El libro del desasosiego: La filosofía de Pessoa

Una prosa resonante, recién salida del pantano poético, bañada de versos resbaladizos, es la que constituye la red de El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. No siendo novela, tampoco cuento u algún otro tipo de narración regular, es un texto que da vida al personaje de Bernardo Soares con la impecabilidad de la exploración psicológica de cualquier obra narrativa sobresaliente.

Heterónimo como muchos otros de Pessoa, Soares resalta una visión de mundo propia del autor, siendo esta más propia que el resto, con matices y “mutilaciones”. Resulta ser un individuo descrito por Pessoa como alguien al que “nada le había obligado nunca a hacer nada. (…) No pasó nunca por ninguna asociación. Nunca asistió a clase. (…) Las circunstancias accidentales de su vida se habían ido tallando a imagen y semejanza de la dirección de sus instintos, todos de inercia, de distanciamiento”. Escritor, en suma, de un documento disperso en montones de papeles que, al finalizar la vida de Pessoa, se juntarán.

Se trata de un texto póstumo, con indicaciones vagas y una intención muy poco clara en cuanto a temas de publicación.

El libro del desasosiego, obra prosaica capital de su autor, ha alcanzado algo así como el ingreso a mi selección de libros predilectos. Es este un texto que, paradójicamente, a través de prosas embadurnadas de filosofía, me reconcilia de manera tangencial con la poesía y, de una forma u otra, conmigo mismo. Es el reflejo del individuo que se siente y se piensa, reflejo de las subjetividades y eco de la objetividad que se desmorona en el yo.

Aforismos, divagaciones y aquello que parecen ser fragmentos de un diario conforman la totalidad de la obra. La narrativa es escaza y un hilo conductor no existe. Se podría, no obstante, trazar un mapa de lectura que gire sobre tres ejes fundamentales, a saber: el tedio, la sensibilidad y los sueños.

A partir de estos tres elementos se desenvuelve el texto. Cada aforismo, cada divagación, cada fragmento de diario traen consigo uno o varios, algunas veces de manera explícita; otras, tácita. Nociones como la inacción, la monotonía, el amor, etcétera, se ven extrapolados de su campo normal para parar finalmente bajo la lupa de un filósofo de la experiencia.

La filosofía, evidentemente abundante en el texto, construye puertas que, de abrirse con la llave de una fina comprensión, pueden llevar al lector al aturdimiento. No obstante, la condena de Platón a los poetas no es en vano, pues en el texto se pueden encontrar frases puramente rimbombantes hundidas en el terreno de la ambigüedad. Si bien se encuentran aforismos que, nacidos en una corriente poética, pueden llegar a expresarse incluso a modo de silogismo categórico, existen otros que no dicen más que palabras bellas sin una base sólida. Estos últimos lo he de descartar en esta revisión, quedándome así con aquellos que dicen realmente algo. Cabe aclarar que el decir no desmerita la función estética del arte, por lo que ninguno de los dos tipos de escritos podría valorarse en este sentido como malo. Sin embargo, prefiero centrarme en la propuesta filosófica.

De manera que abordaré temas principales a partir de lo ejes ya mencionados, cuidándome de no caer en la ambigüedad y dando fiel interpretación al texto. Trataré sólo tres por motivos de extensión, tratando de mostrar la riqueza del texto, siendo así una invitación a su lectura.

EL AMOR

Citando repetidas veces al René de Chateaubriand, Soares se identifica con la frase “On le fatigait en l’aimant”: lo cansaba amándolo. Hay dos factores que conforman, a la luz del autor, el amor y, por ende, su imposibilidad. Por un lado, se encuentra la retribución, cosa que se enlaza al tedio. Por el otro, la posesión.

 La retribución, siendo el ser humano cambiante en cuestión de sentimientos, resulta compleja. En efecto, siendo el amor una relación que implica retribución sentimental de ambas partes, el encontrarse ambos individuos en la misma disposición sentimental para retribuir el uno aquel sentimiento que la otra entrega, si bien puede darse en varias ocasiones, no es un suceso recurrente. De esta forma, se inicia un proceso de ficción, donde uno debe sumirse en algo así como una pieza teatral que simule un sentimiento. La ficción, explorada en el texto desde bastantes escenarios, resulta tediosa, puesto que cae en la monotonía de una realidad involuntaria. El amor, entonces, al estar permeado de ficción, ha de ser tedioso.

Hablando de la posesión, Soares se pregunta en un principio (principio del razonamiento; en el texto aparece casi al final) qué es exactamente poseer, sin llegar a dar respuesta. No obstante, esta resulta fundamental a la hora de darse el amor, puesto que significa la necesidad de hacer propio al yo lo ajeno, sintiéndolo entonces parte de sí. De allí que el amor sea, por ambas partes, de entrega. La diferencia entre seres humanos y entre el propio individuo, hace que el ejercicio resulte imposible. El hombre jamás está definido completamente (filosofía de la identidad) y, por ende, nunca tendrá claro qué es aquello que debe entregar. El amor, por lo tanto, si es que existe, se tendría que dar del yo hacia el yo. “El amor mayor es por ello la muerte, o el olvido, o la renunica”.

Dado lo anterior, Soares llegará a la conclusión de que “es imposible el amor”. Y esto guiará al rasgo psicológico definitivo del personaje: una tendencia extrema al individualismo. Pero un individualismo consciente, argumentativamente fuerte y espiritualmente sano. Se puede rastrear allí un cierto estoicismo, sin entrar en la materia de los puros deseos.

LA ABDICACIÓN

También llamada en el texto inacción, la abdicación se muestra como la respuesta definitiva a la postura práctica – existencial del hombre. De la mano de los sueños, justifica la posibilidad de perfección de las cosas cuando estas no se hacen.

La más limpia manifestación de las ideas se encuentra, por tautología, en lo ideal. Entregándose quizá a un platonismo férreo (no estoy completamente seguro de ello), concibe la perfección en un mundo donde las ideas se manifiestan como originales y, por ello, perfectas. Transponiendo la noción a un plano más real, hace un intercambio del “mundo de las ideas” por los sueños. La imperfección ocurre cuando las cosas salen de esa esfera, porque lo que es puede ser siempre más perfecto. No hay algo que no sea mejorable, dice Soares.

Pero lo que se sueña, aquello que flota en los pensamientos, se puede concebir racionalmente como perfecto, así no se le imagine como tal. De manera que es un error estético y lógico traer al mundo real una cosa que se puede tener como perfecta en la mente.

Por otro lado, haciendo un análisis de la objetividad, resulta que toda cosa puesta en el plano de los sueños goza de esta. Sólo habiendo un sujeto, la subjetividad es a su vez objetiva. Las cosas “no tienen otra cara”. Por lo que toda noción estética queda anclada a un solo observador que la disfruta como perfecta. Lo contrario ocurre cuando se transpone al plano material.

LA MONOTONÍA

Contrario a lo que podría pensarse, la monotonía resulta provechosa para Soares. Un individuo que pase su vida alternando espacios y personas, se habituará tanto al cambio que en un momento dado todo le será igual. Por el contrario, un personaje cuya vida transcurra en el mismo sitio, rodeado de las mismas personas, el cambio más mínimo en su entorno lo maravillará y lo entretendrá demasiado. Un ejemplo es el del panadero, cuya labor la ha venido haciendo desde hace años en la misma panadería, levantándose a la misma hora y cerrando siempre a las cinco. Sucede que el hombre observa un día por la ventana que una anciana se tropieza y cae. Se divierte de una manera inexplicable y automáticamente se alegra. ¿Qué ocurre con aquel que ha visto todos los tropiezos del mundo?

Sucede gracias a una sensibilidad que se renueva, que captando siempre lo mismo se ve perturbada y allí, en la nimia novedad, se regocija.

Adicionalmente, Soares aprovecha para dar na crítica a los viajes. Se sabe que Pessoa vivió la mayoría de su vida en Lisboa y jamás viajó (salvo para llegar a Lisboa, obviamente). La inutilidad de transportarse para viajar. Dice que viaja más en unos pocos minutos de tranvía que aquello que van hasta China.

Lo anterior, detrás de la máscara de ambigüedad, trae consigo asuntos de percepción y subjetividad. Todo aquello que captan los sentidos se ve modificado por la propia subjetividad (Locke, Kant: realismo indirecto), y así, independientemente del lugar, se han de ver siempre las cosas mediadas por un yo que las modifica. De modo que viajar es cambiar esas modificaciones del yo por otras, sin realmente encontrar algo nuevo. La propuesta irreal de Soares es cambiar esa modificación, cosa más poética que filosófica, pero con una idea interesante allí detrás.

A %d blogueros les gusta esto: