Durante el último año se incrementaron en un 83 por ciento los incendios forestales en Brasil. Son sólo cifras, mejor traducirlas antes de que las archive como estadísticas: de un año a otro prácticamente se duplicaron los focos de fuego en regiones selváticas protegidas. No sabés si te interesará mañana, pero te importa hoy. Y pensás que eso alcanza. Recordás un cuento de Walsh, el de Esa mujer, la disquisición del reportero, pero no viene al caso. Empezás a desvariar, esta vez no se trata de vos, sino de otros. O de todos. Navegás en el celular: las comparaciones con Notre Dame, si la selva tuviera forma de catedral, se quema el tercer mundo. El pulmón del planeta se atraganta. Alguien tose, lo codeaste, le pedís perdón, querés contarle de la cifra del Instituto Nacional para la Investigación Espacial (INPE), indignarse juntos. Está distraído, también mira el celular, la cápsula de humo entre sus manos. Puede llegar el horror a través de una pantalla. Tal vez. Buscás cenizas entre tus dedos, están demasiado blancos. Pero ya se quemaron 950 mil hectáreas. Y tus manos continúan demasiado blancas. Te da culpa, te sentís alentado por la culpa. Seguís investigando. Y ya está ardiendo el Amazonas.
En la salida del subte de Carranza dos chicas se suben a un Toyota Corolla, no parecen preocupadas, una de ellas tiene la misma remera que una amiga tuya con la leyenda The show must go on. Tu amiga no ve las noticias, insiste en que son pesimistas. Tóxicas. Dejá que fluya, te diría. Y el fuego sabe sobre eso. Fluye sobre árboles, ríos, bestias y montes, la fauna inflamable del noroeste de Brasil. El Corolla arranca y la que tiene la remera de tu amiga prende un cigarrillo. Mal presagio. Deberías estar allá, ser el corresponsal, el intérprete del fuego. Te viene a la mente Jon Lee Anderson, el reportero que escribía desde el frente, la trinchera del miedo. Pero el fuego no da testimonios, es un asesino natural. Mata por inercia. Pensás que te gusta esa línea, y que Lee Anderson estaría de acuerdo. Ahora escribe en el New Yorker, viaja a través del mundo (sí, a través), y aunque ya no duerme en zonas de trinchera, muchos dirían que lleva la guerra consigo. Pero esto no es sobre él. Corrés, alcanzás al tren y mirás a tu alrededor, el vagón está amueblado de oficinistas. Vos sos uno de ellos, otra vez la culpa. Hablemos de algo más, hablemos del fuego, hablemos de lo que arde a escondidas. Entonces hablemos del Amazonas.
Llegás a casa decidido a saber más, pero te dejás absorber por tu contexto. Hacés un repaso mental por los libros de tu biblioteca. Te divierte, es un ejercicio de snobismo íntimo, los separás por género, pensás en Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego, miles de hectáreas, especies aniquiladas, flora arrasada, cientos de campesinos y decenas de tribus originarias desplazados de sus territorios. También perdimos inocencia, eso te recuerda a un poema que escribiste sobre Cromañón, aunque no viene al caso, no hoy. Hay fuego en el Amazonas.
Ahora Cortázar, claro, Todos los fuegos el fuego: la indiferencia es la salud de los enfermos. Mejor mirar atrás, buscar en el principio las Memorias del fuego; si alguien sabe sobre desmontes en América Latina es Galeano. Una ex ministra de Medioambiente de Lula denuncia que siempre hubo focos de incendio, aunque ésta es la primera vez que son incentivados por el discurso presidencial. La depredación no envejece, sólo se transforma. Seguís rastreando, una fotografía satelital de la NASA muestra la región selvática infestada de puntos rojo. Desde arriba, somos un mar de fueguitos. Y así arde el Amazonas.

Encendés el televisor, los noticieros locales son una parodia informativa, apenas una antología audiovisual de twetts. Sintonizás Telesur y Euronews, hablan del fuego, del cinismo de Jair Bolsonaro, de sus acusaciones hacia las ONG´s ambientalistas, del presidente de Francia pidiendo que se trate el tema en el G7. Te preguntás quién representará a América del Sur en una cumbre de países del occidente europeo, Canadá, Estados Unidos y Japón. Ahora los jefes de Estado se cruzan en redes, la diplomacia contemporánea se reduce a 280 caracteres. Miles de personas marchan en un abanico de ciudades brasileñas denunciando la devastación de territorios con fines ganaderos y agrícolas. Bolsonaro despliega tropas del ejército para combatir el incendio. Te dejás tentar por la ironía, fuego contrarrestando fuego. Amenazan con bloquear el acuerdo Mercosur-UE. Todavía arde el Amazonas.
Se hace de noche, salís al patio, la humedad suspendida en el aire conurbano. El frío duele menos en esta parte de la provincia, o ya lo conocés. El cielo está demasiado oscuro, sentís que deberías Prender un fuego, ese cuento lo leíste por tu hermano. A todo London lo leíste por tu hermano. Ahora está en Dublín, lo preocupa el Brexit, dudás qué pensaría de Brasil, del fuego, aunque sabés de qué lado estaría. Te distrajiste, otra vez. Necesitás concentrarte, abrir los ojos. El humo llega a Buenos Aires, la realidad también asedia al sur, quizás ya está sobre vos y no te diste cuenta, la noche disimula ciertos espantos. Y desnuda otros. En San Pablo anocheció a las tres de la tarde, una nube de cenizas cubrió la ciudad. Pensás en las plagas bíblicas. Pero Dios nada tiene que ver con esto. Hay fuego en el cielo del Amazonas.

Amanece. Subís la persiana: nada cambió. Entonces nada te cambia. Otra vez las noticias, ya no se quema el Amazonas; se corrigen, ya no se quema tan rápido el Amazonas. Revisás tus redes sociales, una o dos fotografías, no más. Acusan que circulan fake news. Te esforzás por buscar más información, te enterás del punto de no retorno de renovación sustentable, más del 20 por ciento del sistema amazónico dañado irreversiblemente. Sentís lástima, lo irreversible te da miedo, no querés involucrarte. Tildás “Me gusta”, la empatía digital es un placebo para la estética de la moral. Tenés una vida también, te excusás, no podés involucrarte más, para eso están las organizaciones sin fines de lucro, los gobiernos, las marchas. Para eso están los demás. Desayunás y te remuerde algo así como la consciencia. Otro “Me gusta” en el colectivo debería bastar. Después la facultad y el trabajo. Tus pretextos para la rutina. Más tarde los amigos. La familia. Tu vida. No tenés tiempo, dejá fluir. Y mientras tanto, arde el Amazonas.
Crédito de la fotografía de portada: Reuters.