El insoportable miedo del querer

Te quiero llorando, en los rostros en los que estás
Te quiero en la derrota, en la pena, en la gloria y el frenesí.
Te quiero en el desamparo de mi alma rota y restaurada.
Te quiero en el invierno y ese mechón de pelo de tu cabellera frondosa que se te viene al rostro cuando hace viento en otoño.
Te quiero en el silencio y en la absurdidad de la palabra. En el templo de tu fuerza y en la mansedumbre de tu corazón.
Tu corazón que dice que me quiere, que a veces no, que es rebelde, que es leal.
Te quiero con desbordamiento y mesura, te quiero en el fracaso que fuimos, que somos y que seremos, te quiero así, porque tantas veces seremos tantas otras versiones, aún así, me reto a elegirte. Porque no sé si llegado el momento, tú me quieras tanto.
Te quiero con el alma, con las uñas, con los arañazos, con los mordiscos y con la indiferencia absoluta.
Te quiero por virtud de querer, y por virtud de emplear mi tiempo en esta vida.
Te quiero porque es necesario siempre traerte a mí, porque cuando me vaya en un efímero barco hacia otro mundo desconocido, el único propósito que tengo, es quedarme con el recuerdo de todo lo que te quise, de todo lo que fui, de todo ésto que tuyo y siempre fue, desde antes de nacer.
Te quiero porque para encontrarte, tuve que buscar signos de ti, pistas de ti, en otros mundos, y ninguno de ellos supo de mi eterna búsqueda.
De todos modos, perdona este este poema inoportuno, de quien te quiere a sangre y fuego.

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