Chile, el oasis que sí prendió

Lo que ha pasado este mes en el país ha sido tan vertiginoso que no había tenido tiempo de ordenar ideas, datos, hechos. Pero quiero “testimoniar” algunas de las cosas que he visto y de las que tengo convicción. Aún así sea solo como apoyo a la gran masa de pruebas de los desastres perpetrados por el gobierno que circulan en internet, que ya no se puede esconder bajo la alfombra sin que se escape la sangre de la tortura:
Este mismo mes, antes de las evasiones y manifestaciones desatadas desde el viernes 18 de octubre, el presidente de Chile Sebastián Piñera se refirió al país como un oasis. ¿Un oasis para quién, en qué sentido? Para su autocomplacencia quizás, para su clase. El oasis de la imagen que estaba imaginando proyectar hacia el extranjero, hacia los gobiernos de los que le interesaba obtener aprobación, un plan que ahora se ve forzado a abandonar (pues no parecía querer hacerlo): se suspende el APEC y la COP25.

El oasis, por más que se trate una metáfora más que usada, del buen vivir de los de su clase en medio del desierto del pueblo al que no estaba escuchando, y que con todo lo que ha pasado desde entonces aún no escucha, o solo lo hace mal y tarde. Porque sacar militares a la calle fue querer callar a la gente. Qué decir de declaraciones del tipo “estamos en guerra”. ¿La guerra contra los “alienígenas” que se escuchaban en el tristemente orquestado audio filtrado de Cecilia Morel que iba a una supuesta amiga? ¿en el que se escuchaba, como si fuera una tragedia, cómo la primera dama lamentaba que de ahora en adelante tendrán (su clase, se infiere) que compartir sus privilegios? Como si no tuvieran que haberlo hecho mucho antes.

La semana pasada, mientras intentaba dimensionar lo que estaba pasando con los vejámenes perpetrados por militares que solo llevaban algunos días en la calle, escuché que Karla Rubilar, la ahora ex intendenta, hablaba en las noticias sobre cómo el gobierno siempre ha escuchado las protestas pacíficas, y que frente a la violencia de “delincuentes” no podían dialogar. Bien. Su estrategia de diálogo: balear a diestra y siniestra, hasta matar. Cometer detenciones ilegales, que no en pocos casos terminaron en torturas o violaciones a la integridad sexual. Basta buscar pocos segundos en internet para encontrar testimonios. Sin dejar de lado los informes del INDH, cuyas cifras son alarmantes.

¿Cómo se tuvo que llegar a esto, si se supone que escuchaban? Retrocedamos, entonces, a la chispa de este estallido, antes de los incendios y saqueos que se mostraron hasta el hartazgo en cada asqueroso canal de tv abierta: la primera semana de evasiones en el metro, organizada por estudiantes secundarios ante la noticia de una nueva alza en el pasaje del transporte público. Específicamente, el lunes 7 de octubre. Saltar un torniquete es menos violento ¿no?, no daña directamente a nadie, al menos. La respuesta del gobierno: uso de fuerzas especiales de carabineros para reprimir a menores de edad, que fueron tratados como delincuentes por la ex vocera de gobierno Cecilia Pérez y Rodrigo Ubilla, subsecretario del interior. En tanto, el sindicato de trabajadores del metro apoyó las manifestaciones en contra del alza, al igual que la mayoría de la gente en las calles. En medio de dichas evasiones, el ex gerente de metro, Clemente Pérez, declaró en una entrevista: “cabros, esto no prendió”. En su opinión, los secundarios no se habían ganado el apoyo de nadie, ni siquiera en redes sociales. Su momento ya había pasado. Pero no. Ya se sabe qué es lo que pasó.

Se podría ir muy, muy atrás. Años de manifestaciones pacíficas que se sucedieron sin pena ni gloria, sin cambios reales, sin atención real por parte del gobierno. Pero es ahora, cuando pueden sentir el miedo de otro tipo de manifestaciones, que llaman a la paz. Cuando ya es tarde. Pero la gente entiende que llamar a la paz a la misma vez que el presidente declara una guerra contra sus ciudadanos, que preocuparse de una manera exagerada por destrozos y desmanes en cadenas millonarias de supermercados sin esclarecer los detalles de los asesinatos en manos de las fuerzas militares del estado, que responder con el congelamiento de las alzas al pasaje y pretender que toda revuelta amague son síntomas de un estado que solo desea volver a la “normalidad”, no arreglar esa supuesta normalidad que gran parte de la población padece a duras penas. Es por este motivo que se suspendió el toque de queda y se ordenó el retiro de los militares de las calles, por blanquear la terrible represión que se vivió en el país en el momento en que la situación ya llega a oídos internacionales.

No se explica de otra forma que la mayor marcha documentada en el país desde el retorno a la democracia (que no resultó, en estas décadas, tan democrática como quería parecer), la del viernes 25 de octubre en Plaza Italia, detonada por la común oposición del pueblo al gobierno, haya querido ser abanderada por los mismos personajes contra los que se marchó.

La diputada Camila Flores, quien no cree que Pinochet haya sido un dictador, se mostró feliz en su cuenta de Twitter por una marcha ejemplar en que no aparecieron “banderas rojas” (y que, por cierto, sí las hubo, las vi ondear junto a banderas mapuche y banderas de equipos de fútbol, entre otras) reduciendo todo a dos bandos en un análisis tan básico como sus dichos sobre los asesinatos perpetrados por Victor Jara con su guitarra ¿? (sí, lo dijo, quién sabe cuáles son sus fuentes) o los de la Brigada Ramona Parra, un grupo artístico que para ella es un grupo terrorista y extremista.

Karla Rubilar, como en un guión prescrito a la orden de sus anteriores dichos, también celebra la marcha a través de sus redes, acusando que el país requiere más manifestaciones del tipo y más diálogo. Por último (podría mencionar más declaraciones, pero el punto se entiende) habla el mandamás: dice Piñera, el mismo viernes 25, al mismo tiempo que carabineros de civil lanzaban bombas lacrimógenas en la gran marcha pacífica, pues nadie se explicaba de donde aparecían las mismas: “Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado”. Borrón y cuenta nueva, en otras palabras.

Han pasado cinco días desde aquello y pocos están contentos con la nueva agenda social y el cambio de gabinete, que al final fue más un reordenamiento de cargos que un cambio real de políticos, a excepción de Andrés Chadwick, quien dejó el cargo de ministro del interior tras ser una de las cara más visibles del descontento social desde el asesinato del joven comunero mapuche Camilo Catrillanca, en noviembre de 2018. Pero no hace falta decir (aunque de todas formas hay que seguir diciéndolo) cuál es la renuncia que más fuerte se ha escuchado, que más se gritó en la tan nombrada marcha: la del mismo Piñera.

Por último (de momento, supongo), a propósito de los actos vandálicos, de los tan repudiados delincuentes: fue la vía que el pueblo tuvo que seguir para ser escuchado. Y fue, luego, la vía de escape a décadas de rabia acumulada por los más desprotegidos de la sociedad. Actos que al fin y al cabo solo nos afectarán a nosotros, el pueblo mismo, y que al alto mando solo les sirvió como pretexto para, a través de los noticiarios, poner a la gente en contra de los manifestantes. Solo queda decir que todo lo material se recupera, las vidas perdidas o arruinadas (pérdidas de ojos, de movilidad, etc.) por la represión no. Y que no todo lo destruido fue producto de robos: actos tan bellos como la intervención de estatuas en Temuco o Concepción, donde figuras de conquistadores españoles fueron decapitadas y luego sus cabezas puestas en manos de estatuas de líderes mapuches, no merece ser llamado un acto vandálico. Tampoco la destrucción de tiendas que han estado años y años en la mira por sus colusiones y posteriores condonaciones de multas.

Es obvio que hay gente afectada, en sus trabajos, en su diario vivir. Pero hay que buscar las causas de lo que ocurrió, causas que no se remontan solo a las semanas anteriores, y que tampoco responden a filiaciones políticas. Porque eso de que la gente que se manifiesta quiere un estado comunista son lemas facilistas difundidos para desacreditar demandas legítimas, abanderadas por el común de la gente: la que quiere sencillamente vivir bien, poder estudiar, trabajar, comer y descansar tranquila, confiando en que la clase política se encarga de los asuntos que debería encargarse: el bienestar de su pueblo, y nada más (¿o solo son nacionalistas cuando se trata de sus propias conveniencias?).
Imagen destacada: Martín Gubbins
A %d blogueros les gusta esto: