Inversiones

[Entrega 1]

I.

Esto fue hace tres madrugadas. Era la joda habitual en la onda habitual. Ya sabes, flameo y talón quemado, centelleo puro. Aunque no se veían las estrellas todo parecía indicar que la mañana brillaba por sí sola. Y de pronto…

¡Bengalas! Un enjambre. Perturbación. Millares de bocinas tronando. Es el amanecer, estoy comiendo empanadas frente a la estación de metro Sur, se acerca alguien en bici, había algo particular en su forma de montar. No supe decir lo que era hasta que la tuve muy cerca.

—Nunca vi un modelito así, ¿de dónde la sacaste?
—Diseño especial de habitante de calle, dice, y contiene una sonrisa enorme, como engarrotada.

Parecía Vilma Picapiedra conduciendo su vehículo, avanzando con dificultad, impulsado por sus pies al mismo nivel. Estuve a punto de retorcerme de la risa cuando en esas se le cayó el pedal. Se puso tan triste, que intenté socorrerla y la llevamos juntas a buscar una pieza hexagonal para pegar el pedal. Intentos vanos, no había herramientas ni talleres abiertos cerca. No perdió un instante más con ello y me dijo que si quería me la quedara. Yo le ofrecí siete empanadas en trueque. Ipso facto, desapareció.

La llevé caminando hasta la casa, no sin abstraerme en preocupaciones por cómo iba a conseguir el dinero para arreglar y poner a punto mi nueva compañera de aventuras. Al llegar, fui a la cocina a prepararme un canelazo: lulo, canela, estevia y agua. Al pasar cerca del mesón de la estufa, una ráfaga de claridad sublime se incorporó en mí. Un destello de mi alma en total completud, dicha y confianza eternas, una alma en sintonía con la frecuencia cósmica y biológica.

Y esta voz omnisciente, susurro: “ven danza como Nataraj, el danzarín cósmico”

II.

Vuelvo mi vista al interior del vehículo. Lo que normalmente son rostros aparecen ante mí como velas, velas dentro de velos, aberturas a cada dimensión pasajera que es cada cara en tránsito hacia algún lugar. Mi necesidad de dinero para arreglar una bici con la que no contaba hace tres días y noches pero con la cual me hacía bastante bien contar, me llevó a danzar en los buses.

Al estar ahí, lanzo mi voz como a un precipicio. Es muy loco porque nadie lo prevé.

—Buenos días, ¿a ustedes les gusta la danza?

Y tengo varias respuestas preparadas:

(If ‘SÍ’ then
<<afine pues el oído para lo que le vengo a contar>>
else
if ‘no’ then
<<está bien, aunque se ve que te haría bien>>

else

<<justificación lógica para este abordaje: soy portadora de buenas noticias para ustedes. La danza nos envuelve. Se prende de nuestros pies…
Antes de que quizá empiece a olvidar lo que voy a decir a continuación, dedico a ustedes esta mañana radiante inundada de alegría.
Antes de que quizá empiece a olvidar lo que vengo a decirles, dedico mi gratitud al agua flotante de estas montañas rozagantes y opulentas, generosas y abundantes.
Bajémonos de la nube, levitar no nos corta el hilo de plata de conexión a la tierra.
Esta vaga vieja nómade es la mitad de nuestras proezas diarias de pies en la rueda,
la rueda de la vida>>

*

Desde que me paro del asiento voy en procesión de palmas en vaivenes. Contemplo mis manos, contemplo mi alrededor, el espacio; conecto rápidamente con las miradas y les presento mi danza de buen día:

[Y acaricio, acaricio, acaricio mis yemas
y con ellas el cielo
atrás adelante
adelante y atrás]

Por fragmentos de mi piel voy proyectando luces, películas, mitos: mis mitos fundacionales, las visiones. Todo cofundado en retratos de gestos de mi esqueleto. La sensación es muy importante en ese momento porque si lo siento, lo transmito con claridad; engancho.

En ese momento ocurre lo siguiente: mundos fractales, poros en trances, mezcla almizclera se desteje para removerse de la diacronía del inocuo ayer de café y frituras de paquete, y en cambio calentarse en el fuego sincrónico de un ocaso enfurecido. Por ahí entro y salen de mí las riberas de un río que parece el Nilo, como un hilo de tela dulce, agradable a Gaia.

Riberas y ribetes de nubes se conforman en un sonoro ruido de detonantes azabaches, sorbos en rugidos, algarabía dicharachera de una plaza en domingo. Frutas, semillas, talentos, vestidos y especias. Herramientas, canastos, ruedas y todo tipo de barro. Mis lunares susurran, traduciendo los llamados de un oráculo de un no tiempo.

El crisol de mi palacio ovárico transmuta, entonces, longitudes coloreadas en gestos; estos movimientos adquieren, entonces, sentido. Ahí es cuando reto a la querida audiencia a que me vea, me escuche en silencio; reto a que descifren esto. Esta es la magia, gente.

*

¿Magia? ¿Dónde?
Donde quietud no es mutismo.
Donde la vibración está en mi ritmo,
y les ofrezco,
y se me riegan los hechos concatenados con las elipsis adecuadas.
Tono, tiempo, acentos. Pendo de mi centro. Dependo de unas manos firmes, coherentes, fuertes puentes para agarrarse de los tubos del bus.

A %d blogueros les gusta esto: