La neoyorkina Lorrie Moore (1957) firma ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas?, publicado por Eterna Cadencia en 2019. La misma editorial también publica este año de 2019 su novela See what can be done (2018) y el próximo año de 2020 aparecerá reeditada la novela de Moore Anagramas (1986). Moore fue docente en el programa de escritura creativa de la Universidad de Wisconsin-Madison y también ha ejercido en la Universidad de Cornell.
En cuanto a galardones, ha obtenido el Irish Times International Prize for Literature, entre otros. Sus artículos pueden leerse en diarios como The New Yorker.
¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? nos presenta la estampa anodina de una pareja casada sin nada ya que decirse, cuya existencia es soportada cada día bajo el halo de la más absoluta rutina. Berie y Daniel degustan sesos en la capital parisina, ella está “comiendo para recordar” (13), y, como indica la protagonista: “Estoy esperando algo proustiano, toda esa infancia olvidada” (13). Y precisamente esta infancia florecerá en su discurso, cuando la mente de Berie se evada de ese restaurante y abandone momentáneamente a su marido para llevarnos de la mano por esa vida pasada de su infancia y adolescencia, para así conocerla más íntimamente.
Pero la novela no se centra en la monótona rutina de un matrimonio venido a menos, no. Esto es simplemente la excusa para presentarnos algo diferente: el afecto entre dos mujeres.
Lorrie Moore, tras el viaje intimista al que nos conduce, cierra su obra de modo circular haciéndonos regresar a los mismos sesos degustados en la boca de Berie, y aportando así la sensación de que todo ha sido un recorrido interior al que nos ha trasladado la voz narrativa de la protagonista.
Pero durante ese trayecto no podemos fiarnos del todo de la voz narrativa, como ella misma nos advierte: “Las cosas en la memoria, lo sé, se vuelven rígidas y se desplazan, se convierten en algo que no fueron nunca antes. Como cuando un ejército interviene en un país. O un jardín de verano se vuelve rojo con las hojas del otoño. El pasado se convoca en gran medida por un acto de rebeldía” (38).
En este camino hacia su infancia Berie nos habla de la figura de Sils, la gran amiga con la que compartió prácticamente todos esos primeros años hasta que la brecha de la madurez hizo que se separaran.
El título del libro hace referencia a uno de los juegos de las muchachas, que intentaban arreglar los destrozos que causaban los chicos en sus crueles juegos con las ranas de un lago cercano. Ellas se aproximaban y curaban con gasas a los pequeños anfibios, estableciendo ya esa guerra de sexos que seguiría estando presente a lo largo de su infancia e incluso en la madurez.
Berie explora las relaciones con los hombres que experimentó como mera espectadora ante los éxitos continuados de Sils, mucho más desarrollada que ella y más precoz, con tan solo 16 años. Y es por medio de su figura que observa una relación de pareja disfuncional como la que tienen Mike y Sils. Con su amiga vive situaciones de abuso de hombres que se cruzaron en sus caminos y a ella le confiesa la primera relación sexual que mantiene con un chico cuando se aleja de su pueblo natal.
Estas dos muchachas son “conspiradoras. Socias emocionales” (53), el propio Mike alude a cierto interés lésbico de Berie hacia su novia, debido a la estrecha relación que mantienen. Sils es para Berie el reflejo de todo lo que ella quiere ser pero todavía no llega: los pechos desarrollados, la regla, el interés que despierta en los varones… “era difícil ser una chica, acarrear estos cuerpos que no estaban nunca bien, heridas que necesitaban arreglos, cabezas que necesitaban sombreros, correcciones, correcciones” (80).
La ceguera emocional que padece la protagonista ante la silueta de su admirada amiga la empuja a olvidarse de seres relevantes que pululan a su alrededor pero a los que hace caso omiso, como su hermana adoptiva, su hermano Claude, con el que corta relación con nueve años, o sus propios padres.
Más adelante, en la edad adulta, Berie intentará buscar una sustituta de su adorada Sils en Marguerite, “Me hacía recordar, al principio, a lo que tal vez sería Sils, o podría haber sido […] así que le traigo mi enamoramiento, inapropiado pero útil entre mujeres adultas” (95).
Los novios, las figuras masculinas, incluso Daniel aparecen como satélites ambulantes que no pueden jamás intervenir en los lazos estrechos de amistad que permanecen entre Sils y Berie. Como una especie de Thelma y Louise, las dos conviven como si fueran una sola, comparten sus secretos, hablan hasta la noche y son refugio cuando todo lo demás no está funcionando. Hasta que llega la edad adulta, que lo destruye todo, incluso lo que fue lo más sagrado.
¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? narra la historia de dos mujeres cuyos papeles fueron totalmente relevantes en el desarrollo de sus infancias y adolescencias. Porque están los padres, están los chicos, pero lo que más necesita una mujer en el mundo, sobre todo en los primeros años y en esos cambios que devienen con la pubertad, es alguien con quien poder ser ella misma, como quien admira un reflejo.
En París esos sesos que come con su marido llevan a Berie a recordar otra época y a pensar en que, de no haber existido Sils, probablemente la hubiera tenido que inventar, igual que una niña inventa juegos con su muñeca.