Joaquina Guidobono: «Una buena historia es aquella que nos conecta con partes de nosotros que no sabíamos que existían»

Joaquina Guidobono (Montevideo, 1988) es egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Uruguay y realizó estudios en el Máster en Álbum Infantil Ilustrado de la Escuela i con i de Madrid, España. En 2010 recibe un diploma de honor en el concurso “Jóvenes artistas” otorgado por la Alianza Francesa de Montevideo. Es narradora, mediadora de lectura y tallerista de expresión artística. Desde el año 2016 dirige su propio proyecto, “El Árbol Lejano”, especializado en la difusión de literatura ilustrada donde imparte talleres para personas de todas las edades, coordina muestras de ilustración, presentaciones de libros y otras actividades.

¿Cómo surgió la idea de un espacio como El Árbol Lejano y cuáles fueron sus primeros pasos?
La idea surgió de mi necesidad por dedicarme a tiempo completo a la literatura y la ilustración pero, sobre todo, nació de las enormes ganas de compartir mi pasión por los libros con otras personas y por brindar un espacio especializado en literatura ilustrada. En Uruguay no existía ningún lugar orientado a este lenguaje artístico de manera específica y me pareció que había mucho para investigar y desarrollar. En la empresa donde trabajaba hasta ese momento, Infantozzi Materiales, ya habíamos comenzado a llevar adelante narraciones de cuentos con la gran narradora uruguaya Niré Collazo y con mi amiga, la ilustradora Alejandra García. Con Ale empezamos a visualizar puestas en escena para acompañar las narraciones y creamos espacios donde los espectadores pudieran entrar casi literalmente en la historia.
Los primeros pasos para idear el proyecto fueron diseñar los contenidos de la propuesta, conformar un equipo de trabajo y armar el espacio, que funciona desde entonces en la casa donde viví la mayor parte de mi vida y donde hoy todavía viven mis dos hermanos más chicos y mis padres. Para mí fue muy importante poder generar un espacio de calidez, y el hecho de que sea en la casa de mi infancia creo que le aporta un espíritu íntimo que propicia el encuentro e invita a sentirse parte del lugar a quien se acerca.

¿Cuáles han sido los autores o autoras que definieron tu amor hacia el libro ilustrado como vehículo de historias? ¿Qué te cautivó de cada uno?
El ilustrador italiano Gianni De Conno fue uno de los autores que más me marcó por su forma de utilizar las metáforas visuales. A mí, antes que nada, siempre me interesó la poesía, no sólo como una forma de arte en sí misma sino como una manera de mirar e interpretar el entorno que nos rodea y de habitar el mundo. Entonces descubrir a Gianni fue una suerte porque me enseñó que era posible transportar el lenguaje surrealista (probablemente mi movimiento artístico favorito junto a la Hermandad de los Prerrafaelistas y los Simbolistas) al código del libro ilustrado. Su enorme capacidad para evocar mundos oníricos y crear atmósferas tan evocadoras me inspiraron muchísimo, tanto en mi trabajo como mediadora de lectura como también en mi camino como artista del libro.
El escritor e ilustrador taiwanés Jimmy Liao fue una inmensa revelación y sin duda es el gran responsable de que me esté dedicando hoy en día a la literatura ilustrada. Cuando leí por primera vez “La noche estrellada” sentí que alguien me estaba habilitando a contar las historias que siempre había querido, dirigidas tanto a un público infantil como adulto. Creo que no hay nada más hermoso que otro ser humano te habilite a sentirte libre y a manifestarte como sos. Eso fue lo que sentí cuando descubrí a este autor y voy a estar toda mi vida agradecida con él. Me sentí especialmente conectada con su sensibilidad. A pesar de que no siempre me atrae su propuesta estética, sus historias son profundas, filosóficas y ahondan con una gran sutileza en las complejidades del ser humano.
Casi al mismo tiempo que descubría a Jimmy Liao me encontraba con la obra del australiano Shaun Tan. No hay forma precisa de definir a este autor, y creo que eso es lo que más me maravilla de su trabajo. Su inventiva no tiene límites, desafía continuamente las formas en las que la imagen y la palabra pueden conectarse. “El Árbol Rojo” es un libro que sigo leyendo, con niños y adultos, y siempre logra despertar emociones genuinas en todos los lectores. Shaun Tan tiene un don para empatizar con cualquier ser humano a través de sus historias.

Para ti, ¿cuál es la diferencia entre una literatura “para niños” y otra “para adultos”?
Entiendo que las diferencias estén presentes en el mercado editorial, pero no creo que existan dos tipos de literaturas. No comparto la mirada que el mercado impone. Por eso El Árbol Lejano es una casa especializada en literatura ilustrada y no en literatura infantil ilustrada. Si utilizo la palabra infantil es para hacer referencia a que el niño también está incluido en la literatura que comparto. Los libros que más me convocan son aquellos que permiten varios niveles de lectura, que pueden hablarle a un niño de cualquier edad y también a un adulto de cualquier edad. Siento que tratamos de simplificar y nos quedamos en la superficie de las cosas. Sabemos que el ser humano siempre intenta ordenar el mundo que tiene a su alrededor para poder entenderlo. Eso está bien. Pero no es lo que creo que debamos hacer con la literatura o el arte. Crecí en una casa donde no había ningún tipo de censura para leer lo que mis hermanos y yo queríamos. Sí era importante el rol de mis padres como mediadores, como guías, dándonos consejos y acercándonos aquellas lecturas que consideraban valiosas. Pero siempre se nos fomentó leer lo que nos llamaba la atención y eso es algo por lo que estoy muy agradecida. Por eso creo que la figura del mediador de lectura, una persona que nos conecta con libros e historias, es fundamental para amar la literatura. Pienso que una buena historia se dirige a cualquier ser humano. ¿Y qué es para mí una buena historia? Una que no subestima al lector, que logra empatizar  con él porque profundiza y propone muchas capas de lectura. Una buena historia es aquella que nos deja más preguntas que respuestas, que despierta en nosotros el deseo de hablar de ella, de pensarla en soledad o compartirla con otros seres humanos. Una buena historia es aquella que nos conecta con partes de nosotros que no sabíamos que existían, que hace que una verdad propia se nos revele al momento de su lectura o después.  Una buena historia es aquella que nos lleva a otras buenas historias.

¿Qué es lo que te brinda mayor satisfacción del trabajo que realizan?
Probablemente ser parte de esos momentos en que alguien, un niño o un adulto, descubre ese libro que será SU libro para siempre. Ser testigo de ocurrencias de personas de todas las edades que me hacen ver el mundo desde perspectivas tan diversas.  La literatura y la ilustraciones son dos lenguajes donde se ponen de manifiesto los deseos, miedos y pensamientos de un autor. Es imposible estar en contacto con estas lecturas y no terminar zambullidos en los rincones más profundos del alma humana. Eso nos sucede siempre en las actividades y talleres que creamos, y poder compartir las incertidumbres y experiencias de la vida con otras personas es sumamente reconfortante.

En una sociedad cuya dinámica se orienta a la productividad y al consumo, ¿qué función cumple el hecho de crear y compartir historias?
Desde los orígenes de los tiempos los seres humanos hemos creado historias para poder comprender el mundo que nos rodea, interpretar la realidad y construirnos como sujetos. Compartimos historias porque hay un placer inmenso en escuchar la voz de otro ser humano tejiendo un relato. Volver a esa voz primaria y disfrutar el ritual de reunirnos alrededor de una historia es casi tan necesario como respirar o alimentarnos. Mirar a los ojos a una persona mientras narra, cómo se posiciona nuestro cuerpo al momento de la lectura, es celebrar el encuentro con otros, la maravilla de descubrirnos y conectarnos en un espacio y tiempo comunes. La pausa que se requiere para poder crear y compartir una historia es lo contrario a lo que propone esta sociedad de productividad y consumo exagerado.  Nos recuerda que estamos vivos y que somos finitos, que precisamos estar juntos para poder sobrevivir. Nos devuelve lo verdaderamente valioso: la capacidad imaginativa que nos hace libres. Nos podríamos despojar de todo y aún así quedarían las historias.

Recientemente, El Árbol Lejano se unió con Ludosóficos, un proyecto de filosofía para niños. ¿Contarías un poco más sobre esa alianza y qué actividades se plantean?
Nos unimos con Vera Navrátil, quien lleva adelante la maravillosa propuesta de Ludosóficos, para desarrollar actividades concretas con el objetivo de viajar juntas el año que viene a España y poder continuar formándonos en el arte de la narración de historias y participar de festivales de narración, arte, literatura y filosofía para niños. Cada una mantiene su proyecto original pero al mismo tiempo vamos a desarrollar propuestas en conjunto. Además de esta unión previa al viaje, a la vuelta tenemos pensado un recital de narración y viajes por el interior del país compartiendo cuentos con grandes y chicos.
Para los próximos meses vamos a realizar un taller de verano para niños de 8 a 12 años, donde abordaremos la invención de historias a través de la ilustración y la escritura de un diario secreto. Vamos a bucear por cuentos folclóricos de distintas partes del mundo, leyendas y mitología de varios pueblos. El Árbol Lejano y Ludosóficos tienen en común la pregunta como disparador y eje fundamental de los talleres, además del estímulo de la capacidad de asombro en quienes participan de todas nuestras propuestas. Otra de las actividades que estamos armando en conjunto es un curso de formación docente para brindar herramientas a distintos profesionales del área de la educación que deseen trabajar con filosofía, literatura e ilustración en sus cursos.

¿Qué lecturas recomendarías (para niños o adultos)?
De literatura ilustrada recomendaría las siguientes lecturas para grandes y chicos (todas las seleccionadas están editadas en castellano):
– “Poemas a la luna”, de Gianni de Conno (Editorial Edelvives).
– “La piedra azul”, de Jimmy Liao (Editorial Fondo de Cultura Económica).
– “Emigrantes”, de Shaun Tan (Editorial Barbara Fiore).
– “Mi jardín”, de Zidrou y Marjorie Pourchet (Editorial AH Pípala).
– “Mi pequeño”, de Albertine y Germano Zullo (Editorial Limonero).
– “El idioma secreto”, de María José Ferrada y Zuzanna Celej (Editorial Kalandraka).
– “El rey y el mar”, de Heinz Janisch y Wolf Erlbruch (Editorial Lóguez).
– “Los últimos gigantes”, de François Place (Editorial Ekaré).
– “Eres polvo de estrellas”, de Elin Kelsey y Soyeon Kim.
– “Nocturno. Recetario de sueños”, de Isol (Editorial Fondo de Cultura Económica).
– “Un camino de flores”, de JonArno Lawson y Sydney Smith (Editorial Libros del Zorro Rojo).
– “¿Qué es un niño?”, de Beatrice Alemagna (Editorial SM).
– “Lo que cuentan las estrellas”, Kelsey Oseid (Editorial Aguilar).
– “Mallko y Papá”, de Gusti (Editorial Océano Travesía).
– “La ventana de Kenny”, de Maurice Sendak (Editorial Kalandraka).
–  “Si tuviera que escribirte”, de Alejandra Correa y Cecilia Afonso Esteves.
– “Hay días”, de María Wernicke (Editorial Calibroscopio).
– “Fuerte, suave y murmurado”, de Romana Romanyshyn y Andriy Lesiv (Editorial Barbara Fiore).

Para conocer el trabajo artístico de Joaquina: https://www.instagram.com/joaquinaguidobono/
Para conocer acerca de El Árbol Lejano: https://www.instagram.com/elarbolejano/

*Foto destacada: Poittevin-López Fotografía.

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