gary D. Fenstermacher, toda forma de enseñanza involucra en su proceso a dos personas (sujetos): un emisor poseedor de un contenido determinado (conocimientos, habilidades, creencias) y un receptor que ha de adquirir éste mismo con el propósito de llegar a utilizarlo con variados y múltiples propósitos. Cabe cuestionarse sobre ello: ¿Puede un sujeto adquirir conocimientos por su sola cuenta sin que otro individuo participe consigo de una relación pre-establecida? ¿No se encuentra el individuo condicionado por otro a la hora de ir en busca de un contenido determinado? Alguien le ha incentivado a ello. Tal contenido se encontrará siempre (de)codificado por otros sujetos y múltiples agentes que permiten su acceso; al margen de que (conforme a la idea de Vaz Ferreira apuntada previamente) sea aprehendido, desarrollado y utilizado por cuál o qué forma por el receptor del mismo. Retómese lo planteado por Fenstermacher en su correspondiente capítulo del tomo La investigación de la Enseñanza, orientado por Merlin Wittrock.

[11] Lidia Fernández señala que “institución” se utilizada como “sinónimo de regularidad social, aludiendo a normas y leyes que representan valores sociales y pautan el comportamiento de los individuos y los grupos, fijando normas” (Fernández, Lidia. El análisis de los institucional en la escuela). Lo que se establece en relación al concepto de “ideología” manejado previamente en nuestro ensayo.

[12] Conforme a la lógica y el pensamiento vaz-ferreiriano, la solución ideal es un teórico imposible dado la cantidad de concepciones sobre determinada materia que se contraponen entre sí.

[13] Mediante la transmisión de ideas y prácticas, señala Dewey, se hace posible la “constante renovación de la fábrica social”. Suponiendo esto que la sociedad evolucione para ser en la existencia, conservando sus bases fundamentales. La sociedad, según Dewey, existe “en la transmisión y en la comunicación” (Dewey, John. Democracia y Educación).

[14] Según señala Ignacio Lewkowicz en el tomo Pedagogía del aburrido (…), las instituciones cumplen, en su función, la formación de las subjetividades de los ciudadanos dentro de una sociedad. Logrando, por medio de cierta forma de adiestramiento, que sean individuos útiles para la vida en comunidad.

[15] En su tomo Conferencias Pedagógicas (obra citada), Antonio M. Grompone sostiene que el docente, en cierta forma, nace y se hace. Posee determinadas características en su persona que lo hacen propicio a la labor propia del educador si es capaz de enlazar éstas con el estudio del conocimiento académico referido a su área de trabajo.

[16] Señala Durkheim que el docente debe es “interprete de las grandes ideas morales de su época y de su país” (Durkheim, Emile. Educación y Sociología).

[17] Conforme a lo señalado por Ana Zavala, la práctica docente es una acción marcada por la biografía de quien enseña. Razón por la cual, la sensibilidad propia del docente como sujeto, condiciona el desarrollo de sus estudiantes en la misma materia referida a su espíritu en la vida.

[18] Plantea Reina Reyes: “puede definirse el pensamiento como actividad racional, sin que esto implique reconocer una calidad única en las relaciones, ya que éstas pueden responder a funciones mentales distintas” (Reyes, Reina. El derecho a educar y el derecho a la educación).

[19] Entendemos en base a sus planteos, que intelecto y espíritu son conceptos que van enlazados en la vida de una persona y se sostienen entre sí recíprocamente: al afectarse uno de estos aspectos se afecta el otro por contagio.

[20] Conforme a la idea verasteguiana, el mayor signo de inteligencia que puede tener una persona, es el fruto de su vida individual entregado a la posteridad. Se es inteligente en la medida que se hacen cimientos sobre los que otros llegarán a construir un mundo nuevo. Esta tesis ha de recaer en la figura del docente y aún más, ha de ser un ideal persistente en la comunidad toda.

 

Bibliografía.

  • Corea, Cristina. Lewkowicz, Ignacio. Pedagogía del aburrido: Escuelas destituidas, familias perplejas. Editorial Paidós SAICF. Buenos Aires, Argentina. 2004.
  • Díaz Barriga, Ángel. La Escuela como Institución. Conferencia dictada en la UAM-Xochimilco. Ciudad de México, México. Marzo, 1989.
  • Dewey, John. Democracia y Educación. Editorial Losada S.A. Buenos Aires, Argentina. 1953.
  • Durkheim, Emile. Educación y Sociología. Ediciones Península. Barcelona, España. 1996.
  • Fernández, Lidia. El análisis de lo institucional en la escuela. Editorial Paidós. Buenos Aires, Argentina. 1998.
  • Grompone, Antonio Miguel. Conferencias Pedagógicas. Montevideo, Uruguay. 1927.
  • Le Goff, Jacques. Nora, Pierre. Hacer la Historia. Editorial Laia. Barcelona, España. 1985.
  • Reyes, Reina. El derecho a educar y el derecho a la educación. Editorial Alfa. Montevideo, Uruguay. 1972.
  • Rodríguez, Carmen. Procesos subjetivos y lo institucional en la escuela. Montevideo, Uruguay. 2008.
  • Varela, José Pedro. La Educación del Pueblo. Colección Ceibo, Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal, Departamento Editorial. Montevideo, Uruguay. 1947.
  • Vaz Ferreira, Carlos. Estudios Pedagógicos. Cámara de Representantes de la República O. del Uruguay. Montevideo, Uruguay. 1963.
  • Wittrock, Merlin. La investigación de la enseñanza. Vol. 1. Enfoques, teorías y métodos. Editorial Paidós. Barcelona-Buenos Aires-México. 1989.
  • Zavala, Ana. Buela, Ana Laura. Quirici, Gabriel. (Et al). Del dicho al hecho. Biblioteca Nacional. Montevideo, Uruguay. 2010.
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