*Dos poemas pertenecientes al poemario ‘Ríos de carretera’ (BajAmar, 2019), Paula Díaz Altozano
Fotografía: The NYPL Bookmobile in the Bronx, 1950s. (Public Domain from the New York Public Library)
Primer poema:
En el espejo de nubes se evaporan perfiles de humo
al atardecer.
Los niños juegan con revistas
de recortables: papel rosado, contornos de aceite,
deslumbran pupilas de juegos.
Así aparecía el horizonte
esta tarde:
veletas de plomo, el mercurio llegaba a
los arrozales y las culebras se escondieron
para dejar paso a las cañerías
celestes.
Reflejo desvanecido en
el viento, bote de bolígrafos, juegos de mesa.
Así miraba yo los brazos que tratan de rozar el firmamento
cuando una arista se clavó en mi pecho
y sentí los grifos abiertos en
todos los baños
y el calor de las mantas
durante la noche
y las risas de borrachos en bares
flotantes, con el dolor que esconde
la carcajada,
y sentí las toallas que envuelven
cuerpos húmedos
y el redoble de cubiertos
sobre el cuarzo,
migas de pan esparcidas en madera,
y la respiración entrecortada
entre las sábanas,
y mientras tanto,
caminaba hasta murallas de arena,
hasta esquinas rotas, hacia la perspectiva.
Abracé figuras relumbrantes
de fuego y cantos de extrarradio.
Cuando las luces encienden la maqueta
poco a poco dibujan
un reguero de soles descompuestos.
Moneda de bronce apretada en la mano.
Cortes en las calles
excavados hace mil años en montañas.
Agujeros de cocina
derraman vino en polvo y grietas.
Despacio.
La luz se ha fundido.
Segundo poema:
He sentido la punta del edificio
en mi garganta.
Sangre, el rojo tiñe los bancos de
las avenidas y un soplo de otoño ahuyenta a
los pájaros.
En el puente sostenido por
vigas, un hombre y una mujer observan la autovía;
esperan, sus ojos reflejados en
las ventanas. Clamor de coches,
murmullos, nube de azufre.
El sol desaparece entre antenas
parabólicas, y la mujer y el hombre esperan a la orilla.
Un pez plateado recorre marcas de asfalto.
Ya viene el barco, viene ya por
la avenida, los relojes caen al agua; agita sus
velas y los pescadores
levantan la vista de sus cañas.
El pez da un salto:
desesperado, deja su estela en el río de carretera.