«En los últimos meses cada vez son más las noches en que se despierta justo cuando Anna lo encuentra a punto de morir. Al abrir los ojos, ella tiene la cara contra la suya. Como si supiera que él sueña con matarse, Anna le repite que sabe cuidarlo mejor mientras duerme.» (Lobo)
El libro que tengo entre manos es pequeño, y como tal, esconde un enorme poder. La cita que lo encabeza, de David Foster Wallace, es una punta de ovillo de la cual tiro, con valentía, intrigada por saber que esconde. Y entonces conozco a Anna, con dos enes. Una mujer sensible, silenciosa, delicada, educada para ser imperceptible y estar bien sin importar lo que ocurra. Pienso en varias personas a las que Anna me recuerda, cuya fortaleza no les impide moverse por el espacio como si fueran capaces de levitar. Sin terminar de apropiarme de ella, aparece Lobo, con todo el peso de su enorme cuerpo, actuando como animal herido y enjaulado, a quién no le está permitido mostrar una emoción. Anna y Lobo se aman, pero la existencia de entidades tan disimiles en un mismo espacio genera caos, y ese caos, en este relato, resulta en hermosos escombros poéticos.
Las voces de ambos personajes van tejiéndose en un dominó de pasado y presente, donde situaciones violentas se mezclan con mandatos familiares que moldean la personalidad de cada uno de ellos y construyen su posición ante el miedo. La liberación opuesta al control. La descripción de lo cotidiano a través de un registro que permite elevarlo hasta convertirlo en sobrenatural. El conflicto de una separación, narrado desde los ruidos que empezamos a desconocer, los elementos que dejamos olvidados y el temor al vacío que se acaba de generar.
«Aunque no estuviera más, parecía haberse multiplicado en cada rincón de la casa: la muerte, al igual que la amputación, era una distorsión de la presencia» (Anna)
Cuando el peligro es pequeño somos felices es el título de la primer novela de Victoria Schcolnik, un relato del que es muy difícil despegarse, aún después de haber terminado de leerlo, porque un buen libro es aquel capaz de dejar sus propias huellas en el cuerpo del lector.
Hablamos con la autora sobre su reciente publicación y sobre su relación con los libros:
¿Cuál es la primer lectura de la que tenes un recuerdo formado? ¿Quién o qué te acercó a los libros?
De chica leía gracias al incentivo de mi padre, pero recién me enamoré de los libros a los 18 años en una sesión de terapia en la que mi psicóloga, a raíz de una conversación, me leyó un poema de Fernando Pessoa. Decía algo así como que los seres humanos llevábamos dos vidas: la vida vivida y la vida pensada. Entonces, descubrí la poesía, ignoraba que los escritores podían poner en palabras todas esas sensaciones intransferibles, que son muy intensas en la adolescencia. Desde ahí comencé a buscar en la lectura un mundo paralelo a la vida para conseguir libertad. Porque creo que leer es lo más parecido a correr en un campo abierto.
¿Tenes algún vicio de lectora? ¿Sos de las que subrayan y anotan cosas en los márgenes o el libro no se toca?
En esos primeros años, todo fue muy intenso. Tomaba apuntes, subrayaba, anotaba, marcaba hojas. Hasta me había inventado un pequeño sistema de signos para ordenar la información -o debería decir “experiencia”- y para encontrar rápido lo que quería releer. Con el tiempo, se fue haciendo más orgánico y solté esa obsesión, empecé a creer más en lo que sedimenta en el inconsciente, quizás tuve confianza, por fin, en todo lo que pasa en nuestro sistema nervioso de forma involuntaria, porque me parece que es eso lo que nos lleva a afinar nuestras propias palabras.
Este año publicaste tu primer novela, «Cuando el peligro es pequeño somos felices» y tenes publicados libros de poesía. ¿Cómo sentiste ese pasaje de la poesía a la narrativa?
Ese pasaje fue largo. En la poesía hay muchos más permisos, menos necesidades de articular racionalmente las ideas. En la narrativa hay, en cambio, personajes, conflictos, hay un mapa del que una no se puede salir. Eso me producía una cierta sensación de encierro. Pero al mismo tiempo podía hablar más en detalle de lo que pensaba, había un espacio mayor de desarrollo. Además, narrar es devenir, no se trata del instante como sucede en un poema. Son dos escrituras bien distintas. Y es todo un traspaso. Lo que no voy a olvidar nunca, y eso lo aprendí escribiendo y corrigiendo poemas, que es la base de mi formación, es ese trabajo artesanal con el lenguaje, nunca olvidaré -y me lo repito- que jamás será demasiada la delicadeza que le debemos a las palabras.
Me interesa comentar los nombres que elegiste para los personajes, Anna y Lobo. A primera vista suenan a cuento de hadas, y a medida que se profundiza en la historia algo de eso parece quedar flotando por ahí. ¿Cómo fue esa elección?
La historia de la novela es realista hasta un punto. Es claro que no hay ciencia ficción ni suceso fantástico en ella. Pero sí hay extrañamiento por la propia naturaleza de la mente humana que funciona así. Yo creo que no hay nada menos realista que la psiquis humana, y en todo caso, somos las personas las que hacemos un esfuerzo colectivo enorme por construir una realidad común a todos. Por eso, cuando escribís sobre vínculos, sobre la intimidad de la vida, es muy difícil hacer algo realista, porque lo que les sucede a los personajes (y a las personas) fuera de la vida pública siempre es extraño. En ese sentido, yo quería que los nombres de los personajes conservaran algo de esta percepción. Anna con dos enes es un nombre simple, conocido, pero tiene este elemento corrido. Lobo también es un nombre sencillo pero tiene algo de animal, de bestia, que es un poco su espíritu.
Me llamó la atención el lugar central que ocupa el miedo en la trama, la forma de convivir de ambos personajes con distintos tipos de violencia es lo que determina sus diferencias y en esto hay una división en cuanto al género, no? Anna es la delicada, la silenciosa y aparentemente débil mientras que Lobo es el que no sabe controlar su fuerza y su ira. ¿Podes comentarnos tu opinión al respecto?
Yo creo que es el género, pero más que eso, son las diferencias sociales. A ella le han enseñado a controlar sus emociones. A él lo dejaron ser impulsivo. Son dos maneras muy distintas de conducirse por el mundo, pero no sabremos nunca cuál es la más sana. Las dos, a su manera, producen cierta violencia. Es un poco el conflicto civilización y barbarie, pero llevado al espacio de una casa, de una pareja.
A pesar de todo no pueden estar uno sin el otro. El amor tiene esa cosa elástica, no?
Me gusta esa palabra, “elástica”. El amor es encontrarse con el otro y esto dura instantes. Por eso, el amor está presente por momentos en la construcción de una pareja, pero esta construcción implica muchas otras cosas. Una de ellas, de la que hablo en la novela, es la dependencia. O lo podemos decir de otra manera, quienes se animan a vivir con otro deciden entrar en un mecanismo de a dos, que funciona un poco como los dos latidos de un mismo corazón: un ritmo dual. Una vez que el órgano arranca tiene que seguir y si falla, todo muere.
Hablando de amor, ¿se comparte la lectura de borradores cuando tu pareja es también escritor? ¿Cómo es esa convivencia de ideas?
Ese es uno de los momentos del amor en nuestra pareja, de fundirte, de compartir lo más íntimo, disparar mil sensaciones, ideas. Nosotros nos leemos mucho, y si bien a veces desacordamos, la mayoría de las veces nos encontramos y podemos entender lo que el otro está buscando, incluso a veces, ayudarlo al otro con esa distancia que el que escribe no tiene respecto de su texto.
Contame sobre los talleres en Enjambre y las actividades que tienen para este año.
Seguimos con talleres de escritura creativa, poesía, narrativa, crónica. Hay presenciales, onlines, grupales, individuales. Hay muchas opciones. Y justamente ahora estamos pensando con Marcelo Carnero -mi pareja y coequiper- una serie de tres seminarios durante septiembre, octubre y noviembre sobre la escritura y el cuerpo, la escritura y la meditación, la escritura y el tiempo. Tres sábados, tres horas, con un enfoque experimental. Estamos muy entusiasmados con esta nueva propuesta porque es trabajar con el proceso de escritura, que es en sí mismo una forma de conocer el mundo, más allá de los resultados.
¿Cómo ves la realidad editorial en el país y cómo fue tu experiencia publicando este libro?
Sabemos que hay muchas editoriales independientes, a pesar de la crisis. Yo creo que la fuerza de quienes vivimos en Argentina y trabajamos en la cultura es increíble, hay un motor impresionante, y eso es lo que rescato. Más allá de que cada vez son menos los y las que leen. Y publicar el libro para mí fue entrar en comunidad con otras personas, después de estar varios años escribiendo en silencio. Entonces aparece otro sentido para escribir. Es una manera nueva de hacer vínculos, de entrar en intimidad con personas afines. La gente te conoce sin conocerte porque ahora saben cómo te relacionás con las cosas, saben tu sensibilidad.
Victoria Schcolnik nació en Buenos Aires, en 1984. Es licenciada en comunicación y escritora. Publicó los libros de poemas El refugio (2008) y Una tierra (2011). Desde 2013 es directora del Espacio Enjambre, donde coordina talleres de narrativa y poesía.
Cuando el peligro es pequeño somos felices
Victoria Schcolnik
Mardulce
2019
108 pág.