Los cuentos galeses de los Mabinogion se aproximan solo un poco más al universo de las caballerías. En «El sueño de Rhonabwy», los jefes de clan de Arturo y Owein miden su ingenio con un juego de mesa muy similar al ajedrez mientras sus séquitos se enfrentan en combate. Arturo había llegado con sus caballeros; el ejército de Owein estaba formado por cuervos mágicos capaces de recuperarse de sus heridas e incluso de resucitar de entre los muertos. Estos cuervos estaban ya a punto de derrotar a los hombres de Arturo cuando ambos mandatarios pusieron fin a su enfrentamiento y sellaron la paz.
En el relato «Branwen, hija de Llyr», el héroe es el gigante Bran, cuyo nombre significa cuervo o corneja en galés. Su hermana Branwen, cuyo nombre significa corneja blanca, se casó con el jefe de un clan irlandés, un hombre que la maltrataba. La mujer envío un estornino que cruzara el mar y llevase la noticia del maltrato que sufría y los ejércitos de Bran no tardaron en invadir Irlanda. Tras una terrible batalla, Bran y sus hombres mataron a todos los habitantes de Irlanda salvo a cinco embarazadas que se habían refugiado en una caverna. El propio Bran resultó herido de muerte y Y solo seis de sus seguidores sobrevivieron. Siguiendo las órdenes tele gigante, sus hombres le cortaron la cabeza, que continuó hablando, y se la llevaron de vuelta a Londres. Finalmente, la enterraron en la Torre de Londres y según cuenta la leyenda, los cuervos de dicha fortaleza son el espíritu de Bran. Mientras los cuervos no desaparezcan de allí, Inglaterra no podrá ser invadida.
En la Edad Media, conforme se iban adaptando al cristianismo las tradiciones de tiempos anteriores, con frecuencia se les añadió una pátina moralizante. Los córvidos aparecían como seres buenos y malos e incluso como ambas cosas a la vez. Los autores podían ensalzar al cuervo en un pasaje y maldecirlo de forma implacable en el siguiente. El Aviarium de Hugo de Fouilloy, escrito en la primera mitad del siglo XII, aunque publicado casi trescientos años después, afirmaba que «en ocasiones se entiende que el cuervo es un predicador; en otras, un pecador; a veces el diablo». Quizá porque los cuervos han parecido ser una combinación del bien y el mal, los campesinos franceses solían decir que los sacerdotes descarriados se convertían en cuervos y las malas monjas en cornejas.
En muchas canciones populares, algunas de las cuales se pueden remontar a tiempos medievales O anteriores, los cuervos y las cornejas observan el campo de batalla y hacen planes para devorar a un caballero caído. Hay una balada anónima de la zona de la frontera angloescocesa, «Los dos cuervos», que dice:
Caminaba en completa soledad
y oí a dos cuervos que protestaban:
el uno se quejaba y al otro le decía:
¿Adónde iremos y qué comeremos?
En la verde pradera, en una zanja,
yace un caballero recién caído,
y no sabe nadie que allí descansa
salvo su halcón, su perro y su noble dama.
Su perro anda de caza,
en la cetrería su halcón se afana,
su dama otro señor tiene
y nos aguarda nuestro banquete.
Tú te posarás en su cuello blanco,
y yo le picotearé el azul de los ojos
y con un mechón de su rubio pelo
Haremos un nido cuando se quede en los huesos.
Muchos se lamentarán por él,
mas nadie sabrá adónde fue:
por sus blancos huesos, limpios ya,
aullará el viento por siempre jamás.
En otras versiones de esta canción, la fiel dama y el perro guardan el cuerpo del caballero y lo protegen de los cuervos.
En la obra «Julio César» de Shakespeare (Acto quinto, escena Primera), el rebelde Casio tienen la premonición de derrota y dice:
… cuervos, cornejas y milanos
nos miran desde lo alto
como si fuéramos presas moribundas:
su sombra, el más funesto palio bajo el cual
nuestro ejército yace dispuesto a perder el alma.
Resuena el eco de estas palabras en los últimos diálogos de la obra, donde Octavio y Marco Antonio declaran que el derrotado Bruto tendrá al menos un funeral decente.
Desde finales de la Edad Media hasta la Edad Moderna, la representación de una bandada de cuervos posada alrededor de un patíbulo se convirtió en una convención de las artes plásticas salvo por una interesante excepción. Nunca se muestran los cuervos congregados alrededor del cuerpo de Cristo crucificado, ni tampoco alrededor de los dos ladrones que fueron ejecutados con él. Asimismo, casi nunca aparecen picoteando los cadáveres de los mártires, aunque el martirio soliera representarse con todo lujo de escabroso detalle. Para numerosas supersticiones europeas los córvidos son la encarnación de la muerte. Cuando un cuervo solitario pasa volando tres veces sobre una casa o se posa en el tejado, es señal de que la persona que vive allí morirá pronto.
En «Otelo» de Shakespeare también se aludía a esta superstición de que los cuervos pueden ser presagio de la muerte, cuando el protagonista dice (acto cuarto, escena primera):
A la memoria me viene
como se posa el cuervo sobre la casa infectada
como un presagio para todos…
En la shakespeariana «Macbeth» (acto primero, escena quinta), lady Macbeth, mientras planifican el asesinato del rey Duncan, observa:
El mismo cuervo se queda ronco
de graznar la fatídica entrada de Duncan
bajo mis almenas…
No obstante deberíamos recordar que, por mucho que el cuervo fuera el mensajero de desgracias, rara vez parecía ser la propia causa del infortunio.
Las sociedades medieval y renacentista estaban mucho más familiarizadas con la muerte que las de hoy en día. La esperanza de vida era menor y las personas deseaban conocer con antelación la hora de su muerte para poder prepararse para ello. Querían morir en la cama rodeadas de sus familiares amigos y quizás algún viejo enemigo a quién poder perdonar o ser perdonado por él. Nadie quería que la muerte lo sorprendiera y privara de la posibilidad de hacer las paces con Dios y con el mundo. Ver en un cuervo el anuncio de la muerte inminente podía ser aterrador, pero con frecuencia se tomaba también como una bendición.
Es posible que la reverencia totémica hacia los cuervos persistiese en Inglaterra más que en cualquier otra parte de Europa. En su obra «L’Histoire de la nature des oyseaux» (publicada por primera vez en 1555), Pierre Belon contaba que en Inglaterra estaba prohibido hacerles ningún daño a los cuervos so pena de una cuantiosa multa. El motivo que daba Belon es que, si los cuervos no consumían la carroña, la carne se pudriría y envenenaría el aire. De manera intuitiva, eran conscientes de la relación entre la descomposición de la carne y las enfermedades, aunque por encima de todo, lo que deseaban era evitar las imágenes y los olores desagradables.
Medio siglo después de Belon, sin embargo, el español Miguel de Cervantes ofrecía en sus célebre novela «Don Quijote de La Mancha» una explicación distinta de esta norma inglesa que prohibía matar a los cuervos. El protagonista explica que el rey Arturo de Inglaterra se había transformado en un cuervo Y que su pueblo aguardaba su regreso. No los mataban por temor de que alguno fuese el legendario rey. Los folcloristas han confirmado que esta creencias persistió en Gales y en Cornualles como mínimo hasta las últimas décadas el siglo XIX.
Ya en el mundo moderno muchas culturas tradicionales se ha destruido y muchas especies animales han quedado abocados a la extinción. Con demasiada frecuencia se ha perseguido e idealizado al mismo tiempo a criaturas como el lobo. En esta cultura de la nostalgia, la imagen del cuervo que se eleva sobre los campos ha inspirado tanto fascinación como temor. Al distanciarse la gente de la naturaleza, la fascinación por los animales creció. En los siglos XVIII y XIX proliferaron las leyendas urbanas sobre animales, con cuentos fantásticos que incluían pavos que hablaban un perfecto árabe hasta perros que resolvían asesinatos. Muchos autores del siglo XIX, incluidos naturalistas de gran rigor científico, describían los animales en términos antropomórficos como mínimo tan extremos como los de aquellos bestiarios medievales. Esa época, quizás como la nuestra propia, tampoco tenía una verdadera necesidad de remontarse al pasado en busca de fértiles mitologías cuando dichas leyendas tan imaginativas estaban vigentes. En muchos cuentos de la Edad Moderna, los cuervos y las cornejas son el recordatorio de una herencia arcaica que con frecuencia que borrada casi por completo, pero nunca se llega a olvidar del todo. En «Barnaby Rudge» (1841), una novela histórica de Charles Dickens que transcurre en la década de 1780, el personaje principal que da título a la obra siempre iba acompañado de una mascota, un cuervo llamado Chip. Barnaby era un buen hombre, aunque siempre hasta el punto de necedad y el cuervo era el perpetuo recordatorio de las fuerzas diabólicas que él no lograba ver. El cuervo pronunciaba palabras que prácticamente carecían de sentido, pero encerraban una gran carga premonitorias y a veces incluso afirmaba que era el diablo.
En 1845, cuatro años después de la aparición de «Barnaby Rudge», Edgar Allan Poe publicó por primera vez «El cuervo». Hoy en día, es uno de los primeros poemas serios que los niños estadounidenses leen en clase y es sin duda, uno de los que mejor recuerda la mayoría de ellos. Son pocas, sin embargo, las personas que se detienen a considerar de qué podría tratar el poema. Lo único que permanece en la mente de todo el mundo es el estribillo: «Y dijo el cuervo: Nunca más». En el poema, los ritmos son tan insistentes y las imágenes tan melodramáticas que para la mayoría de los lectores, el significado resulta casi lo de menos. El narrador recibe la visita de un cuervo a altas horas de la noche:
Ese pájaro de ébano, cautivador,
torna mi tristeza en sonrisa
con el grave y adusto decoro
de la contención que muestra:
Por desplumado que llevéis el penacho
__dije__, no sois ningún cobarde,
cuervo atávico, lúgubre y horrendo,
que venís de la noche insondable.
¡Decidme cuál es el arrogante nombre
que tenéis en el oscuro inframundo!
Y dijo el cuervo: Nunca más.
Acto seguido, el narrador se entregará a discursos y preguntas cada vez mas desesperadas al cuervo, que a todas ellas responden con las mismas palabras premonitorias.
Los estudiosos dudan de que el proceso de su composición fuese tan deliberado como afirmaba Poe y así escribía James Russell Lowell en su «Fábula para críticos» a finales del siglo XIX: «Aquí llega Poe, con su cuervo, como Barnaby Rudge, tres quintos de genio y otros dos de puro apaño y nos habla en yambos y pentámetros para hacer del sentido común una maldita métrica quien ha escrito algunas cosas de lo mejor aunque la mente aprisione implacable el corazón…». Desde entonces, el cuervo se convirtió en el símbolo de Poe, a quien se suele pintar con el pájaro posado en el hombro o a su lado. Es quizá más importante que el cuervo fuera a partir de entonces un habitual de las historias góticas de terror.
Si la alta cultura hacía hincapié en los aspectos más sombríos y proféticos de los córvidos, la cultura popular solía poner el énfasis en su picardía. Esto nos lleva hasta la historia de «Jim Crow», un nombre que especialmente en Estados Unidos, es sinónimo de segregación racial. Esta historia se versionaba con frecuencia en el siglo XIX, una época en que en la sociedad europea y estadounidense tanto las diferencias de clase como económicas y por nacionalidad se volvieron más intrincadas. La grajilla representaba cualquier tipo de advenedizo que trata se de incorporarse a un sector de la sociedad que le estaba vetado. Jim Crow era la personificación del esclavo amoral y despreocupado que trabajaba en los establos mientras canturreaba para sí. Era un impostor, desde luego, como la grajilla de la fábula de Esopo, aunque resulta difícil decir exactamente de qué tipo de impostor se trataba. En cualquier caso, de la guerra de Secesión norteamericana, aquel nombre se utilizó para designar la forzosa segregación de blancos y negros. Si el Jim representaba al ser humano relativamente civilizado, el Crow era su contrapunto animal.
La presencia del cuervo también es frecuente en la toponimia de muchos países, entre ellos en el de Georgia, donde encontramos más de una veintena de pueblos y lugares relacionados con la palabra cuervo. Ejemplo de ello son «kvavlos mta» («la montaña de cuervo», «kvavi»- cuervo en georgiano) en la región de Ajmeta, que para los georgianos-caldeos era considerado un templo; así como pueblos que llevan los nombres de Kornisi y Koriani. Asimismo, en la región de Kartli existe un lugar de culto ortodoxo que se llama el templo de Kvavi (el templo de Cuervo), cuya construcción está relacionada con una antigua leyenda según la cual durante una festividad del pueblo, una serpiente se introdujo en la olla de la que todos iban a comer y el cuervo que sobrevolaba el lugar, empezó a graznar para advertirles de los sucedido. Así es cómo el cuervo salvaría de una muerte inminente a toda la población. Como hemos dicho en el texto, el cuervo además de bueno, también tiene un significado maligno y la literatura georgiana así lo refleja. Uno de esos ejemplos sería un poema archiconocido del escritor georgiano, Vazha-Pshavela, llamado «Águila»:
Vi a un águila herido,
luchando contra los cuervos,
trataba de alzarse,
mas le fallaban las fuerzas,
arrastra un hombro por los suelos,
tiene el corazón sangrante.
¡Ah, por vuestra madre, cuervos!
en mala hora os apoderasteis de mí,
sino veríais vuestras plumas
desperdigadas por el valle.
Como hemos visto, los cuervos tienen una gran relevancia en nuestros mitos y leyendas. La complejidad, la ambivalencia y los frecuentes cambios de forma que experimentan los cuervos, están presentes en nuestros textos y en nuestro imaginario desde tiempos inmemoriales. El cuervo evoca una sensación de asombro que nunca se disipa a pesar de su familiaridad y no estaría de más darnos cuenta, de lo mucho que se nos parecen.
Bibliografía:
- SAX, Boria. Cuervo. Naturaleza, historia y simbolismo. SIRUELA. 2019.