Mientras se descubren
los sucesos de hoy,
qué pasó con la economía,
los políticos,
o los cerdos de ganado,
mientras se relatan cuántos muertos
en accidentes de tránsito,
en asesinatos,
en accidentes,
o en “ella se lo buscó”.
Mientras los bombillos amarillos,
blancos,
largos,
redondos
y los televisores planos,
achatados,
viejos y nuevos
sustituyen la luz del día.
Mientras dos personas se besan
sin mirarse a los ojos.
Mientras todo esto pasa,
el cielo de las cinco juega
a vestirse con cuanto color
se le antoje,
juega con los ojos y los corazones
de quienes se detienen
a ver su espectáculo.
No hay nada más esperanzador
que contemplarle a esta hora.
El cielo no sabe de problemas,
ni de muertos,
ni de bombillos,
ni de aparatos,
ni de besos.
Sólo sabe el arte exquisito
de la seducción,
masticarse el tiempo
como dulce chicloso,
y vivir el ahora,
porque
pasada esta hora,
la luna y la noche
lo mandarán a callar
para dejar la huella de su recuerdo,
hasta mañana.
Si este cielo hablara,
de seguro exigiría
que lo notáramos más seguido…
a lo mejor así habrían
más rostros felices
y menos muertos,
bombillos,
aparatos
y besos de mentira.
A lo mejor y sí.