Entierre a sus muertos (Enterrem seus mortos) llega traducida al castellano de la mano de Eterna Cadencia. Esta novela corta la firma la brasileña Ana Paula Maia (Nova Iguaçu, 1977). Ganadora del Premio Sao Paulo de Literatura con la novela Así en la tierra como debajo de la tierra (Eterna Cadencia, 2017). Escritora y guionista, ha sido traducida al alemán, al croata, al español, al inglés y al italiano.
Con Entierre a sus muertos, a través del lirismo y del humor negro, nos introduce en un mundo crudo donde Edgar Wilson, protagonista de la trama, se dedica a recoger los animales muertos que se hallan en la carretera, dando prioridad a estos antes que a los numerosos cadáveres que también puede toparse en este pueblo sin nombre, árido y triste, donde parece que ni Dios ni el diablo caminan por esas tierras.
Esta especie de road novel nos presenta a un protagonista solitario que, inmerso en su labor trabajando con la muerte, «al principio trataba de no involucrarse con los animales, los levantaba mirando para otro lado. De a poco fue deteniéndose en la expresión de sus caras, y a veces les cerraba los ojos imaginando que eso les brindaría algún descanso. Día a día observaba la evolución de la vida en la muerte. La vida en su fluir siempre avanza, siempre va hacia el frente; pero la muerte hace lo mismo desde el otro lado, y se chocan».
Ana Paula Maia en esta obra borda una crítica a la eterna burocracia, a la falta de medios y a la frivolidad con la que se trata la muerte de los seres humanos en un lugar donde abundan los rostros desconocidos pendiendo ahorcados en un árbol, cuerpos sin nombre que nadie quiere reclamar. Cuando un cadáver no puede ser retirado por falta de transporte y de trabajadores dedicados a ellos, sencillamente se abandona en el silencio del paisaje. Únicamente algunos pueden llegar a quejarse debido al olor que desprenden.
Edgar Wilson es acompañado en sus trayectos por un cura excomulgado, Tomás, que dedica una oración tanto a los animales como a los humanos que retiran de la carretera para su posterior trituración: «murmura su oración, la misma que le ofrece gratuitamente a cada hombre y animal moribundo en la ruta».
La autora brasileña pinta en su novela bellas imágenes desoladoras en el paisaje, como su descripción del cielo, «áspero y gris, como si algo estuviese empujándolo hacia abajo y vedando la luz». Y también presenta el fanatismo religioso de personajes locales que presenta «exhibiendo sus Biblias con un brazo delante como quien apunta con un revólver. Hablan de almas, pero están buscando vísceras, sangre». El protagonista, al ser testigo de los bautizos en el río de personajes anónimos con los que se topa en el camino, «piensa cómo es posible que alguien se vuelva una criatura mejor después de pasar por ese río inmundo, vasto y contaminado, nutrido por las cloacas de desechos orgánicos e industriales, y que oculta en su profundidad el horror de los muertos insepultos». Incluso apunta que, al no haber ya campana de iglesia que avise de las horas, estas se miden «por las explosiones de la cantera». La destrucción domina el paisaje en esta novela.
Porque Entierre a sus muertos es una historia de violencia, pero una violencia enmudecida: Ana Paula Maia nos presenta directamente los resultados de esa destrucción en el fruto de los cuerpos ensangrentados que plagan la tierra que camina Edgar Wilson, en su búsqueda de cadáveres. El protagonista, debido a la génesis de su oficio, se empapa de muerte y de dolor y observa «ese vasto firmamento que teme que un día acabe llevándoselo todo, haciendo que todo desaparezca, puesto que de arriba es de donde surgen todas las cosas».
En Entierre a sus muertos se cristaliza un problema de carácter moral, el lector se siente incómodo al observar que los cuerpos de los animales son contabilizados al detalle, mientras que las desapariciones de personas, especialmente travestis, prostitutas, borrachos y drogadictos, «no llaman la atención de nadie». Con los cadáveres hallamos todo un negocio donde se aprovecha hasta el cabello y la mano de los muertos que nadie reclama: «cuando es un cadáver fresco, se puede aprovechar prácticamente todo».
Edgar Wilson y Tomás se presentan como una pareja de ángeles salvadores con sentido moral que recogen los muertos que se topan en su trayecto, bajo ese cielo que lo observa todo, y siempre con la amenaza presente de ser despedidos del oficio: su deber se reduce exclusivamente a llevar animales para la máquina trituradora, jamás seres humanos.
Y como la muerte es protagonista de esta novela, la autora brinda reflexiones acerca de esta con un lirismo lúgubre a través de la pareja de personajes protagonistas que, cansados, continúan su camino hallando, mezclados con los animales, cadáveres de personas sin nombre condenadas a morir en la más profunda soledad y anonimato:
«Nadie nace solo, nadie debería morir solo […] los peces, aún muertos, brillan. Los hombres cuando mueren se cubren de oscuridad. Todo se apaga, lo que estaba en los ojos deja de estar. En su lugar no queda nada».