Aketzaly Moreno (México, D.F., 1992) Estudió lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Con la intención de aproximar a niños y jóvenes a la poesía, ha impartido talleres enfocados sobre todo en algunas formas métricas. En 2018 publicó su poemario Vuelo de muerte y es organizadora del Encuentro Internacional de Poesía y Narrativa en Milpa Alta. Ha participado en encuentros de poesía en Argentina, Bolivia y México.
En 2019, con Ojo de golondrina, publica Nada queda en pie.
En esta nueva publicación de la sección Tinta joven, tenemos algunos poemas de Aketzaly Moreno, de su poemario titulado Nada queda en pie, el cual fue publicado en el presente año obteniendo gran aceptación por tocar temas tan fundamentales y humanos, como es el caso del dolor.
Esto vuelve a sus poemas virtuosos, porque el dolor en su simpleza se cuela en todos los estratos de nuestra vida y es por lo cual, aumenta la complejidad de hablar sobre él. No obstante, Aketzaly ha decidido incidir en este tema vital de una forma franca, sin mayores sutilezas. Esta franqueza a veces tiene un costo: reducir el contenido a un panfleto. Pero nuestra poeta ha construido algo más grande. Su franqueza se mueve con el golpe de cada imagen. Y aunque el dolor no sea algo que sea posible de ver, nos lo muestra ante nuestros ojos, como algo constante y a veces silencioso al igual que el tiempo: es inevitable no ceder ante la fatiga del tiempo, / cuya constancia pulveriza mi nombre.
Encuentro en sus versos que el dolor nos atañe al igual que el tiempo, pues es parte de nuestra condición humana. Esto bien puede leerse como una tesis filosófica. Y como sabemos, los versos también pueden ser tesis políticas y filosóficas, en forma de esquirlas verbales, lanzadas por las manos de la imaginación.
De una forma similar, Ake nos expone una visión de la existencia imposible de negar, pero que a pesar de ser muy filosófica su postura, sus versos se escapan de esta categoría. No sólo por la franqueza sino porque en la vida real -ésta que tiene sangre, hambre y muerte- no se duda del dolor o sufrimiento.
Vemos que ella en sus versos no se aleja de lo que la vida es, y podemos advertir que la poeta no se coloca como el sabio al margen de la sociedad o las inclemencias de la vida, inmutable en su cabaña, sino que encontramos a una poeta que escribe a partir de la carne, aquella que sangra y envejece, que no queda en pie. Encuentro a una poeta que no escribe al margen de un escritorio en Coyoacán o antropólogo inglés positivista que, sin ir a visitar un pueblo, cree conocerlo todo desde sus criterios.
De este modo, Aketzaly le da voz a los otros, a los de la periferia, a los que no embonan en la sociedad, a nosotros los del tercer mundo -o para abusar de la hipocresía- los que estamos en vías de desarrollo. Nos muestra el dolor expresado en los mundos que creemos lejanos, pero que son en realidad parte de nosotros. Como es el caso del indigente en el poema No me juzgues tan pronto que nos mira a los ojos y nos cuestiona diciendo: ¿Qué te hace creer que tu medida del éxito/ también me sirve para medirme el frío?
Donde el verso funciona a modo de espejo para vernos reflejados en nuestro ego insignificante, que se infla cuando juzgamos y señalamos a los otros a partir de nuestros “privilegios” o supuestos privilegios. En ese sentido, funciona también como una piedra que rompe ese espejo para hacernos caer en cuenta que, tales juicios son parte de un marco ideológico peligroso, en el cual la falaz meritocracia y valores que explotan a los individuos física y psicológicamente, se aplauden y alimentan.
Por último, cabe resaltar que leer este poemario, es una experiencia diferente porque es en papel reciclado (todos los libros de la editorial Ojo de Golondrina son publicados de esa forma), pues te puedes encontrar con partes de un texto que curiosamente ensamblen con lo que estás leyendo al reverso.
Sin embargo, en esta ocasión podrán leerla a través de Internet, pero sin duda alguna de que la experiencia de leerla no se modificará, encontrando en sus versos la fuerza que nos mueve a reconocernos en nuestra condición humana. Porque nuestra única verdad es esta: Nada queda en pie. Porque el tiempo nos pule a martillazos hasta dejarnos en arena, y todo ese proceso no se mueve sin la parte vital: los dolores del mundo.
No me juzgues tan pronto
No me juzgues tan pronto,
cuando me veas orinando los bustos de piedra
y te parezca fácil.
Acaso antes de llevarte la mano a la nariz
y despreciar la miseria que me cubre,
sentenciosamente señalarás
mi pobre educación y falta de valores,
después, te seguirás derecho sin volver la mirada
con la fortuna de haber nacido
atravesado por otra historia,
bajo otro techo,
con otro nombre de venas cerradas.
Te he escuchado decir,
desde tu figura de mártir ejemplar,
que funcionaría mejor el mundo sin mi sombra,
sin los jirones de mi cuerpo
desperdigados en las aceras;
si, en cambio,
escondiera de una vez la mano que mantengo extendida
y como tú y otros tantos
encontrara ocupación que me sacara adelante.
Pero, compañero,
¿qué es salir adelante?
¿Quién te ha dicho que los hombres como yo no luchan ni lloran?
¿Qué te hace creer que tu medida del éxito
también me sirve para medirme el frío?
Tal vez no lo sepas,
pero no es fácil buscar calor en la fragancia de la mierda.
Temo también al hambre como a la noche,
a las sequías que traen consigo ese delirio
que me atormenta y me confunde.
Mientras tu línea siga trazada,
mientras no tenga pan ni luz para enfrentar mis terrores
y la esperanza no sea sino una carga que agobia el camino
de aquel que no tiene más lugar
que los huesos dentro de su piel
y la lengua dentro de su boca,
no me digas
qué es lo que debería hacer
con las monedas que me han dado.
Sé que no es heroico ni valiente
aspirar el olvido
para esquivar el llanto de la miseria;
pero es lo único que tengo,
no preciso una historia de gloria,
quizás, entrar inconsciente en la muerte
y acaso en eso seamos parecidos.
Pero a diferencia de ti,
y no sé si eso me haga más transparente,
no te pediría
que escupieras fuego en la avenida
para qué supieras que la vida
que a unos les quema
a otros nos arde.
Algunos nacen con la condena ahogada en el puño.
Con los pulmones sellados
y el pecho intacto.
Las lágrimas los bendicen con un nombre vacío,
adornado de plegarias
incapaces de sentir el triunfo y la gloria de haber nacido
con la batalla ganada.
No hay grito que enuncie la caída de los granos de arena;
ni llanto que ensordezca el inicio de la agonía.
Empieza a morirse
y no a vivir,
quien nace con las venas robustas.
Ese gritó que no se dio nunca es el silencio de la victoria.
Nosotros que fracasamos y nacimos de este modo,
con el combate perdido,
y sin perro ni santo que nos llore,
podemos al menos irnos sabiendo una cosa:
que ese lecho de muerte es esta vida.
Qué caro me salió haber nacido,
haber venido a este mundo
con la misma hambre que cargaba
la perra que a bien tuvo parirme.
Arrastro un cuerpo saqueado
por la herencia obligatoria de nuestras carencias;
cuando acicalo la enfermedad
con la áspera lengua de la noche
encuentro
los restos de saliva en mis heridas,
los pedazos amargos de mi carne
adheridos a la poca sangre de mis huesos;
éstos son los síntomas
de quien avanza sobre una cuerda floja,
no sin vértigo,
o tira de ella,
no sin arcadas,
con la intención de vadear un caudal implacable
y por fin hallar simetría,
sin embargo,
pese al esfuerzo,
en cada extremo de la soga aguardan siempre
los rostros de la enfermedad o el hambre.
A la mala,
he entendido
que para sobrevivir a los diluvios
no hay que encomendarse ni temer a dios,
basta con estar hambriado.
Cuesta decirlo.
Todo me falta:
No es ésta la vida que quiero,
pero es para la que me alcanza.