El vestido de la reina Kitsch es un libro que nos pone de frente a nuestra, siempre latente, herida latinoamericana. Nos presenta en sus relatos un mundo contaminado, tempestuoso y violento que nos moviliza porque lo reconocemos y lo habitamos como un personaje más de sus relatos.
El lenguaje que se construye al interior de la obra está cargado con la ambigüedad de la frontera, donde la lengua se diversifica y se transforma en la jerga que hablan las sombras, los camellos, las reinas de la calle. Es ese mestizaje lingüístico lo que afirma y distingue la identidad de los personajes mientras se visibiliza la desigualdad que existe entre dos países a partir de las voces y los silencios de sus protagonistas.
En Carta a un Héroe, Brown define en su carta a una sociedad convulsionada por la presencia de las sombras, sombras que se hacen oír a pesar del empeño de los otros en silenciarlos, son sombras que exigen derechos que quieren salir del silencio que impone la marginalidad, quieren tener cuerpo y voz para estar en igualdad y eso los horroriza.
Latinoamérica es una sombra que cruza la frontera, es un cuerpo que desnuda la violencia, la marginalidad, la intolerancia a lo diverso.
Las voces que se tejen en este libro, posicionadas a ambos lados del muro encarnan la cruda realidad. El que tiene el privilegio del poder, como es usual en el mundo, lo ejerce sobre el otro y el que es sombra en la ciudad habita la calle en constante resistencia.
El vestido de la reina Kitsch articula la mirada de los dos mundos en colisión continua, hay una realidad vívida y diversa en los relatos que nos seduce y nos invita a adentrarnos en las profundidades del texto que está plagado de acontecimientos y posibilidades de interpretación.