La relación entre los cuervos y los seres humanos parece cortés pero distante, pero aun así, la importancia de estas aves en el folclore nos muestra que el cuervo genera una intensa fascinación en hombres y mujeres. No hay una imagen más simple de un animal, más irónica e inconfundible. Estas aves pertenecen al orden de los paseriformes, popularmente conocidos como «aves canoras», aunque no todos sus miembros sean muy musicales. La familia de los corvinos se originó probablemente en Australia y más tarde se extenderían por el resto del mundo.
Ocasionalmente, el término «cuervo» se utiliza de forma general para todos los miembros de esta familia aviaria. De manera más restringida, se suele utilizar para los miembros del género Corvus, conocidos también como «verdaderos cuervos», entre los que se incluyen los cuervos grandes, las grajas y las grajillas.
Estas aves son principalmente negras, aunque hay algunas especies con zonas blancas, pardas, grises, azules, moradas o verdes. El negro es el color de la tierra y el de la noche, de ahí que con frecuencia a los cuervos se les hayan atribuido poderes misteriosos. Su postura encorvada y su gusto por la carroña han contribuido a la hora de convertir al cuervo en un símbolo de la muerte, aunque pocas aves sean tan vivaces y juguetones que estas.
Las distinciones entre los especies de córvidos pueden resultar con frecuencia útiles e ingeniosas, pero difícilmente nos ayudarán a comprender las referencias al cuervo en la literatura o en las leyendas. En el folclore, casi nunca es posible determinar con seguridad a qué córvido se refiere un pasaje determinado. Antes de los siglos XVIII o XIX, las variedades de las aves y de otras criaturas se diferenciaban solo de manera vaga por medio de características como el color. El cuervo figura tanto en las grandiosas mitologías sistematizadas de Europa y Asia como en el más llano reino de la leyenda. En las majestuosas cosmología de los credos oficiales hay animales imaginarios o exóticos. Las leyendas que hayan sobrevivido en las tradiciones orales durante milenios, con frecuencia son más antiguas que los mitos. Las mitologías oficializadas son producto del escalafón social de los guerreros y los sacerdotes. El folclore suele expresar una visión más igualitaria del mundo en la cual no solo los reyes y los campesinos, sino también los animales y las plantas tienen un contacto estrecho. Este es el género donde el cuervo, acostumbrado a vivir de su ingenio, encaja particularmente bien. Incluso los nombres de los córvidos suelen ser ancestrales. Otros animales reciben su nombre por su relación con la mitología o con la vida cotidiana. Los diversos términos que les designan suelen derivar de intentos de imitación de sus reclamos. Uno de los ejemplos es el término inglés crow, que procede del término anglosajón cráwe. Está relacionado con su sinónimo germánico Krahe, más similar si cabe al chillido del pájaro. Otro ejemplo sería el término inglés raven, que procede del nórdico antiguo hrafn. Los etimólogos han descubierto que dicha palabra se remonta a una época aún más antigua; en concreto, hasta el germánico prehistórico khraben, una buena transliteración del reclamo de dicho cuervo. Está relacionado con el latín corvus, el irlandés antiguo crú, el sánscrito karavas y otros términos prácticamente sinónimos en diversas lenguas indoeuropeas.
En gran parte del mundo, las leyendas los convierten en instructores de los vivos y en guía de los difuntos. Aunque la tradición del cuervo es rica y variada, hay ciertos temas que son recurrentes. En un amplio abanico de culturas, desde la china hasta la de los indios de las llanuras norteamericanas, el cuervo es heraldo de profecías. Un buen ejemplo de esto es la costumbre conocida en algunos lugares como «contar cuervos», en la que se utilizan tanto los cuervos como las urracas para predecir el futuro. La cuenta se suele hacer al ver a los cuervos pasar volando sobre uno. Los folcloristas han registrado numerosas cancioncillas, sobre todo en Gran Bretaña y los Estados Unidos, que vinculan nuestro destino con el número de cuervos que vemos. Una de las más conocidas procede de Escocia:
Con uno, un llanto; con dos, reiréis; tres, una boda; cuatro, una preñada; plata con cinco; oro con seis; siete, un secreto del que no dirás nada; con ocho el paraíso; con nueve el infierno, y diez el diablo en el mismísimo averno.
El simbolismo de los números varía mucho de una versión del poema a otra.
La Biblia ya no se lee ni se cita tanto como hace unas generaciones, pero cualquier criatura que aparece en ella posee una relevancia destacada. El cuervo se menciona diez veces en el Antiguo Testamento y una vez en el Nuevo, pero ninguna otra criatura aparece en contextos tan variados o con tal ambigüedad simbólica. En la imaginación humana, los córvidos siempre han sido criaturas de extremos. Son traviesos y solemnes, ruidosos y claros a la hora de expresarse, sagrados y profanos. Muchos son completamente negros, pero hay leyendas por todo el mundo que nos cuentan que una vez fueros blancos. Oriente Próximo siempre ha sido escenario de grandes dramas sobre el bien y el mal, de éxtasis y de infortunios y en dichos dramas, el cuervo ha desempeñado con frecuencia un papel importante.
La Biblia no tiene más que una sola palabra hebrea, orev, para diversas variedades de córvidos. Podría derivarse de erev, que significa «anochecer», ya que el color oscuro de estas aves se parece a la oscuridad de las últimas horas del día. Es el lenguaje poético, cuando no necesariamente la erudición, lo que marca las numerosas referencias bíblicas a tales aves como cuervos, con su austera y aterradora belleza. Así es como se han traducido dichas referencias desde tiempos ancestrales hasta hoy.
Los relatos de Oriente Próximo sobre cuervos se remontan a una época mucho más antigua que los textos sagrados del judaísmo y el cristianismo. En la incompleta epopeya babilonia del rey Naram-Sin, hallada en la biblioteca del rey asirio Asurbanipal, se cuenta la invasión de unos hombres con cabeza de cuervo procedentes de las montañas del norte. En un principio, el rey pensó que podrían ser demonios, pero descubrieran entonces que sangraban igual que los seres humanos. Quizá los invasores fueran guerreros que lucían yelmos con protecciones nasales que sobresalían como el pico de un cuervo.
En el sumario–babilonio Poema de Gilgamesh, un solo hombre, Utnapishtim (antecedente del Noé bíblico) nos cuenta que su mujer y él construyeron un barco y sobrevivieron a un diluvio que acabó con el resto de la humanidad. Las aguas habían comenzado por fin a retirarse y el barco acabó descansando sobre el monte Nisir. En la antigüedad, enviar aves para ver en qué dirección volaban era una práctica común entre los marinos, que las utilizaban para determinar la distancia de tierra firme. Pasados siete días, Utnapishtim envió una paloma, pero el ave no encontró lugar donde posarse y regresó a la cubierta del barco. Envió después una golondrina, que no tardó en regresar. Finalmente, envió un cuervo, que comió, se acicaló con el pico y no regresó. Supo entonces Utnapishtim que sus penurias llegaban a su final e hizo un sacrificio en agradecimiento a las divinidades.
En pasajes bíblicos posteriores, los cuervos parecen ser agentes de la mano de Dios. El profeta Elías se refugió en el desierto para esconderse del rey Ajab, a quien Dios había condenado por erigir un altar a Baal. Yahvé ordenó a los cuervos que le llevaran al profeta pan y carne por la mañana y lo mismo al atardecer (I Reyes 17, 6).
Hay pasajes de la Biblia en que el cuervo se utiliza como símbolo de desolación. El libro de Sofonías afirma que tras la destrucción de Asiria «el cuervo graznará en el umbral»(Sofonías 2, 14). El libro de Isaías dice que tras la masacre, la tierra de Edón «la habitarán el cuervo y la lechuza» (Isaías 34, 11). Los cuervos han sido también azote divino:
Al hijo que se burla del padre y desprecia la vejez de su madre, los cuervos le sacarán los ojos.
Proverbios 30, 17
Pero la Biblia también otorga una majestuosidad a los cuervos. En el Cantar de los Cantares, se elogian los rizos del amado por ser «negros como el cuervo» (Cantar de los Cantares 5, 11). Cualquiera diría que muy al estilo humano, el cuervo se encuentra en una renegociación constante en su relación con Dios.
Las representaciones de córvidos en las culturas mediterráneas de la Antigüedad reflejan el desarrollo de ciertas actitudes hacia el mundo natural. Los egipcios, que no establecían una división clara entre el reino de la naturaleza y el humano, sentía un intenso afecto hacia los cuervos Los griegos continuaron con esa tradición, aunque a veces miraban a los cuervos con cierto temor y asombro, ya que veían la naturaleza como poseedora de vastos e inexorables poderes que se podía temer o aplacar, pero rara vez controlar. Para los griegos, los córvidos representaban la persistencia de la naturaleza aun en las ciudades, al tratarse de criaturas que en gran medida escapaban al control de los seres humanos y de los dioses. La versión romana de la naturaleza era menos temerosa y más bucólica y lo fue más conforme la población de Roma crecía por encima del millón de habitantes. Los romanos podrían ver a los cuervos con afecto por esta misma razón, algo que en Grecia habría resulta prácticamente imposible al encontrarse en guerras constantes donde veían como estas aves devoraban la carne de sus compatriotas.
Los egipcios llevaban diversos registros meticulosos de transacciones comerciales, pero escribieron poco de su mitología. Conocemos las historias de sus divinidades fundamentalmente a través de las obras de los griegos y los romanos. Eliano, un romano helenizado del siglo II, contaba que el faraón egipcio Amenemhat III utilizaba un cuervo domesticado para enviar mensajes a cualquier destino que pudiera designar. Según Horapolo, un sacerdote grecoegipcio del siglo III, el cuervo era importante en el simbolismo del antiguo Egipto. El cuervo representaba la fidelidad en el amor, ya que como habían observado las gentes de la Antigüedad, es un ave monógamo.
En las culturas griega y romana se asociaba a las aves en general con la adivinación y es posible que el cuervo fuera el segundo más importante después del águila. En el último canto de la Ilíada de Homero, el rey Príamo pide un augurio favorable antes de ir a negociar el rescate del cuerpo de su hijo Héctor, muerto a manos de Aquiles. De inmediato apareció un «águila negra» enorme y el monarca supo que su misión no sería en vano. El término «águila» (aquila) se utilizaba sin demasiado rigor para las grandes aves de presa, incluidos los halcones y los buitres. Como no hay ningún águila común enteramente negra, es probable que esa «águila negra» fuera un cuervo grande.
Los cuervos eran sagrados para Hera, diosa del matrimonio, igual que más adelante lo serían para su equivalente romano, Juno. En El viaje de los argonautas escrito en el siglo III a.C. por Apolonio de Rodas, Jasón se enfrenta a una serie de tareas aparentemente imposibles en su búsqueda para conseguir el vellocino de oro. Las diosas Atenea, Afrodita y Hera acuden en su ayuda haciendo que Medea se enamore del joven. Poco tiempo después, Jasón paseaba con Mopso, maestro de la adivinación, junto a un álamo donde a los cuervos les gustaba posarse. Uno de los pájaros, enviado por Hera le dijo a Mopso: «¿Quién es este infame vidente que carece de la sensatez para percatarse de eso que hasta los niños saben, que una joven no consentirá decirle una sola palabra de amor a un joven que viene acompañado?». Mopso comprensión de inmediato que Hera había dispuesto que Medea y Jasón se encontraran a solas y se retiró contento.
En sus Fastos, Ovidio cuenta otra historia en la que el dios del sol no andaba satisfecho con su cuervo siervo. Cuando Apolo estaba preparando un banquete para Júpiter, el dios envió un cuervo a buscar agua a un manantial. El cuervo tomó un cuenco y echó a volar, pero vio una higuera cargada de frutos, descendió en picado para probar los higos y descubrió que aún estaban verdes. Se quedó allí posado y aguardó a que los higos estuviesen maduros, se atiborró y entonces se acordó de su deber para con el dios. Cogió una culebra de agua y voló de vuelta con Apolo, a quien le contó que la culebra había bloqueado el arroyo. Apolo descubrió la mentira y declaró que a partir de entonces, el cuervo no habría de beber agua de ningún manantial hasta que los higos madurasen en las higueras y ese es el motivo de que el cuervo grazne con ronquera por tener la garganta seca.
Aunque la literatura que ha llegado hasta nosotros procedente de los pueblos celtas y nórdicos no se transcribió hasta bien entrada la Edad Media. La literatura arcaica del norte de Europa funde un realismo crudo con una magia opulenta y una exageración satírica y los cuervos, junto con los elefantes, se encuentran entre los pocos animales que con frecuencia parecen tener sentido del humor, algo que contrasta con su sombrío plumaje.
A los cuervos se los asociaba especialmente con Odín, dios supremo de los vikingos a veces conocido como Señor de los Cuervos. Tenía dos cuervos llamados Hugin (pensamiento) y Munin (memoria) que se le posaban en los hombros. En los Dichos de Grímnir, de la Edda poética nórdica, Odín visitó a Geirröd, rey de los godos, disfrazado con una túnica azul para poner a prueba la reputación que tenía el monarca de desobedecer las leyes de la hospitalidad. Geirröd capturó a Odín y lo colgó de un árbol entre dos hogueras. Mientras lo torturaban, Odín dijo del cielo y de la tierra: «Hugin y Munin vuelan a diario por el ancho mundo; temo que Hugin no regrese, pero tiemblo más por Munin». Se refería con esto al temor de que el mundo degenerara en caos si se perdiesen la reflexión y la memoria, los dones de la civilización.
Los cuervos tienen importancia similar para los celtas. Lugh, cuyo nombre significa «el que brilla», era el dios celta de la luz. Este nombre está relacionado con el término galo lugos, que puede significar cuervo. Esto sugiere que Lugh pudo ser un dios de los cuervos como Odín, ya que también compartía con éste su asociación con las batallas y la hechicería. En el Libro de las invasiones, una obra irlandesa, los cuervos advierten a Lugh de la llegada de sus enemigos, los fomorianos. El nombre original de la ciudad de Lyon, Lugdunum, significa «colina de los cuervos» y se llamaba así porque el vuelo de los cuervos mostró a sus primeros pobladores dónde construirla.
Bibliografía:
- SAX, Boria. Cuervo. Naturaleza, historia y simbolismo. SIRUELA. 2019.